Dossier “El pensamiento y la ciencia de España en el Bicentenario de la Universidad de Buenos Aires (1821-2021)”

José Ortega y Gasset en la Universidad de Buenos Aires

Roberto E. Aras
Fundación Ortega y Gasset, Argentina

Temas de historia argentina y americana

Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina

ISSN-e: 2618-1924

Periodicidad: Semestral

vol. 1, núm. 30, 2022

revistaredesign@ifma.edu.br

Recepción: 22 Abril 2022

Aprobación: 27 Mayo 2022



DOI: https://doi.org/10.46553/THAA.30.1.2022.p33-44

Resumen: Ortega y Gasset visitó la Argentina en tres ocasiones y siempre dictó cursos en la Universidad de Buenos Aires. En cada una de esas oportunidades anticipó al auditorio argentino lo mejor de su producción filosófica, no sólo para compartir las líneas más actuales del pensamiento europeo sino para exponer algunas de sus obras más famosas, por ejemplo, sus textos sobre la rebelión de las masas. Sin embargo, nunca pudo obtener una cátedra universitaria en nuestro país. La presente investigación indagará sobre ello.

Palabras clave: Ortega y Gasset, Filosofía, Argentina, Universidad, Exilio.

Abstract: Ortega y Gasset visits Argentina three times and always taught courses at the University of Buenos Aires. On each of these occasions, he anticipated the Argentine audience the best of his philosophical production, not only to share the most current lines of European thought but also to exhibit some of his most famous works, for example, his texts on the revolt of the masses. However, he can never get a university professorship in our country.

Keywords: Ortega y Gasset, Philosophy, Argentina, University, Exile.

Introducción

La primera visita de José Ortega y Gasset a Buenos Aires, en julio de 1916, fue precedida de una serie de acontecimientos que se gestaron gracias a la intervención de numerosos intelectuales en ambos lados del Atlántico. En efecto, dos años antes, en 1914, se fundaba en nuestro país la Institución Cultural Española (ICE). Creada por don Avelino Gutiérrez (médico oriundo de Santander), se concibió como una organización que facilitaría el contacto entre académicos y profesionales pertenecientes tanto al ámbito de las Letras como al de las Ciencias. Esta labor se completaría con la creación de una cátedra de cultura española en la cual se recibirían las principales figuras de la cultura peninsular seleccionadas por la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE). Antes, ya con la visita de Adolfo González Posada para dictar conferencias en la Universidad de La Plata, se retomaba lo realizado por Rafael de Altamira el año anterior, y se inauguraba el camino que se formalizaría a través del nombramiento de González Posada como representante en Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile de la JAE con el objetivo de que difundiera en todos esos países la misión que se proponía realizar la Junta.

Así, en la Asamblea de la ICE del día 12 de marzo de 1914, el Dr. Gutiérrez anunciaba que el primer curso de la cátedra versaría sobre la obra de Menéndez Pelayo y estaría a cargo de Ramón Menéndez Pidal, quien ya había aceptado la invitación que le hiciera en nombre de la Comisión Consultiva su secretario, Luis Méndez Calzada, durante el viaje que hizo a España en noviembre de 1912. Los temas, programas y la designación de profesores resultaban de la propuesta de ternas presentadas a la JAE, quien debía procurar que hubiera la mayor variedad posible de temas y disertantes[1]. La última condición para avanzar con el cronograma de visitas se cumplió el 4 de agosto de 1914, cuando el gobierno argentino aprobó los estatutos y la personería jurídica de la ICE. Finalmente, la “cátedra” se alojaría en la Universidad de Buenos Aires y su primer ocupante sería el filósofo José Ortega y Gasset.

Ortega en la cátedra de la UBA (1916)

Cuando el 22 de julio de 1916 llegaba al puerto de Buenos Aires don José Ortega y Gasset, pocos imaginaban entonces la repercusión que tal visita tendría en la vida del filósofo y en el futuro del pensamiento argentino. Si bien no llegaba precedido de una fama que lo eximiera de las notas periodísticas y de las menciones biográficas[2] repetidas en los actos de bienvenida, para algunos intelectuales Ortega no era del todo desconocido. Así, José Ingenieros, lo mencionaba en la tercera conferencia del ciclo “La cultura filosófica en España”, que reproducía la Revista de Filosofía que dirigía, y en la que también se habían incorporado artículos firmados por Rodolfo Rivarola -entonces Decano de la Facultad de Filosofía y Letras- y de Carlos Octavio Bunge, quienes representaban los extremos de la pugna ideológica que dividía a la facultad entre los positivistas y quienes pretendían una orientación superadora del cientificismo.

En este ambiente conflictivo, la presencia de Ortega significó acercar a la juventud a la vanguardia del pensamiento europeo. La tribuna desde la que reclamaría la atención sería la nueva cátedra de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires patrocinada por la ICE. Allí había convenido dictar un curso general y un seminario especializado. El primero se denominaría “Introducción a los problemas actuales de la filosofía” y se dictaría los sábados desde el 7 de agosto al 7 de octubre, en el edificio de la Escuela Normal de Profesores I (Av. Córdoba 1951), pero finalmente pasó al Aula Magna de la Facultad (Viamonte 430) durante las nueve reuniones previstas (desde el sábado 5 de agosto hasta el 23 de septiembre). El seminario destinado a alumnos y profesores de la Facultad, versaría sobre “Lectura de trozos escogidos en la Crítica de la razón pura” (que sustituía uno sobre Cervantes, anticipado en las primeras conversaciones) y tendría lugar los miércoles, entre el 17 de agosto (fue anunciado para el 9) y el 13 de septiembre (aunque por diferentes circunstancias finalizó el 7 de octubre).

El curso abierto fue un éxito rotundo[3] y los principales periódicos reflejaron en sus páginas la “novedad” del interés por la filosofía en estas tierras. Así lo reflejaba uno de los cronistas:

A las conferencias de dicho catedrático acuden, por centenares, ciudadanos de torva mirada y ceño adusto, que, al pronto, sugieren la convicción de estar decididos a todo. Son patósofos. Pues bien, el lector no puede formarse idea de lo que allí sucedió... Aquello fue un verdadero campo de Agramante. Daba escalofríos ver a esos filósofos luchando a brazo partido con las fuerzas policiales, que no querían dejarlos entrar porque no había sitio[4] .

Durante las lecciones públicas, Ortega desarrolló una crítica sistemática al positivismo y al utilitarismo, combatió el escepticismo y el psicologismo, e introdujo los movimientos filosóficos y autores más importantes del pensamiento europeo del siglo XX: especialmente, la fenomenología de Husserl y Scheler, pero también Brentano, Driesch, Meinong, Lorentz, Minkowski y Einstein, los cuales resultaban prácticamente ignorados en nuestras latitudes americanas. Esta presencia en la Universidad produjo un auténtico despertar de la vocación metafísica que se había ocultado y postergado por la influencia de las cátedras positivistas en la Facultad de Filosofía y Letras. Por eso, la medida de su éxito no sólo fue el incremento del público, cada vez más numeroso, que se multiplicó por todo el país, sino la siembra de un espíritu activo, exigente y dotado de una nueva sensibilidad (el novecentismo) que cristalizaría, en parte, en la Reforma Universitaria de 1918. En otras palabras, su mensaje excedió la divulgación de autores o escuelas, y animó a la juventud a sumarse a un nuevo protagonismo que se extendió a todas las universidades bajo la consigna del reformismo.

Por otra parte, el seminario se impartió ante la presencia del Decano de la Facultad, Rodolfo Rivarola, el profesor Nirenstein, Avelino Gutiérrez y Coriolano Alberini, entre otros. Los asistentes fueron alrededor de cincuenta, en su mayoría alumnos de la Facultad. Previamente, Ortega había advertido que quienes quisieran seguir el seminario sobre Kant, deberían estar dispuestos a seguir el diálogo usando cualquiera de las traducciones francesas o italianas.

Al finalizar, la Revista Nosotros publicaba:

Pero ha sido en sus clases de seminario dedicadas a la Crítica de la razón pura, donde mejor pudo revelarse el maestro. Ante un grupo reducido de profesores y estudiantes de filosofía, Ortega y Gasset comentó magistralmente la más profunda obra kantiana[5].

Como testimonio de su agradecimiento, los alumnos le obsequiaron una medalla con el rostro de Kant. Esos alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras también lo invitaron a la celebración del Día del Estudiante (21 de septiembre), que se realizó la noche del 15 de septiembre en el Teatro Nuevo. Ortega fue el orador central, ovacionado luego de sus palabras, al que acompañaron Ricardo Rojas, recitando su “Oda latina”, Armando Chimenti, interpretando al piano unos aires húngaros, y finalmente, los propios alumnos representando “Canción de Cuna”[6].

Durante su residencia de seis meses en Argentina, además del compromiso asumido con la UBA por la cátedra mencionada, Ortega fue objeto de numerosos homenajes, banquetes, conferencias benéficas y muestra de amistad que lo llevaron a otras ciudades como La Plata, Rosario, Córdoba, Tucumán e incluso, fuera del país, a Montevideo. En todas ella brilló por su prosa encendida y la claridad de las ideas que compartía con los auditorios más diversos. De esta manera, cumplió sobradamente la misión de establecer una corriente académica, pero también afectiva, entre España y Argentina. Sus mejores amistades locales, Alejandro Korn y Coriolano Alberini (que más adelante serían Decanos de la UBA), lo acompañarán en sus futuras visitas y en la consolidación de una relación que crecerá a través de los epistolarios, las notas periodísticas y las publicaciones filosóficas.

Un capítulo aparte merecería la influencia de Ortega propiciando el desarrollo de los nuevos estudios de Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Como bien lo establece Hugo Klappenbach[7], la psicología de corte experimental y riboteano que se cultivaba hasta 1918, dio paso a las influencias de Bergson y Scheler, y se reorienta a partir del “fuerte impacto de la presencia de Ortega” en el país. No olvidemos que la traducción al castellano de las obras de Freud fue una iniciativa orteguiana que se cumplió a través de la editorial de Revista de Occidente.

“Las investigaciones psicológicas de Ortega, ante todo, polemizaban abiertamente contra la «ideología naturalista»”[8] y bajo sus consignas combativas del mecanicismo y del positivismo, comenzaron a ocupar las cátedras los miembros de su círculo argentino: Alberini se convertiría en Profesor Titular del segundo Curso de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras, y lo dedicaba a las teorías de Bergson.

Por otra parte, “al lado de Mouchet y Alberini, otras personalidades que provenían del campo de la filosofía como Pucciarelli, Francisco Romero o Carlos Astrada, contribuían a introducir las psicologías totalistas o gestálticas, tanto las de la Escuela de Berlín como la de la Segunda Escuela de Leipzig y la obra de Krüger en particular”[9]. Como señal de estos cambios, se produce una actualización institucional, pues por iniciativa de Enrique Mouchet, se recreaba la Sociedad de Psicología de Buenos Aires, que intentaba continuar a la primitiva Sociedad Argentina de Psicología organizada en 1908 por Ingenieros, Piñero, de Veyga y Mercante, entre otros. Dicha Sociedad editaría dos volúmenes destinados a publicar las conferencias pronunciadas en las sesiones científicas de la sociedad. En 1933, dicha publicación se denominaba Boletín de la Sociedad de Psicología de Buenos Aires[10].

Es indudable, por todo lo expresado, que el contacto del medio académico con Ortega suscitó una renovación profunda que Alejandro Korn sintetizó al recordar aquella memorable ocasión con estas palabras:

La presencia de Ortega y Gasset en 1916 fue para nuestra cultura filosófica un acontecimiento. Autodidactos y diletantes tuvimos la ocasión de escuchar la palabra de un maestro; algunos despertaron de su letargo dogmático y muchos advirtieron por primera vez la existencia de una filosofía menos pedestre. De entonces acá creció el amor al estudio y aflojó el imperio de las doctrinas positivistas[11].

Las actividades de Ortega en la UBA (1928)

Aunque Ortega prometía en las cartas a sus amigos la inminencia de un nuevo viaje[12], no fue sino hasta 1928 que se pudo concretar por segunda vez su presencia en la Argentina. En efecto, arribó a Buenos Aires en agosto de 1928 y regresó a Europa el 19 de enero de 1929.

En esta ocasión, es la Asociación “Amigos del Arte” la que organiza las actividades del filósofo, encargándole el dictado de un curso titulado “Meditación de nuestro tiempo” (5 reuniones). En él, expondría sus primeras reflexiones sobre lo que luego quedaría plasmado en las páginas de su obra más famosa, La rebelión de las masas.

Pero en esta visita también honraría el compromiso con la Universidad de Buenos Aires de ofrecer un curso. En principio, de acuerdo con los primeros intercambios organizativos, el tema elegido sería “Hegel y la historiografía”[13], pero fue reemplazado posteriormente por “Qué es la ciencia, qué la filosofía”. La primera clase sucedió el 9 de noviembre y se dedicó a “¿Qué es filosofía?”, mientras que la segunda (13 de noviembre) tuvo como asunto central “Intuición y dialéctica”. Las reuniones siguientes tuvieron lugar el 5 de noviembre y el 27 de diciembre. Serían el germen de un curso más extenso que luego daría, ya completo, en Madrid al año siguiente.

Puso en posesión de la cátedra al ilustre profesor, el Decano de la Facultad, Emilio Ravignani, en tanto que la presentación del filósofo español estuvo a cargo de Coriolano Alberini. Acompañaron al disertante en el estrado, el rector de la Universidad, Ricardo Rojas, el ex rector José Arce, Ángel A. Gallardo y los profesores Mariano de Vedia y Mitre, Julio del C. Moreno, Ricardo Levene y Osvaldo Loudet.

Recordando la labor de Ortega -sostuvo Alberini- que:

por primera vez en los países latinos, la «fenomenología» de Husserl, cuyas líneas cardinales ya figuraban en los cursos dictados en la Facultad de Filosofía y Letras de 1916. Permítaseme de paso, -pues el rasgo, en cierto modo, importa un serio cambio en la actitud mental estudiantil- recordar que los alumnos de entonces le obsequiaron con una medalla que lleva la efigie de Kant. Estos estudiantes ya presentían la nueva manera de filosofar, y la presentían en medio del yermo positivista de la enseñanza oficial. Apenas si por aquellos tiempos uno que otro profesor de positivismo vacilante ofrecía una leve dosis de tímido kantismo pasado por Schopenhauer, cuando no por Fouilée[14].

Ortega dejaba claro que la filosofía era una actividad radicalmente distinta de las ciencias y defendía su derecho a usufructuar su propio objeto de investigación, que es el universo como tal, no este o aquel segmento, que es a lo que aspira conocer cada ciencia. Frente al principio de especialización, Ortega expuso que lo propio de la filosofía son los principios de autonomía, búsqueda de un saber que examina sus propios supuestos, y el de pantonomía: “Filosofía es conocimiento del Universo o de todo cuanto hay”.

La visita de 1928 significó el apogeo de la fama orteguiana y el momento de mayor reconocimiento. Nuevamente, Buenos Aires no fue el único destino de este viaje, sino que incorporó algunas provincias (Mendoza, por ejemplo) y Chile. Y aunque el ambiente hubiera cambiado, pues ya existía un mejor conocimiento de las escuelas filosóficas europeas y los viajes académicos al exterior habían amplificado el horizonte de referencias, todavía la palabra del filósofo español era la de un “guía espiritual”[15] que, conocedor del alma nacional como ningún otro, se animaba a diagnosticar y a sugerir nuevos caminos a los argentinos. Los polémicos ensayos publicados en El Espectador un año después[16]provocaron reacciones dispares y sonoras que, sin embargo, no agrietaron el respeto por el filósofo, aunque abrieron una etapa de balances y silencios.

El exilio de Ortega en la Argentina y la UBA

La terrible Guerra Civil y la exaltación política en la península provocaron la salida de Ortega de España y, después de una breve estancia en Lisboa y París, decidió aceptar la invitación que tenía de Argentina y comenzó su exilio. Llegó a Buenos Aires en septiembre de 1939 y retornó a Europa (Lisboa) en 1942.

Nuevamente, contó con los auspicios de la Asociación Amigos del Arte para dictar el curso “El hombre y la gente”, y durante su estadía ofrece varias conferencias en universidades argentinas y participa de diversos proyectos culturales. Se reencuentra con sus viejos colegas porteños, como Coriolano Alberini, Luis Juan Guerrero, Emilio Ravignani, Tomás Casares, León Dujovne, Francisco Romero y otros.

Esta vez, el ciclo de conferencias solicitado y patrocinado por la Universidad de Buenos Aires trataría Sobre la razón histórica, y consistía en la metafísica o filosofía primera de un nuevo modelo de racionalidad que aspiraba a dejar atrás el idealismo racionalista: primero la vida, luego la razón. La razón, como instrumento de orientación del viviente, se volvía necesariamente hacia el pasado. De ahí que la razón viviente fuera, en su consistencia más propia, razón histórica, conocimiento de la estructura de creencias sobre la que reposa la vida. Pero la referencia al pretérito sólo pretende reunir los instrumentos adecuados para acometer el futuro: “la vida es futurición” -dirá más adelante- y la imaginación, más que la razón, define la substancia de lo humano.

En el Acta de la sesión ordinaria del Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras, del 17 de abril de 1940, el Decano Coriolano Alberini, informaba que “ha invitado al eminente pensador español don José Ortega y Gasset para dictar en esta Facultad una serie de conferencias sobre temas filosóficos. No es necesario –dice- encarecer la trascendencia de este propósito. Todos recuerdan con vivísima admiración la obra extraordinaria de don José Ortega y Gasset en nuestra Facultad, pues ha contribuido, como pocos, en la tarea de crear una auténtica cultura filosófica en la Argentina. Considero –agrega-, como uno de los mejores éxitos de mi decanato haber hecho esta invitación, interpretando, por lo demás, el sentir de toda la Facultad”.

Luego de la lectura de la nota del profesor Ortega y Gasset en que aceptaba la invitación del señor Decano, el H. Consejo Directivo aprobó todas las gestiones realizadas y pidió que se le agradeciera a don José Ortega y Gasset el nuevo y honroso servicio que prestaba a la Facultad de Filosofía y Letras.

Con posterioridad, en el Acta de la sesión del 27 de agosto de 1940, consta que el nuevo Decano, Emilio Ravignani, recordaba que “don José Ortega y Gasset había prometido al anterior decano dictar un ciclo de conferencias a fines de septiembre o primeros días de octubre. Y bien, le es grato informar al Consejo que esa promesa se va a convertir en realidad, pues el eminente pensador español ya ha solicitado las fechas para ese curso”[17].

Así, entonces, los registros administrativo-académicos de la Facultad declaran que, entre las conferencias dictadas por profesores ajenos o extranjeros (en el año 1940), se encuentra el ciclo del Profesor Ortega y Gasset, de acuerdo con el siguiente detalle de fechas, temas y concurrencia:

1° Conferencia

Presentó el Decano Emilio Ravignani.

Fecha: Septiembre, 23

Tema: La razón histórica: Naturaleza y Humanidad

Auditorio: 1000 oyentes

2° Conferencia

Fecha: Septiembre, 30

Tema: La razón histórica: la historia como sistema

Auditorio: 850 oyentes

3° Conferencia

Fecha: Octubre, 7

Tema: La razón histórica: el método de las generaciones

Auditorio: 1000 oyentes

4° Conferencia

Fecha: Octubre, 14

Auditorio: 650 oyentes

Además del exitoso curso mencionado, Ortega colaboró en 1941 con la revista de la Facultad, la revista Logos. Allí publicó un artículo de extraordinaria importancia, porque contiene su teoría del conocimiento y su posición definitiva en relación con el problema de la superación del idealismo. Lo tituló “Apuntes sobre el pensamiento. Su teurgia y demiurgia” (1941). La revista fue creada bajo el decanato de Coriolano Alberini y la dirección del hombre de letras Ángel Battistessa. Su objetivo fundacional indicaba que debía reflejar el trabajo que se producía en las distintas especialidades que se dictaban en la facultad: Filosofía, Letras e Historia. Se editaron ocho números de manera continua hasta que, en 1946, el interventor E. Françoise dispuso su cierre, volviendo a la luz ya de manera discontinua en 1951 (número 9) y en 1954 (número doble 10-11). En 1972 se reanudó, aunque de manera irregular, hasta 1981.

A esta altura de su relación con los filósofos argentinos es importante mencionar, a modo de ejemplo, los siguientes párrafos que dan cuenta de la influencia reconocida del español en el medio académico porteño:

La naciente filosofía de nuestros países tiene igualmente contraída con él una deuda de esas que sólo se pagan proclamando honradamente y en alta voz el débito. Pese a negaciones o retaceos que apenas importan y ya no convencen a nadie, porque tienen escasamente que ver con la crítica legítima y las naturales discrepancias, casi todos reconocen, al lado de su principal función de grande y auténtico filósofo, su papel de introductor incansable de contenidos novísimos, su empeño en acercarnos textos esenciales, su incomparable labor en lecciones y conferencias[18].

Carlos Astrada, como tantos otros filósofos argentinos que se formaron por los años en que el influjo orteguiano fue mayor y que luego participarían del proceso de profesionalización e institucionalización de la filosofía, menospreció, a la postre, los alcances del pensamiento del español. Más sincero -y, francamente, también más justo- fue, por ejemplo, Luis Juan Guerrero (1899-1957), quien, en el prólogo a su Estética operatoria en sus tres direcciones, su obra señera, tras acusar la influencia, entre otros, de Vico y Hegel, de Husserl, Heidegger y Szilazi, estampó las emotivas palabras: “y por detrás de todos estos reconocimientos, la proteica figura de Ortega y Gasset, de quien se podría decir como de Herder, al final de la época de Goethe y Hegel, que ya lo hemos olvidado a fuerza de estar presente en todos nosotros”[19].

Ahora bien, Ortega ya llevaba tres años en Buenos Aires, era un intelectual reconocido mundialmente pero nunca se le había ofrecido integrar el claustro de la Universidad[20], nunca obtuvo una cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras con la que venía colaborando desde hacía más de veinticinco años. Su hija, Soledad, refiere en el texto de Imágenes de una vida, editado en ocasión del centenario de su nacimiento, a esa etapa del final de su exilio argentino: “Tampoco la Universidad le acoge en la forma decidida y clara que hubiera sido lo indicado y lo acertado desde su punto de vista”[21].

Es notorio que careció del impulso que le hubieran podido dar sus colegas de los viajes anteriores como Coriolano Alberini[22]Alejandro Korn -ya fallecido- o Francisco Romero. En efecto, el ambiente había cambiado: la universidad sufrió los vaivenes políticos y muchos de sus integrantes fueron separados de sus cátedras. De ahí que, aquella cercanía inicial del primer viaje en 1916, derivó en un triste alejamiento al comienzo de la década de 1940. La mañana del 12 de febrero de 1942, en que parte del puerto de Buenos Aires rumbo a Lisboa, no había allí representantes del mundo universitario.

Consideraciones finales

Es indudable el lugar que ha ocupado José Ortega y Gasset en la actualización de los estudios de Filosofía en la Argentina, no sólo por su actuación personal -abriendo el camino a una recuperación de la especulación metafísica frente al positivismo reinante en la Universidad de Buenos Aires al comienzo del siglo XX- sino también por su labor como autor y editor de la bibliografía europea más sugestiva.

En ese sentido, es destacable que haya brindado a los argentinos en sus tres visitas, a través de la cátedra en la UBA, lo mejor de su pensamiento (recordemos sus tesis sobre las masas y la exposición de la razón histórica -núcleo de su original filosofía).

Lamentablemente, una labor académica más sistemática no fue posible, tanto por las circunstancias personales (el fracaso de proyectos editoriales, el exilio de la guerra civil española, etc.) como por la cambiante realidad argentina, que no supo apreciar la proyección futura que hubiera podido lograr si su magisterio se incorporaba a nuestras instituciones educativas.

Notas

[1] Para obtener una visión más amplia de la labor de la ICE, ver: Rosario E. Fernández Terán y Francisco A. González Redondo, “Las cátedras de la Institución Cultural Española de Buenos Aires. Ciencia y educación entre España y Argentina, 1910-1940”, Historia de la educación, N° 29, Ediciones de la Universidad de Salamanca (2010), 195-219.
[2] Ortega había colaborado con el diario La Prensa en 1911, y al llegar a Buenos Aires se contaban entre sus publicaciones Meditaciones del Quijote (1914), Personas, obras, cosas (1916) y el primer volumen de El Espectador.
[3] Puede consultarse el texto del curso en la obra editada por José Luis Molinuevo, Meditación de nuestro tiempo. Las conferencias de Buenos Aires, 1916 y 1928 (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1996).
[4] M. E. Calandrelli, “De Salamanca a Córdoba”, La Nota, año II, núm. 57, Buenos Aires (9 septiembre 1916), 1122.
[5] Nosotros, N° 90 (1916), 140.
[6] Ver C. Asenjo e I. Gabaráin, “Viaje a la Argentina, 1916” -Tercera parte-, Revista de Estudios Orteguianos, N° 3 (2001), 41.
[7] Ver Hugo Klappenbach, “La recepción orteguiana, Alberini y la renovación de la psicología argentina a partir de los años veinte”, Revista de Historia de la Psicología, vol. 20, N° 1 (1999), 87-95.
[8] Klappenbach, “La recepción orteguiana…”, 90.
[9] Hugo Klappenbach, “Periodización de la psicología en Argentina”, Revista de Historia de la Psicología, vol. 27, N° 1 (2006), 128.
[10] Klappenbach, “Periodización de la psicología…”, 128.
[11] Klappenbach, “Periodización de la psicología…”, 128.
[12] Hacia 1924 se habló de un posible regreso a la Argentina, en compañía de su buen amigo Ramón Gómez de la Serna, invitados por Bebé Sansinena de Elizalde, que también será decisiva en este segundo viaje y en el tercero de 1939. Cfr. José Lasaga Medina, “El intelectual, Ortega y el otro (escenas de postguerra)”, Colección, Nro. 28 (2018).
[13] Javier Zamora Bonilla, alude a este curso frustrado con el título de “Hegel y la historia”. Javier Zamora Bonilla, Ortega y Gasset (Barcelona: Plaza & Janés, 2002), 268.
[14] Zamora Bonilla, Ortega y Gasset…, 268.
[15] Francisco Romero se referirá Ortega como un “jefe espiritual”: “El jefe espiritual, sin ningún aparato institucional y por la mera irradiación personal, se constituye en autoridad y domina o inspira en gran parte de la alta cultura de un país en determinada sazón”. Francisco Romero, Ortega y Gasset y el problema de la jefatura espiritual, y otros ensayos (Buenos Aires: Losada, 1960), 41.
[16] Me refiero a los ensayos “La pampa… promesas” y “El hombre a la defensiva”.
[17] Romero, Ortega y Gasset…, 41.
[18] Francisco Romero, “En los setenta años de Ortega”, Imago Mundi, N° 2 (diciembre 1953), 70.
[19] Cita de Martín PRESTÍA, “Carlos Astrada frente a la tercera visita de Ortega a la Argentina”, Daimon. Revista Internacional de Filosofía. Suplemento, nº 8 (2020), 183-196.
[20] Lasaga Medina, “El intelectual…”: También sabemos por una carta de Ortega que citaremos más adelante que Alberini hizo gestiones en 1941 para que Ortega tuviera docencia en la Facultad de Filosofía, pero al parecer, en ningún momento hubo un ofrecimiento en firme de una cátedra en la Universidad de Buenos Aires.
[21] oledad Ortega, José Ortega y Gasset. Imágenes de una vida 1883-1955 (Madrid: Ministerio de Educación y Ciencias / Fundación José Ortega y Gasset, 1983), 54.
[22] Alberini, quien en 1949 era el Secretario Técnico del Primer Congreso Nacional de Filosofía que se celebraría en Mendoza, invitó a Ortega, pero no asistió y, ni siquiera, consiguió que enviara una comunicación.
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