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La Teología en la formación de la conciencia histórica
Carlos María Galli
Carlos María Galli
La Teología en la formación de la conciencia histórica
Revista Teología, vol. 60, núm. 142, pp. 9-67, 2023
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires
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Resumen: La conciencia histórica es un factor fundamental en la construcción de una identidad. Un rasgo del individualismo posmoderno es la pérdida del sentido de la historia y la reducción de la conciencia al presente: el hoy, el momento, el instante. Esto sucede en todo el mundo en virtud de la contemporaneidad alcanzada por los medios de comunicación y las redes sociales, y se agrava por la falta de perspectivas y proyectos para el futuro, lo que crea incertidumbre y angustia.

Esta meditación sigue cuatro momentos. En el primero, se apunta a renovar nuestra conciencia histórica poniendo el foco en la trama temporal de la vida personal y comunitaria (I). En el segundo el autor despliega varias relaciones entre la historia humana y la fe cristiana, prestando una atención principal al cristocentrismo de la historia (II). En la tercera sección se señala la novedad de la irrupción de la historia en la teología del siglo XX (III). Al final se presenta el fundamento histórico que guía a la Facultad de Teología e indica tres novedades puntuales que expresan la dimensión histórica en las tareas que hacemos para alcanzar los fines de la institución: investigar, enseñar y difundir la teología (IV). Se trata del texto completo, revisado y actualizado del discurso del decano Pbro. Dr. Carlos María Galli pronunciado el 16 de marzo de 2023 al abrir el Año Académico en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

Palabras clave: Conciencia histórica,Experiencia,Expectativa,Evangelización.

Abstract: Historical awareness is a fundamental factor in the construction of an identity. A feature of postmodern individualism is the loss of the sense of history and the reduction of consciousness to the present: the today, the moment, the instant. This is happening all over the world by virtue of the contemporaneity reached by the media and social networks, and is aggravated by the lack of prospects and projects for the future, which creates uncertainty and anguish. This meditation follows four moments. In the first, the aim is to renew our historical consciousness by focusing on the temporal fabric of personal and community life (I). In the second, the author unfolds various relationships between human history and the Christian faith, paying particular attention to the Christocentrism of history (II). The third section points out the novelty of the irruption of history in twentieth-century theology (III). At the end, the historical foundation that guides the Faculty of Theology is presented and three specific novelties are indicated that express the historical dimension in the tasks we carry out to achieve the goals of the institution: research, teaching and disseminating theology (IV). This is the complete, revised and updated text of Dean's speech, Pbro. Dr. Carlos María Ga-lli delivered on March 16, 2023 at the opening of the Academic Year at the Faculty of Theology of the Pontifical Catholic University of Argentina.

Keywords: Historical Consciousness, Experience, Expectation, Evangelization.

Carátula del artículo

Artículos

La Teología en la formación de la conciencia histórica

Carlos María Galli
Facultad de Teología – Pontificia Universidad Católica Argentina, Argentina
Revista Teología
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0328-1396
ISSN-e: 2683-7307
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 60, núm. 142, 2023

Recepción: 10 Junio 2023

Aprobación: 23 Diciembre 2023


La Teología en la formación de la conciencia histórica

«Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:

un tiempo para nacer y un tiempo para morir…» (Qo 3,1-2).

«A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos…» (Hc 2,22).

«Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y para siempre» (Hb 13,8)

El cristianismo está en la historia y la historia está en el cristianismo. Hoy deseo reunir la reflexión teológica y los anuncios institucionales en torno a las relaciones entre la historia y la teología, que es un discurso de la fe fundada en la revelación histórica de Dios y en la fe de la Iglesia contemporánea. Señalo esta red de vínculos cuando el mundo es vivido como un movimiento histórico abierto, pero donde, al mismo tiempo, se percibe de forma intensa la levedad del ser y la fugacidad del tiempo.

La religión judeocristiana está en el origen de la concepción occidental de la historia como un proceso creciente hacia una mayor universalidad y, desde 1492, por la llegada de la Iglesia católica a nuestra tierra, está presente en la génesis y en el curso de la historia latinoamericana. Varias circunstancias, a las que mencionaré en este ensayo, hacen propicia la consideración del tema en este momento.

Mi meditación sigue cuatro momentos. En el primero, apunto a renovar nuestra conciencia histórica poniendo el foco en la trama temporal de la vida personal y comunitaria (I). En el segunda despliego varias relaciones entre la historia humana y la fe cristiana, prestando una atención principal al cristocentrismo de la historia (II). En la tercera sección señalo la novedad de la irrupción de la historia en la teología del siglo XX (III). Al final presento el fundamento histórico que guía a la Facultad de Teología e indico tres novedades puntuales que expresan la dimensión histórica en las tareas que hacemos para alcanzar los fines de la institución: investigar, enseñar y difundir la teología (IV).

I. LA CONCIENCIA HISTÓRICA
1. Crisis de la conciencia histórica

En la encíclica Fratelli tutti, Francisco titula un número: El fin de la conciencia histórica (FT 13).

«Por eso se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos. En esta línea se situaba un consejo que di a los jóvenes: «Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen —o deconstruyen— todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido» (FT 13; con cita de CV 181).

La conciencia histórica es un factor fundamental en la construcción de una identidad. Un rasgo del individualismo posmoderno es la pérdida del sentido de la historia y la reducción de la conciencia al presente: el hoy, el momento, el instante. Esto sucede en todo el mundo en virtud de la contemporaneidad alcanzada por los medios de comunicación y las redes sociales, y se agrava por la falta de perspectivas y proyectos para el futuro, lo que crea incertidumbre y angustia. En una Argentina marcada por la locura inflacionaria, la volatilidad del peso, la crisis de la cohesión, el aumento de la pobreza y el cansancio social crece la tendencia a sobrevivir con lo poco que se tiene o gastar inmediatamente lo poco que se ahorra. No hay horizontes de mediano ni de largo plazo. Faltan consensos previsibles y políticas de Estado que privilegien el bien común por sobre los intereses sectoriales. No hay paz con las dimensiones temporales: el pasado condiciona, el presente vuela, el futuro asusta.

El diagnóstico del Papa Francisco es más profundo y amplio. Se refiere a una pérdida del sentido de la historia por la crisis de la conciencia que pierde esta triple trama temporal que nos sitúa en la vida común. Esto lleva a perder las raíces pasadas, a vaciar de contenido el presente y no tener esperanzas para el futuro. Deja al sujeto individual sin raíces que arraiguen en una tradición y sin proyectos compartidos en una comunidad de destino. Corta los vínculos culturales entre las generaciones.

La historia es el tiempo del ser humano en el mundo.[1] Surge cuando los hechos vivenciados por las personas y las comunidades son inscriptos en el calendario y quedan datados en una línea temporal compartida, como, por ejemplo, el 18 de diciembre de 2022 quedó fechado el triunfo argentino con Messi en el Campeonato Mundial de Futbol. La fecha es un puente que une la cronología del tiempo físico y la secuencia del tiempo vivido. Pongo otro ejemplo que marcó la conciencia argentina. En 1908 el Consejo Nacional de Educación, ante la necesidad de forjar una identidad compartida en un país lleno de inmigrantes, propuso la educación patriótica y fijó pautas para celebrar el 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816. Las celebraciones del primer centenario de la revolución en mayo en 1910 y la declaración de la independencia en 1916 constituyeron los ejes de una política de formación de la conciencia histórica basada en símbolos, aniversarios, fiestas, monumentos, museos.[2]

Por su capacidad espiritual el ser humano es sujeto de un fluir que abarca el tiempo cronológico en sus tres dimensiones. La distensión del alma conjuga la atención presente al presente, la memoria presente del pasado y la espera presente del futuro.[3] Hay tres presentes: vivir el hoy con atención, actualizar el ayer por la memoria, anticipar el mañana en la espera. «El tránsito del tiempo consiste en ir del (ex) futuro por (per) el presente al (in) pasado».[4] Las magnitudes temporales se viven como espacio de experiencia pasada, ámbito de iniciativa presente y horizonte de espera futuro.[5]

2. Los “trascendentales” de la historia

Reinhart Koselleck distingue dos trascendentales de la historia que permiten comprender su trama; los llama “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa”. Hacen referencia a la memoria y la esperanza, a lo experimentado ayer y a lo que se espera del mañana. La primera es el pasado presente en base a sucesos que ya han sido incorporados y pueden ser recordados. La segunda designa el futuro presente y apunta a lo que puede suceder, al todavía-no, a lo que se puede descubrir y experimentar. En su cruce se ubica el puro presente, al que Paul Ricoeur llama “ámbito de iniciativa”.

La historia es el tejido de vínculos que van madurando entre las tres dimensiones.[6] Al comenzar un año (lectivo) podemos preguntarnos ¿qué experiencias, qué iniciativas y qué expectativas tenemos?

(a) El espacio de experiencia es el pasado hecho presente, el tesoro acumulado del tiempo vivido. Se halla en distintos espacios y se puede recorrer por varios itinerarios. De la experiencia deriva el ser-afectado por el pasado. No disponemos de un saber transparente de nuestro ser histórico; estamos sujetos a las posibilidades y los horizontes de la situación. La historia no nos pertenece, nosotros le pertenecemos. Nos aproximamos a la verdad de lo sucedido, pero no somos los dueños de su sentido. Podemos representar lo pasado por los recuerdos de la memoria y los datos de la historia.

(b) El horizonte de espera es el futuro hecho presente a través de varias anticipaciones: expectativas, anhelos, preocupaciones, temores, cálculos, previsiones, esperanzas. Todos tenemos deseos y temores. No hay memoria que no tenga algo de proyecto, ni hay expectativa que no tenga algo de recuerdo. Ni la espera se deja derivar simplemente del pasado, ni hay sorpresas absolutas que lo tornen irrelevante. Recuerdo otro ejemplo de la historia argentina: en el siglo XIX, cuando surgía la nación, hubo un vaivén permanente entre el pasado y el porvenir, entre la crítica propia de la historia, realizada por la corriente ilustrada, y el arraigo en la tradición, rescatada por la historia romántica.[7]

(c) El ámbito de iniciativa es el presente como presente. La conciencia histórica incluye el “hoy” como punto de articulación entre la experiencia y la espera. El presente histórico «constituye una verdadera transición, mejor aún, una transacción entre el futuro y el pasado».[8] El imaginario histórico tiende a identificar la historia con el pasado porque en su experiencia y en su conocimiento «la presencia del pasado es algo distinto de la presencia del futuro».[9] En cambio, emplear el concepto de iniciativa para referirse al presente tiene la virtud de abarcar el obrar activo y el padecer pasivo. La historia es, siempre, acción y pasión con protagonistas, víctimas y testigos. En la comunidad eclesial académica de una Facultad de Teología convivimos, hacemos, nos apasionamos, sufrimos, nos alegramos, como en toda experiencia compartida. Todos vamos haciendo camino y ganando experiencia al compartir el presente que Dios nos regala sin caer en la nostalgia del pasado ni en la fuga al futuro.

Entre la conciencia vivida del tiempo interior, centrada en el presente, y la sucesión objetiva – según el antes y el después – del tiempo cósmico, sin presente vivido, surge la originalidad del tiempo histórico. La confluencia original entre la experiencia, la iniciativa y la expectativa modela la conciencia histórica para situarse en la actualidad, arraigar en la memoria y proyectar la esperanza. Pertenecer a una institución educativa universitaria, en cualquiera de sus claustros y sus estamentos, es un kairós para compartir experiencias y relatos, acciones y pasiones, deseos y esperanzas.

En este marco debe tener conciencia de las situaciones que vivimos a nivel personal y comunitario tanto en lo eclesial como en lo secular. Por ejemplo, somos conscientes, al celebrar los 40 años del régimen democrático, que nos afectan problemas gravísimos como el empobrecimiento y la desigualdad, la incertidumbre y el temor, el hartazgo y la anomia, la inflación y la informalidad, la inseguridad y la narcocriminalidad. Estamos en la encrucijada crítica de un país partido con mucha polarización.[10]

3. Las historias y la historia

El tiempo histórico une los acontecimientos y sus representaciones. La historia es tanto acontecimiento (res gestae) como narración (historia rerum gestarum).[11] En castellano una misma palabra designa la historia vivida y su conocimiento, la realidad y la ciencia histórica, la historia que hacemos y la que se estudia. Se da la historia sobre la que se escribe, constituida por la existencia y la tradición, y la historia escrita, científica y crítica. La historia se funda en la relación entre el pasado de lo acontecido objetivamente y el presente del sujeto que lo conoce y narra.[12] Mientras las cosas iban siendo, el pasado era presente para quienes lo vivían. Ya sucedidas, ellas ya fueron, son pretéritas para quienes vivimos hoy, y las conocemos en cuanto pasado que, de algún modo, afecta nuestro presente.

La historia vivida se trasmite en la historia narrada, dicha o escrita. Por eso la historia se cuenta y se escribe. En la cultura griega y romana se contaban “historias”: historia de algún acontecimiento particular. En la modernidad se formó el concepto “Historia” como un sustantivo colectivo singular, se lo identificó con la historia universal y se lo consideró como una categoría capaz de incluir a las historias particulares. Antes se trataba de la historia “de” esto o “de” aquello. Ahora, la historia a secas se amplió para contener la totalidad de los acontecimientos y la totalidad de los discursos.[13]

Ese nuevo concepto, “la” Historia – mundial – se convirtió en sujeto de sí mismo, el sujeto único del desarrollo de la humanidad, y la humanidad se volvió el objeto de esa historia. Por eso surgieron expresiones como la de Immanuel Kant (+ 1804): Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita.[14] “La” historia desvalorizó el pasado, se orientó al futuro y caracterizó el presente como un tiempo en el cual las esperanzas deseadas se alejaban de las experiencias hechas. A fines del siglo XVIII la expectativa era una revolución que trajera la libertad y el progreso.[15] En el siglo XIX, con el marxismo, la idea de Revolución llevó, incluso, a sustituir la noción de Historia.[16]

Esto, que parece remitir al pasado lejano, era un pasado presente o un imaginario vivo en las décadas de los años sesenta y setenta. Entonces se percibía un momento singular, y había que subirse al tren de la historia y prepararse para el momento en el que la revolución – de izquierda o de derecha – fuera la partera de “la” historia. Muchos creyeron en “la marcha de la historia” y querían sentirse inmersos en su curso irreversible y tocar la revolución con las manos. Algunos vivieron el mayo francés de 1968 o el Cordobazo de 1969 como el comienzo de la revolución social e interpretaron la revolución francesa – también la revolución americana – como un antecedente de la revolución latinoamericana contemporánea.[17] Por ejemplo, el padre Carlos Mugica (+ 1974), el primer presbítero asesinado por la violencia política en el siglo XX, estaba estudiando en París y fue testigo del mayo francés. El 4 de junio de 1968 escribió a sus padres y les contó que «algo muy profundo ha nacido: una nueva Revolución Francesa. Creo que repercutirá en todo el mundo, y espero también en la Argentina».[18]

Años después, otros sintieron que el 25 de mayo de 1973 comenzaba una nueva era cuyo curso pasaba por el peronismo triunfante. El 24 de marzo de 1976 otros pensaron que la reorganización nacional pasaba por el nuevo gobierno militar que quería poner orden. Esas expectativas se potenciaban si el futuro deseado parecía inminente y, más aún, si la espera estaba mediada por la esperanza mesiánica del Reino de Dios. Se decía que el curso del Reino pasaba por tal o cual proceso histórico, como si se pudiera predecir la proximidad de su hora. Si en el presente posmoderno parece perderse la conciencia histórica, en ese pasado moderno parecía que la historia futura devoraba a la conciencia.

Aquella época estaba marcada por el imaginario de la revolución, tanto en la forma del mito de la revolución transformadora y militante, como en la apología de la revolución purificadora y militar. Hoy se puede mirar ese tiempo con distancia hermenéutica. Nos ayuda a tener perspectiva crítica el hecho de que estamos en la etapa posterior a la caída de las esperanzas dadas por las religiones seculares -ideologías y utopías- impulsadas por la creencia en el progreso indefinido y el mito de la revolución universal. Inmersos en un clima cultural líquido, marcado por el desencanto del desencanto y la crisis de la conciencia histórica, las identidades colectivas están puestas en cuestión.

La conciencia histórica es frágil; debe consolidarse y actualizarse permanentemente. Los acontecimientos complejos son difíciles de comprender y juzgar porque «en la mayoría de los casos los contemporáneos no saben lo que se está gestando». [19] Al lector de la historia le cuesta entender lo que se gestaba en otro momento porque estaba en devenir (in fieri). Si es bastante difícil conocer el pasado, mucho más arduo resulta comprender el presente, en el que se acentúan las dificultades hermenéuticas por el carácter inacabado de los procesos y la contemporaneidad entre sucesos e intérpretes. Si como sujetos históricos puntuales nos corresponde hacer – y padecer – la historia presente, en buena medida no conocemos bien la historia que hacemos. El devenir fluye como el agua entre las manos, no nos bañamos dos veces en el mismo río y en el futuro otros comprenderán mejor lo que vivimos.

En este contexto cambiante cabe la pregunta, ¿la fe y la teología ayudan a tener conciencia histórica?

II. HISTORIA HUMANA Y FE CRISTIANA

Umberto Eco, en un diálogo con el cardenal Carlo Martini, afirmó que «fue el cristianismo el que inventó la historia». [20] El cristianismo es la fe en la Palabra de Dios revelada en la historia, cumplida en Jesucristo y trasmitida en la Iglesia. Es la religión del Dios que, en Cristo, sale al encuentro de los seres humanos peregrinos en la historia. Ella conjuga pasado, presente y futuro por ser la religión de la memoria, la profecía y la promesa. La teología reconoce la lógica de la acción histórica y propone construir el futuro con el potencial de la libertad humana sostenida por la providencia divina.[21]

1. La fe y la historia

El cristianismo es revelación, fe y religión. Surgió con Jesús en el seno del judaísmo y se basa en la revelación de Dios realizada en Cristo para siempre. Como religión positiva es un hecho histórico. Lo “positivo” no es una decisión humana sino el registro de un hecho histórico dado. Lo “puesto” en la historia es la revelación de Dios. «La historia es la forma de pensamiento propia del cristianismo».[22] El historiador Marc Bloch afirmó que «el cristianismo es una religión de historiadores». Tiene libros históricos como fuente, se desarrolla en la Iglesia -comunidad histórica- concibe la historia como una peregrinación a la patria, y la considera como «el eje central de toda meditación cristiana».[23]

A diferencia de las religiones que establecen el vínculo con Dios o lo divino a partir del mundo exterior o del interior del espíritu, el cristianismo es, en primer lugar, la religión de la historia. No es una cosmovisión basada en la naturaleza ni en la interioridad, lo que no le impide desarrollar esas dimensiones en la religiosidad y la ética. Se basa en la historia, como expresan tres testimonios calificados, que cito brevemente. Uno viene de la filosofía de la religión, disciplina filosófica que piensa el ordo ad Deum; otro de la teología fundamental, disciplina teológica centrada en la revelación divina; otro de los orígenes cristianos, que mira el paso de la Sagrada Escritura a la historia de la Iglesia.

Henry Duméry mostró que la esencia de la tradición judeocristiana consiste en ser histórica, tipológica, y con intención universal, pero de expresión particular. [24] Tanto en el judaísmo como en el cristianismo Dios no se manifiesta asumiendo la naturaleza exterior, como en los panteísmos arcaicos, ni en lo recóndito de la interioridad humana, como en el paganismo grecorromano, sino en una historia forjada por sujetos concretos, que son artífices de su destino en diálogo con el Dios de la Alianza. «Israel inventó la categoría de historia».[25] Ésta no surgió de fuerzas cósmicas o síquicas, sino de la libre comunicación de Dios en, a través y más allá de los miembros del Pueblo de la Alianza. Como partner de ese diálogo de amor, el ser humano es un sujeto capaz de transformar la naturaleza material, cultivar su humanidad y dar sentido a la historia. La noción de un proceso temporal encaminado a un futuro prometido y esperado es un legado judeocristiano a la civilización.

El teólogo Claude Tresmontant puso el acento en mostrar que la religión cristiana – con su doctrina, su ética y su culto – surge del hecho de una revelación desarrollada progresivamente en la historia de Israel. Esa manifestación de un Dios personal es el fundamento del monoteísmo abrahámico. Para los cristianos ese proceso comienza con la vocación de Abraham y culmina en el acontecimiento de Jesús de Nazaret. La revelación es la comunicación de un plan de Dios, y también de un conocimiento, una ciencia, una inteligencia que Dios brinda al ser humano por medio de otros seres humanos. Esta información puede ser recibida, creída, comprendida, pensada, enseñada, transmitida. Dios se manifestó por un acto de fe basado en testimonios fidedignos, creíbles, racionales. Por eso,

«La teología es una ciencia bien cimentada, epistemológicamente hablando. No se basa en una petición de principio. Se basa en un hecho: el hecho de la revelación. Y es la inteligencia humana la que, previamente, establece que sí hay una revelación, que Dios ha hablado, se ha expresado, que enseñó en esa porción de humanidad llamada Israel, desde Abraham hasta Yeshúa de Nazaret».[26]

El historiador Rafael Aguirre, y todo su equipo, investigan desde hace años los orígenes del cristianismo. El biblista muestra que el relato acerca del origen de la Iglesia está en condiciones de integrar de forma adecuada la investigación del historiador y la mirada del creyente, distinguiéndolas, sin confundirlas, y uniéndolas, sin separarlas. El creyente descubre la acción de Dios en la historia, en este caso, en los orígenes de la Iglesia cristiana. Esa acción divina no elimina los factores humanos y culturales que juegan en todos los procesos históricos. «Siempre será necesario el diálogo y el contraste entre quienes contemplan el pasado desde perspectivas diversas. Por eso la tarea del historiador es inacabable y hay fenómenos del pasado, especialmente los más cargados de significación para el presente, que tendrán que ser abordados una y otra vez».[27] El historiador vasco afirma:

«En principio, el proceso formativo del cristianismo puede ser objeto de estudio de historiadores, antropólogos y sociólogos, independientemente de si son o no son creyentes. Digo en principio porque también es verdad que la fe, sin interferir en la lógica ni en el rigor del estudio, puede orientar la investigación hacia ciertos aspectos que para un no creyente son de menor importancia. Lo que hace el creyente es dar una interpretación peculiar de este proceso, una interpretación teológica, verlo como desarrollo del plan de Dios en la historia … Estamos ante una versión de la irrenunciable articulación entre fe y razón; en este caso entre la investigación histórica y la interpretación teológica. La teología, la fe, no puede dictar los resultados a los que tiene que llegar el estudio histórico, pero tampoco éste puede cerrarse a una interpretación teológica. Por cierto, tal interpretación no se deduce de la investigación histórica, pertenece a otro ámbito de conocimiento, pero el creyente que lo acepta puede descubrir una coherencia muy particular en el proceso histórico».[28]

Así, su trabajo, siendo fundamentalmente histórico, tiene una dimensión teológica. Estos estudios ponen en diálogo la racionalidad histórica y la mirada creyente, y testimonian el aporte de la fe en un contexto en el que las exigencias de la razón y la crítica histórica forman parte del paradigma cultural. El cristianismo, surgido de la revelación, es una religión de la memoria, la profecía y la promesa.

2. La memoria del pasado

En el Primer Testamento Israel vive la Memoria del Dios de la Alianza.[29] La palabra hebrea “memoria” (zkr) caracteriza las relaciones humanas con Dios. El verbo zakar implica pensar y acordarse. Dios se acuerda de su amor y su fidelidad (Sal 25,7). Recordar es acordarse de algo en favor de alguien. Nehemías reza: «Oh Dios mío, acuérdate en mi favor de cuanto he hecho por este pueblo» (Neh 5,19). También es recordar algo a alguien, lo que sucede en un memorial litúrgico (zikkaron). Dios se acuerda y se le puede recordar algo: «Ustedes, los que hacen que el Señor se acuerde, no se tomen descanso ni lo dejen descansar a él» (Is 62,6). En el acto de recordar, la memoria y la acción van juntas. La memoria del corazón une el pensamiento, el sentimiento y la acción.

Dios es memorioso: guarda lo sucedido en la memoria de su amor fiel y «mantiene su alianza por mil generaciones» (Ex 20,6). Él se acuerda de su pueblo aunque Israel pierda la memoria. El recuerdo integra la oración de Israel, que mira hacia el pacto que lo constituyó en Pueblo de Dios. «Dios se acuerda siempre de su alianza» (Sal 111,5). El pueblo recuerda las maravillas que Dios hizo. Todo lo que existe en la naturaleza y se da en la historia es un memorial. Esta mirada retrospectiva nace del mandamiento: Acuérdate. Las obras salvadoras son acontecimientos memorables. El recuerdo alimenta el amor y lo vuelve oración. «Recuerden al Señor y su poder, busquen constantemente su rostro, recuerden las maravillas que él obró, sus portentos y los juicios de su boca» (Sal 105,2-3).

Al recordar, Israel sigue admirando las obras de Dios, las hace presente y se edifica como pueblo. Jeremías suplica: «Acuérdate, no rompas tu Alianza con nosotros» (Jer 14,21). La alegría brilla sobre el trasfondo de una memoria agradecida y el pedido de perdón nace de la memoria penitente. Sólo el que recuerda puede pedir perdón y agradecer el amor. En tiempos de crisis la memoria mantiene la esperanza. Una Lamentación reza: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad!» (Lm 3,17.21-23).

En el Pentateuco hay cinco grupos de textos referidos a la memoria. El primero está en la historia de los orígenes; el siguiente pertenece a las tradiciones patriarcales; el tercero a los relatos del éxodo; el cuarto son los textos sacerdotales acerca del culto; por último, todo el libro del Deuteronomio. En Egipto Dios escuchó los clamores de su pueblo y se acordó de su alianza con los patriarcas: «Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta» (Ex 2,24-25). Entonces Yahveh reveló su nombre para ser recordado de generación en generación. El pueblo, haciendo memoria de su Dios, experimenta que Él es “El que es”, el que está, el que sigue presente, lo acompaña y lo salva (Ex 6,5).

Los relatos y ritos de las fiestas litúrgicas celebran las gestas de Dios, actualizan la alianza, forman la memoria de las nuevas generaciones. La Pascua judía conmemora el paso de Dios que liberó al Israel en el acontecimiento del Éxodo. La liberación de la opresión es celebrada como un memorial: «Este día será memorable (lezikkaron) para ustedes. Lo celebrarán como una fiesta en honor del Señor» (Ex 12,14). Esa fiesta es una acción que recuerda y da gracias al Señor. La tercera copa de la comida pascual manifiesta esa alabanza. En la comida del cordero pascual encontramos una triple anámnesis o memorial: la liberación fundadora en el pasado, la gracia actual en la comida ritual y la espera de la salvación futura. Esta espera repleta de esperanza es una ardiente súplica.

El Deuteronomio es una «teología del recuerdo».[30] El descanso del sábado tiene como motivo el recuerdo de la esclavitud: «así podrán descansar tu esclavo y tu esclava, como lo haces tú. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto» (Dt 5,15). La doctrina social de Israel tiene su origen en la memoria de la opresión que sufrió y de la libertad que recibió como un don de Dios. Hay que traer al presente el dolor pasado que sana el corazón y hacer memoria de la liberación. Moisés, antes de que el pueblo entre en la tierra prometida, recordó la fidelidad divina a pesar de las caídas de Israel: «Acuérdate del Señor tu Dios porque Él te da la fuerza para que alcances esta prosperidad» (Dt 8,17).

La memoria es una dimensión de la fe y una palabra sagrada. Jesús deja la celebración de la Eucaristía como memoria cotidiana que introduce en su Pascua (cf. Lc 22,19). Dos relatos del Nuevo Testamento narran que Jesús instituyó la Eucaristía mandando hacer “esto” en conmemoración suya. San Pablo señala que el Señor lo dice cuando entrega su cuerpo y su sangre (1 Co 11,23-25). San Lucas lo dice en la entrega del cuerpo (Lc 22,19-20).[31] Las palabras «hagan esto en memoria mía» (eis ten emen anamnesin) significan una acción que hace recordar. Esta no se reduce a evocar de forma imaginaria un hecho realizado, sino que implica insertarse en una acción que se está dando. Las palabras se refieren a lo que Jesús hizo: «tomó el pan, dio gracias, lo partió, lo dio» (Lc 22,19). Esta anámnesis es un continuo hacer presente la entrega amorosa de Cristo que nos redime en la cruz.

Por la Eucaristía Jesús sigue presente de un modo especial. Sus palabras y gestos en la Cena tienen una correspondencia con la celebración pascual de Israel. El paralelismo prefigura, por la comida pascual, el acontecimiento principal, que hace memoria del pasado y se abre como un signo al futuro. Al reiterarlo todas las generaciones actualizan la gracia de ese evento liberador. Jesús identifica la entrega del pan y del vino en el cáliz con el don de su cuerpo y su sangre, de su persona y su vida.[32] La Iglesia agradece, actualiza y comparte la memoria de Jesús que se entrega a la muerte y da vida con su resurrección, hasta que Él vuelva. La comunidad creyente hace presente a Cristo muerto y resucitado por la acción del Espíritu – memoria viva de la Iglesia – que le recuerda lo que él dijo e hizo (cf. Jn 14,26). «¡Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos!» (2 Tm 2,8).

En la Eucaristía las comunidades cristianas aprenden a hacer memoria. Ella enseña a transformar el mal y el horror que afectan la vida argentina en las últimas décadas por la fuerza de la cruz pascual. Podemos convertir el pasado doloroso del fratricidio en un memorial que promueva una nueva fraternidad en la verdad, la justicia y la paz. Los cristianos estamos llamados a contar la verdad de toda historia, hacer memoria arrepentida de toda culpa y celebrar todo amor con gratitud. La memoria ayuda a curar las heridas de una historia crucificada y a encontrar espacios de vida compartida.

3. La profecía en el presente

El pensamiento judeocristiano se ha desarrollado siguiendo dos líneas principales, que se denominan histórico - profética y sapiencial. La profecía y la sabiduría son dos polos del discurso revelado y la teología cristiana. Estas direcciones del pensamiento se expresan mediante dos lenguajes irreductibles y, a la vez, complementarios. La profecía jalona el recorrido espiritual e histórico de una persona, una comunidad, un pueblo, la humanidad. La sabiduría ordena sistemáticamente las realidades del mundo, el ser humano y Dios según correspondencias que estructuran los niveles de la vida y del ser.

La profecía es la predicación de la Palabra de Dios en un momento de la historia y la interpretación de los acontecimientos desde esa Palabra, atenta a las continuidades y rupturas de la vida histórica. La sabiduría comprende todos y cada uno de los niveles del ser y la existencia para percibir sus armonías y analogías a partir de la sabiduría ordenadora de Dios, Principio y Sentido de la realidad. Si ambas son formas de conocer, la primera interpreta y discierne, la segunda afirma y ordena.[33]

La tradición profética de la Biblia marcó la comprensión cristiana de la historia. La “historia de la salvación” surge del encuentro entre el adviento del Dios eterno que viene a la historia y el éxodo del tiempo humano que se abre a lo divino. Puede significar varias realidades: la revelación de Dios en los acontecimientos; el plan divino que orienta la historia a una plenitud definitiva; la interpretación de los hechos desde la Palabra de Dios; el hecho de que la salvación se realiza en la historia.[34]

La Carta a los Hebreos afirma que Dios habló «por medio de los Profetas» (Hb 1,1). Ellos son voceros y voces de la Palabra de Dios en el Pueblo de Dios. Dios dirige su Palabra a su pueblo por medio del profeta: «La Palabra de Dios llegó o fue dirigida a…» Ezequiel, Oseas o Joel (Ez 1,3; Os 1,1; Jl, 1,1). Esta fórmula reconoce la intervención reveladora y salvadora de Dios. Por el profeta, la voz de Dios interpela a su pueblo en la historia. «Profeta es, en definitiva, la persona del presente».[35] Él lee, interpreta, escruta y juzga el presente a la luz de la Palabra que asume el pasado y orienta al futuro.

Los evangelios registran esta palabra de Jesús: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios visitó a su Pueblo» (Lc 7,16). Él es «verdaderamente, el Profeta que debía venir al mundo» (Jn 6,14). Más aún, en Él Dios dice su Palabra de un modo personal y pleno. Es la Palabra de Dios que se hizo carne, el Dios Unigénito que lo narra e interpreta, el exégeta y la exégesis del Padre invisible (cf. Jn 1,1.14.18). En Pentecostés la Iglesia recibió el don del Espíritu que la hizo un Pueblo profético, en el que todos profetizan (Hch 2,17). Todo bautizado ha sido ungido por el Espíritu Santo para ser profeta, o sea, para recibir y comunicar la Palabra divina en su vida y en la historia.

La profecía discierne el tiempo salvífico (Lc 12,54: dokimázo) e interpreta sus signos (Mt 16,3: diakrínein) desde el Futuro inaugurado en Cristo. Discernir e interpretar son actos de la función profética de la razón creyente. No predice el futuro, sino que lee la historia desde la Palabra de Dios, como explicación del pasado o presagio del futuro. La profecía es «saber lo que es divinamente justo en el momento. Significa el poder de indicar desde la óptica divina el puesto de las cosas, de los hombres, de las combinaciones del destino, de desenmarañar el embrollado ovillo de los tiempos».[36]

El Padre Lucio Gera, un gran maestro de esta Facultad de Teología, esbozó una teología de la historia que se convertía en profecía en cuanto procuraba un discernimiento teologal y una interpretación teológica del Plan de Dios en el curso del acontecer histórico contingente. Hace medio siglo el teólogo elaboró una rica noción de profecía como una función interpretativa de la fe y de la teología porque,

«si la fe tiene algo que ver con la historia, ello consiste precisamente en el hecho de que la fe es una interpretación escatológica de la historia… La fe ubica cada época particular y sus acontecimientos en el sentido global de la historia; y detecta, en el sentido particular de cada época, el sentido global del tiempo humano… Así, pues, la fe se confronta con la historia y con cada ‘presente’ histórico. Se hace lectura e interpretación del presente y, en esa confrontación con la actualidad histórica, se torna profecía… La profecía es interpretación, esto es, comprensión de un sentido de la realidad. Pero se trata de una interpretación profética…».[37]

La Encarnación del Hijo de Dios es el punto culminante del plan divino que plenifica el tiempo. Cristo es el fundamento, el centro y el sentido de la historia. La profecía cristiana interpreta la historia con la mirada del Señor, «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana» (GS 10; 45). En él Dios reveló las coordenadas definitivas del sentido último de los seres humanos y de la humanidad.

A diferencia de la tradición apocalíptica, que atraviesa los dos testamentos y se caracteriza por la ruptura radical entre dos eras, la profecía resalta la continuidad discontinua entre el presente histórico y el futuro escatológico. Los hechos tienen un sentido más pleno si están insertos en una secuencia que los precede y se orientan a una dirección que los trasciende. Interpretar es liberar la significación de un acontecimiento relacionándolo con otros para que brote una inteligibilidad mayor. La interpretación cristiana abre a las cuestiones del origen y el fin, y tiende a captar un sentido presente en la realidad ubicando los acontecimientos en una trama en la que Cristo es Principio, Centro y Fin.

Sobre estas bases la teología se ha desarrolló como un saber científico de carácter profético y sapiencial. La racionalidad teológica tiende a la sabiduría máxima por el conocimiento amoroso de Dios y se ejercita como acción profética que proclama la Palabra e interpreta la historia. Por ejemplo: la inédita situación generada en 1492, con la emergencia del continente americano, planteó la cuestión de América: problema moral.[38] En el siglo XVI se generaron polémicas de un profundo contenido teológico - político porque se referían a las relaciones entre los seres humanos y en las que se jugaba la fe en Dios. En los otros humillados aparecía la alteridad radical, creadora y misericordiosa de Dios. Dos grandes dominicos interpretaron ese proceso histórico desde la fe y defendieron la dignidad de los pueblos indígenas. Bartolomé de las Casas, en el sur de México y en Centroamérica, testimonia una teología profética comprometida con los más pobres. En la universidad de Salamanca, Francisco de Vitoria expresa una teología sapiencial en el ámbito universitario. Ambos pensaron los desafíos éticos del descubrimiento, la conquista, la colonización y la evangelización, y ayudaron a la causa indiana desde una fe esperanzada que actuó por medio del amor y promovió la justicia.[39] El pensamiento latinoamericano presenta valiosos antecedentes y modelos de una teología profética.[40]

4. La promesa de futuro

Dios interviene en la historia y, por su promesa, orienta su curso hacia el futuro. Este es el fundamento de la teología de la historia,[41] que rastrea «las ‘incidencias’ de Dios en el acontecer histórico».[42] La historia salvífica tiene una unidad complejísima e incluye muchas dimensiones, pero nunca se manifiesta totalmente, ni siquiera a la mirada creyente. Une la actuación salvadora de Dios y el movimiento cultural de los hombres, manteniendo una unidad en la distinción y una distinción en la unidad. A veces se simplifica atribuyendo los hechos de la vida cultural y política a la historia secular, y se considera lo que pertenece a la revelación, la fe y la Iglesia como historia salvífica. Hay que «superar el puro dualismo porque, al cabo, la tenta­tiva es que la historia de la cultura, la historia que llamamos profana o secular, se torne sagrada o santa. En la medida de lo posi­ble, con la gracia de Dios, debemos lograr que nuestro propio movimi­ento cultural sea historia evangélica, sea historia santa».[43]

Los hechos que acontecen conectan diversos niveles de la realidad. Dios guía con su providencia la historia del hombre y del mundo a su plenitud definitiva valiéndose de la cooperación de los distintos seres. Para la teología católica, Dios conduce el mundo con el concurso de los seres que ha creado, a los que les confiere la dignidad de actuar por sí mismos, de ser causas y principios unos de otros. Dios da a los seres humanos el poder de ser causas inteligentes y libres en la historia y convertirse en «agentes humanos particulares».[44] Cooperando libremente llegamos a ser colaboradores de Dios.

La fe afirma la unión misteriosa entre la acción humana y la Providencia divina. La unión de ambas causalidades se opera en un plano descifrable por el lenguaje religioso y metafísico, pero no es verificable por el análisis empírico. Dios actúa en las obras de sus criaturas como causa primera que opera en y por causas segundas. La fe descubre la acción de la Providencia en la historia de la Iglesia y en toda historia humana. El juego entre la Libertad infinita de Dios y la libertad finita del ser humano, con sus acciones libres, constituye el nivel más profundo de la historia. Esta conjunción es semejante a lo que sucede en la Persona de Cristo, en quien lo divino y lo humano se unen sin confundirse ni separarse. Él es el paradigma del pensamiento cristiano sobre el ser, el hombre y la historia.

Este modelo cristológico orienta la comprensión de la historia desde la fe y evita la confusión, porque afirma la dualidad entre Dios y el hombre, sin caer en el dualismo. También impide la separación porque reconoce que hay una sola historia salvífica y universal, sin caer en el monismo. Esta unidad en la distinción y esta distinción en la unidad se debe al hecho de que la salvación divina acontece en la trama de la historia y, al mismo tiempo, la trasciende verticalmente.[45] La presencia de Dios no se realiza fuera de los actos humanos libres, sino a través de decisiones históricas. Con terminología hegeliana se puede decir que la historia secular es “sobreasumida” en la historia salvífica.[46]

Creemos que Cristo es la plenitud divina de la historia humana. «Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4). La venida de Cristo señala la mayoría de edad del ser humano como hijo de Dios, que ahora puede llamar a Dios Padre o Papá (Gal 4,6-7). El texto de san Pablo asocia el nacimiento histórico del Hijo, Jesús, y nuestro nacimiento a la dignidad de hijos de Dios. La fórmula «Dios envió a su Hijo» expresa la mayor intervención de Dios. Cristo cumple el tiempo fijado por Dios en su plan salvador. El tiempo alcanzó su plenitud por la Encarnación del Hijo de Dios y por la totalidad de su vida y su pascua. No es que Dios envió a su Hijo porque el tiempo maduró, sino que la misión del Hijo llevó el tiempo a su plenitud (cf. Ef 1,10; Hb 1,2). Cristo es el cumplimiento de Dios a sus promesas y el principio del Final prometido.

5. Jesucristo, centro de la historia

Para san Marcos la plenitud acontece con el adviento del Reinado de Dios en Jesús. «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios se ha acercado. Conviérta

Para san Marcos la plenitud acontece con el adviento del Reinado de Dios en Jesús. «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios se ha acercado. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15). El tiempo se ha cumplido. La palabra kairos puede significar «un momento decisivo» (Lc 12,1; 13,3), o un «lapso de tiempo» (Lc 10,30; 11,13). La presencia de Jesús inicia un nuevo tiempo, cumple una larga espera, colma sin medida (pleroun) un gran anhelo. Lo muestra el verso central:

El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios se ha acercado

Conviértanse y crean en la Buena Noticia

Este paralelismo afirma una novedad. Por eso emplea verbos en modo indicativo y tiempo pasado (se ha cumplido, se ha acercado). En esta transformación histórica-escatológica los seres humanos son invitados a un cambio, que se expresa en los otros verbos que están en modo imperativo y tiempo presente (conviértanse y crean). La era del reinado de Dios llega con Jesús. El primer imperativo (conviértanse) corresponde al primer indicativo (el tiempo se ha cumplido): los oyentes reciben la llamada para girar de posición e ingresar en el tiempo nuevo. El segundo imperativo (crean) corresponde al segundo indicativo (el Reino de Dios se ha acercado): los oyentes están llamados a volverse por la fe a Cristo e ingresar en la nueva realidad en la que Dios reinará.[47] Todo el Nuevo Testamento insiste en que Cristo es la Plenitud de la historia y del cosmos (Col 1,19; 2,10; Ef 1,23).

Cristo es el Centro de la historia porque la Promesa de Dios ya se ha cumplido en Él, aunque todavía no se ha consumado en nosotros. En Él coinciden el Principio, el Centro y el Fin. «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (Ap 22,13; 1,8.17; 21,6). Él es el Principio de la creación y de la recreación, el Primogénito (protótokos) de la creación, el Principio (arché), el Primero que resucitó de entre los muertos (Col 1,15-18). También es, misteriosamente, el Último, «el último (eschatos) Adán» (1 Cor 15,45). La irrupción del Salvador inició los últimos tiempos de la historia, no en un sentido cronológico, sino en el orden de la manifestación de Dios. En Cristo se separan el centro y el fin porque la plenitud no coincide con su final cronológico. Él es el centro salvador de la historia, no es su término efectivo. Separando el centro del fin abre el tiempo intermedio del ya y el todavía no: la salvación ya aconteció, pero aún no alcanzó su plenitud. La fe sostiene que sólo el fin último puede unificar la historia y, por eso, «no hay historia sin fin de la historia».[48]

La centralidad de Cristo es un misterio de fe que no es percibido en los hechos particulares. Es un signo que el calendario más usado computa el paso del tiempo con relación a Cristo. Los dos mil años de su nacimiento – prescindiendo de la exactitud– representan un acontecimiento único para la humanidad. La Encarnación del Hijo de Dios pertenece a la historia, se mide según un cómputo temporal (cf. Lc 2,1-2) e inicia la era cristiana, la que tiene una fuerte gravitación en la medición del tiempo.

La Carta a los Hebreos proclama: «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y para siempre» (Hb 13,8). Esta frase es una solemne profesión de fe en Cristo, que es el centro de atención de las miradas de los creyentes y el fundamento firme de la esperanza entre los vaivenes de la historia (cf. Hb 13,9).

El creyente afirma el misterio salvífico de la historia, que está centrada en Cristo, unificada por la promesa divina y el fin escatológico, lo que le da su sentido último y funda una esperanza teologal.[49] La mirada teológica afirma la gradual unidad universal de la familia humana ante las pretensiones contrarias del universal­ismo abstracto moderno y el particularismo fragmentario posmoderno. Por un lado, ante la crítica ilustrada que impugna su particularidad histórica y le niega la universalidad de la razón; por el otro, ante la coexistencia lúdica de particularidades autónomas que rechazan lo universal como totalitario. Ambas posturas alimentan el debate acerca de la unidad y la pluralidad en la cultura y en la historia. Mientras se aceleran procesos opuestos de globalización y exclusión, teóricos de ambas posiciones disputan entre sí. Por un lado, los cultores de una postmodernidad desencantada que liquida la posibilidad de una historia universal y se reduce a sumar “muchas” historias particulares, privadas y cotidianas.[50] Por el otro, los que sostienen una modernidad unilateral y obstinada que postula una “única” historia guiada por la ilustración de la razón y el progreso de la libertad.[51]

El cristianismo afirma la unidad plural de la historia, sin fragmentarla en infinitas historias particulares ni someterla a una historia universal hegemónica. La historia debe avanzar hacia una universalidad que incorpore – no absorba – las diversidades, cuando la familia humana corre una misma suerte. La pandemia del Covid 19, el martirio de Ucrania, la crisis de alimentos y de energía, ponen al descubierto que todos navegamos en la misma barca y nadie se salva solo. La fe cristiana afirma la providencia amorosa de Dios, nuestro Padre común, que nos invita a construir una fraternidad universal y una amistad social que sean capaces de albergar a todos y a cada uno en nuestra casa común.[52]

III – LA HISTORIA EN LA TEOLOGÍA

El pensamiento teológico del último siglo, en todas sus disciplinas, vivió lo que se llamó la irrupción de la historia en la teología, tanto católica como protestante, y procuró un nuevo diálogo racional entre la historia y la teología. En ese intercambio se desarrollaron la dimensión histórica de la teología y la dimensión teológica de la historia. A partir del siglo XIX la Iglesia y la teología contemporáneas se renovaron por la vuelta a las fuentes de la fe y una mayor conciencia de la actualidad histórica.

1. Progresión circular entre razón teológica y racionalidad histórica

¿Qué razón justifica que la teología, ciencia de la fe, intervenga en la comprensión de la historia? La teología es la fe que piensa y el pensamiento de la fe, la fe que busca y sabe entender, y la inteligencia que busca y sabe creer. Es un conocimiento racional a partir de la fe y en la fe. Desde la Ilustración se ha divulgado una ruptura entre la fe y la razón como si fueran alternativas irreconciliables. A esa escisión respondió ya el joven Hegel en su escrito Creer y Saber (1803), en el que tomó distancia de la filosofía crítica de Kant.[53] Nada hay más alejado de nuestra posición teológica que una separación de principio entre una racionalidad de modelo iluminista y una fe de forma pietista.

La tradición católica se reconoce en la enseñanza de san Agustín (+ 430). Si bien no todo el que piensa cree – hay personas que no tiene una fe religiosa – «todo el que cree, piensa; piensa creyendo y cree pensando. Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula».[54] El discurso teológico despliega la racionalidad intrínseca de la fe. Creer es «pensar con asentimiento» (cum assensione cogitare). La fe es el acto de quien confía pensando y piensa confiando. La fe fecunda la inteligencia para entender un poco lo que se cree. Cuando un familiar muere sorpresivamente, es lógica que un creyente pregunte: ¿por qué? La fe popular hace las preguntas teológicas más simples y importantes.

La fe cristiana tiene una racionalidad intrínseca y la teología entra en diálogo con las distintas racionalidades teóricas – formales, experimentales, analíticas, hermenéuticas, especulativas – y sus correspondencias prácticas. El trabajo de la inteligencia dentro de la adhesión creyente implica el diálogo con los saberes de la filosofía, la historia y las otras disciplinas científicas. Esta asunción de la razón en la fe no es una simple trascripción de lo que dice la fe en el vocabulario de la razón, ni una simple transposición de categorías racionales en el registro de la fe. Es una reasunción transformadora de la razón para comprender la fe.[55] El ser humano puede desplegar una razón que integre niveles de racionalidad, como los de la religión, la teología, la filosofía, la historia, las artes, las ciencias.

San Juan Pablo II describió al vínculo entre la fe y la razón con la imagen circular: «No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización» (FR 17). Enseñó que «el nexo que debe instaurarse oportunamente entre la teología y la filosofía tendrá el carácter de un cierto progreso circular (cuiusdam circularis progressionis)» (FR 73). La figura circular tiene historia en el pensamiento, como expuse hace un cuarto de siglo.[56] Yo prefiero emplear, tanto para la teología, como para la filosofía y para la historia, la forma de comprensión representada en la figura diagonal de una espiral, o de una helicoidal, que combinan los símbolos de la esfera y la línea, y los movimientos de la circularidad y el progreso.[57]

En el intercambio interdisciplinario caben las correspondencias entre la fe, que se hace teología, y las diversas formas de racionalidad, como la filosofía y la historia. El saber de la teología es competente para dialogar con el saber histórico, reconociendo los diversos objetos, perspectivas y métodos que les corresponden. La teología piensa a Dios y todas las cosas en su relación con Dios a través de Cristo. Con Francisco de Vitoria (+ 1546) sostengo que «el oficio del teólogo es tan vasto que ningún argumento, ninguna discusión, ninguna materia son ajenos a su profesión».[58] La teología habla de la Biblia y la Liturgia, Dios y el hombre, Cristo, la Iglesia y los sacramentos, la moral y la espiritualidad, la cultura y la religión, la historia y el derecho, la justicia y la paz, el matrimonio y la familia, el trabajo y la fiesta, la patria y el mundo, el tiempo y la eternidad, todo n relación a Dios.

Deseamos cultivar una razón abierta y una fe lúcida para buscar consonancias o convergencias analógicas entre la teología y la historia, sin perder de vista las que aportan la filosofía, las ciencias y las artes. El trabajo de la inteligencia en la adhesión de la fe no sólo alimenta la teología, sino que también favorece el diálogo con toda forma de racionalidad sapiencial y científica, especialmente con la de la historia. La misma naturaleza de la ciencia histórica reclama conexiones interdisciplinarias.[59]

Pensar los acontecimientos con categorías tomadas de la filosofía y de la teología no es una novedad reciente. Immanuel Kant, a fines del siglo XVIII, hizo una interpretación filosófica de la revolución francesa, a la cual consideró “el signo” de su tiempo. Pensando que la Ilustración traería la mayoría de edad y la libertad ciudadana, consideró a la revolución como el gran signo de una historia en progreso hacia un nivel superior de sociedad, la cual se daría en un Estado de ciudadanía cosmopolita y federal para todos los pueblos.[60] En el opúsculo «Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor» (1798) expresó que sólo una historia profética podría responder esa pregunta, pero que era necesario tener una señal histórica en la que se pudiera anclar la tendencia a lo mejor.

Para explicar la experiencia de la revolución francesa Kant empleó categorías tomadas de la teología sacramental. El sacramento cristiano es un signo que conmemora un acontecimiento pasado, expresa la gracia que se dona en el presente, y anticipa la plenitud futura. El filósofo lo explicó usando la frase latina: signum rememorativum, demonstrativum, prognosticum. Como un profeta filosófico-político, consideró la revolución francesa como el presagio de la evolución moral y política del género humano, “su progreso hacia mejor, que jamás retrocederá por completo”. Estaba convencido de que un fenómeno como ese perduraba y dijo que, si fracasa, «no por eso aquella predicción filosófica pierde nada de su fuerza».[61] Fue un teórico de la ideología del progreso indefinido de la razón y la libertad. Después, el Evangelio del positivismo de Auguste Comte tomó la evolución progresiva de la Humanidad como la ley suprema de la historia. La filosofía positiva expresó que «la ley de la evolución progresiva reemplaza la función del gobierno providencial».[62] Esa ideología concibió el progressus como una perfección infinita, superadora de la religión y la filosofía. La noción de progreso, típicamente moderna, simboliza que las expectativas de futuro superan las experiencias pasadas.

2. La fe discierne e interpreta los signos del tiempo

En esta Facultad queremos cultivar una teología profética que ayude al discernimiento evangélico y a la interpretación teologal de la historia, sobre todo de los signos de los tiempos. Jesús llamó a «interpretar... los signos de los tiempos» (Mt 16,3) y «discernir el tiempo presente» (Lc 12,56). Esa invitación fue acogida por el Concilio Vaticano II (GS 4, 11, 44) y los documentos posconciliares. Los acontecimientos históricos son signos que configuran un lenguaje. Su sentido puede ser interpretado a nivel cultural,[63] aunque estén atravesados por una pluralidad de significados. La historia en cuanto misterio, acontecimiento y proceso reclama la historia como texto, relato e interpretación.[64]

El ser humano es actor – agente y paciente – y lector – narrador e intérprete – del acontecer temporal. En el presente se narran e interpretan hechos del pasado y se producen nuevos sucesos – se escriben nuevos textos – que serán leídos en el futuro. Todo ser humano puede interpretar lo que sucede. Para Gadamer la hermenéutica designa una capacidad del ser humano llamado a comprender e interpretar los distintos textos de la realidad. Esta tarea pertenece a la experiencia humana y no es sólo un procedimiento para conocer una parcela de lo real. Es la experiencia y la práctica del arte de interpretar. «Esta es una praxis, el arte de comprender y de hacer comprensible».[65] Admitido este carácter práctico, Ricoeur afirma que la hermenéutica es, en sentido amplio, una teoría de la interpretación.[66]

Una segunda lectura, teologal religiosa, de los signos históricos. «trata de individuar en los tiempos, es decir, en el curso de los acontecimientos, aquellos signos que pueden darnos la pista de una Providencia inmanente... que puedan servirnos de señal –y esto es precisamente lo que ahora nos interesa– de una cierta relación con el Reino de Dios».[67] Esta hermenéutica, propia de la conciencia cristiana, inquiere la significación teológica de los hechos, como Kant buscaba la sacramentalidad filosófica-política de la revolución. En este plano los signos de los tiempos son llamados que Dios nos dirige a través de hechos significativos que reflejan interrogantes, aspiraciones, sufrimientos y esperanzas.

La fe nos enseña que historia es un misterio arraigado no sólo en la limitación del tiempo sino, y, sobre todo, en la libertad finita del ser humano. En ella suceden movimientos cargados de ambigüedad. Esta dramaticidad hace difícil alcanzar un conocimiento conclusivo, y requiere de un ejercicio de la opinión conjetural. Esta complejidad previene de caer en lecturas excesivamente unitarias y simples, según aquella filosofía de la historia cuya base es «que la Razón domina al mundo y que, por lo mismo, también en la historia universal todo ha ocurrido según la Razón».[68] El misterio de la histo­ria, en su conjunto y en sus fragmentos, se resiste a cualquier totalización conceptual.

La teología, ciencia de la humildad del Dios que nos ha hablado como amigos y se hizo pobre como nosotros, ayuda a la historia a respetar su misterio y no pretender hacer una lectura exhaustiva, lineal o cíclica, progresiva o regresiva, evolucion­ista o dialéctica, positivista o idealista, moderna o postmoderna, optimista o pesimista. «La inteligencia teológica de la historia de la humanidad no puede ser transpuesta en términos de historia mundial, ni elaborada en un sistema filosófico».[69]

Esta es la grandeza y la humildad de la verdad de la fe que interpreta la historia. Su comprensión no es circular (ni regresiva), lo que podría llevar a un pesimismo escéptico. Tampoco es lineal (ni progresiva), lo que podría conducir a un optimismo ingenuo. La novedad del cristianismo quebró el esquema circular del tiempo antiguo. San Agustín enseñó que el camino recto de Jesús hizo explotar los círculos de los tiempos y «“estos circuitos ya han explotado” (circuitis illi jam explosi sunt) … porque Dios puede hacer nacer cosas nuevas que jamás se hayan hecho».[70] Pero tampoco se identifica con una concepción meramente lineal, como la del progreso indefinido que se desarrolló en la modernidad. La visión cristiana de la historia corresponde, más bien, a un conocimiento en espiral, o, como dije más arriba, a un conocimiento helicoidal en la medida en que las hélices del helicoide cónico se agranden en cada espiral y puedan ganar tanto en profundidad como en amplitud.[71]

El Concilio Vaticano II ayudó a madurar la conciencia histórica de la Iglesia católica para que se sitúe en una nueva época. La relevancia dada a la historia en la Constitución pastoral Sobre la Iglesia en el mundo de hoy (1965) ayudó a repensar su función en la teología y en su método.[72] La Gaudium et spes enseña a hablar de la Iglesia “en” el mundo contemporáneo, y, por eso, “en” el mundo argentino.

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1).

Luego de su prólogo (GS 1-3) la Constitución tiene una introducción histórica (GS 4-10) y dos grandes secciones en las que expone la relación entre la Iglesia y la vocación integral del hombre (GS 11-45) y las grandes cuestiones pastorales de ese momento (GS 46-90). Este esquema está fundado en las acciones del método de reflexión teológico-pastoral que mira la realidad, juzga desde los principios doctrinales y orienta las grandes líneas evangelizadoras (GS nota 1). La misión de la Iglesia implica discernir e interpretar los signos de la modernidad desde la luz del Evangelio.

«Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del mundo moderno» (GS 4).

3. La historia en la teología contemporánea

Hoy necesitamos cristianos que piensen la fe y disciernan la historia. Necesitamos sabios y profetas.[73] El creyente pensante está llamado a ser proféticamente sabio y sapiencialmente profeta. La Iglesia y la sociedad necesitan figuras integradoras: sabios profetas, y profetas sabios. El talante profético pone a la teología en diálogo con la historia; el discurso sapiencial pide la conversación con la filosofía. En esta doble vertiente deseamos que se formen las nuevas generaciones que cultivan la teología.

El pensador cristiano comprende la historia a partir de la relación solidaria de la Iglesia con el mundo. Por eso coincido con que «la historia de la Iglesia debe escribirse de nuevo, no sólo a la luz de la Constitución Lumen gentium, sino también de la Gaudium et spes».[74] Esto es lo que procuramos en la Facultad al hacer historia de la Iglesia “en” América Latina, especialmente “en” la Argentina.

El rescate de la historia para la teología tiene una amplia tradición. En una de las obras más notables sobre las fuentes y el método de teología, titulada De locis theologicis, el gran teólogo español Melchor Cano (+ 1560) mostró la autoridad de la Historia humana para la ciencia teológica.

«En efecto, todos los varones doctos están de acuerdo en que los teólogos en cuyos estudios enmudece la Historia son ignorantes en todo… La Historia nos suministra de sus tesoros muchos conocimientos, sin cuya posesión seríamos tachados con harta frecuencia de incapaces e ignorantes, tanto en Teología como en cualquier otra ciencia en general… He advertido con frecuencia – y sobre todo en esta obra – que la Historia es necesaria al teólogo cuando argumenta».[75]

La historia ayuda a hacer teología y la teología ayuda a hacer historia. La teología busca los criterios para determinar la forma en la que la acción de Dios en la historia se puede traducir en un método de lectura teológica e inquiere el sentido que tiene hablar de la historia no sólo como lugar hermenéutico sino, también, como lugar teológico (locus theologicus).[76] Una lectura teológica de la realidad histórica se mantiene en el régimen de la fe, lo que no permite una transparencia racional – racionalista – de la historia al concepto. La historia es un misterio de interacción entre las libertades humanas y la Libertad divina, por lo cual no es posible reducir los hechos a fatalidades del destino, ni convertir el acontecer contingente en un sistema necesario. El conocimiento histórico y la interpretación teológica del pasado no buscan descifrar el presente ni predecir el futuro. Sólo intentan ofrecer «una estructura conceptual»,[77] o «un esquema de orden y significación»,[78] para que la razón, sobre todo la razón creyente, pueda hallar sentidos en los hechos, a partir del Sentido pleno dado por Dios en Cristo. Él es la Novedad que renueva la historia. Él dijo «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Ésta es la grandeza y la humildad de la profecía como hermenéutica de la historia hecha desde la fe cristiana.

El Vaticano II orientó a la teología a pensar de forma simultánea la fe y la historia. La constitución Gaudium et spes (1965) hizo una primera relectura de la Constitución Lumen gentium (1964) presentando la vinculación entre la Iglesia y el mundo como un intercambio dialogal (GS 40-45).[79] Esa concepción rige este párrafo que muestra, según la dinámica del don y la recepción, la ayuda que la Iglesia recibe de la humanidad (GS 44). Lo hace empleando el lenguaje del anuncio de Cristo.

«La Iglesia, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en las lenguas de los distintos pueblos, y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así con el fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización. Porque así en todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo apropiado a cada uno de ellos y, al mismo tiempo, se fomenta un vivo intercambio entre la Iglesia y las diversas culturas» (GS 44).

La Iglesia toma el pensamiento (conceptum) y los lenguajes (linguarum) de los pueblos, e incluso el saber filosófico (sapientia philosophorum), para expresar (exprimere) e ilustrar (illustrare) el mensaje evangélico, y de ese modo, adaptarlo (aptaret) tanto al saber popular como a las exigencias ilustradas. Esa lista de verbos - acciones se enriquece con los matices del vocabulario de la adaptación, empleado en la teología preconciliar de la misión, décadas antes de que se use el neologismo inculturación.

El texto agrega que la adaptación, como ley de la evangelización, posibilita expresar el Evangelio de un modo apropiado a los distintos pueblos y, al mismo tiempo, promueve un vivo inter­cambio (vivum commercium) entre Iglesia y las culturas.[80] El término “culturas” designa en este documento escrito en 1965 aquello que el párrafo 13 de la constitución Lumen gentium – citado por GS 44a – denomina los “bienes” o los “dones” de los pueblos. El párrafo siguiente mueve al Pueblo de Dios, en especial a sus pastores y sus teólogos, a escuchar las voces del tiempo e intensificar el intercambio evangelizador (cf. GS 44b). La Iglesia se enriquece por esta acogida de los diversos valores humanos y culturales y así puede conocer y expresar el misterio de Cristo de forma más transparente y universal.

Todo el Pueblo de Dios debe discernir en los acontecimientos «los signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios» (GS 11). La función profética de la fe bautismal puede ser realizada por todos y cada uno de los miembros del Pueblo de Dios, y aquí, por todos los miembros de una Facultad de Teología. En el bautismo cada cristiano es ungido “sacerdote, profeta y rey” y puede esbozar una lectura inteligente y creyente de lo que vive en su propio ámbito. Todos tenemos que auscultar el sentido de los nuevos signos y las nuevas voces, en especial los teólogos, pensadores, pastores, catequistas, evangelizadores. En esa tarea laicos y laicas están llamados a construir el Reino de Dios en el corazón de la historia con el aporte de sus carismas laicales y sus competencias profesionales.

¿Qué conciencia tenemos del momento que vive la Iglesia católica con el pontificado de Francisco? Señalo sólo una sobre la que escribí hace una década,[81] y el Papa confirmó en una entrevista.[82] En la Iglesia está soplando el viento del sur. El Espíritu de Dios sopla como una fuerte ráfaga desde el sur global. En 1910 el 70% de los bautizados católicos vivía en el norte y el 30% en el sur. En 100 años se produjo una inversión en la composición geocultural del catolicismo. En 2010 el 32% vivía en el norte y el 68% en el sur: 39 en América Latina, 16 en África, 12 en Asia, 1 en Oceanía. Dos de cada tres católicos viven en África, América Latina y Asia. El mayor crecimiento se está dando en el continente africano. Hoy los católicos somos un 18% de la población mundial.

Este proceso histórico -del cual debemos tener conciencia- acelera el paso hacia una Iglesia efectivamente mundial. Luego de un primer milenio signado por las iglesias orientales y de un segundo dirigido por la iglesia occidental, se vislumbra un tercer milenio revitalizado por las iglesias del sur en una renovada catolicidad intercultural. Presidida en el amor por la iglesia de Roma, se consolida una configuración institucional, cultural y pastoral policéntrica. Con el primer Papa sureño y sudamericano se afianza el protagonismo de las periferias y los periféricos en la Catholica. Por eso es razonable pensar que está comenzando una nueva etapa histórica de la Iglesia y del papado.[83]

IV. LA HISTORIA EN ESTA FACULTAD DE TEOLOGÍA

Los cristianos, sobre todo quienes estudiamos teología y servimos a la evangelización, vivimos la fe en el curso de la historia y debemos tener el oído en el corazón de Dios y la mano en el pulso del tiempo. Los nuevos Estatutos de esta Facultad de Teología, aprobados en 2020, declaran:

«Por esta misión específica, la Facultad se ocupa de la Revelación cristiana y está inserta en la misión evangelizadora de la Iglesia, en cuyo ministerio profético participa (cf. VG art. 1). Toda su actividad ha de estar inspirada por este propósito misionero: que la fuerza del Evangelio informe a la cultura humana, de modo que los fieles lleguen a reunir personalmente, en una síntesis vital, la dimensión temporal de su vida con la savia de los valores evangélicos».[84]

La misión teológica de la Facultad se inserta en el gran marco de la misión evangelizadora de toda la Iglesia, y se realiza a través de la investigación, la enseñanza, la difusión y el servicio. Sus fines son:

1 - “Cultivar y promover, mediante la investigación científica, las propias disciplinas; ante todo, ahondar cada vez más en el conocimiento de la Revelación divina y de lo relacionado con ella; profundizar sistemáticamente las verdades que en ella se contienen; considerar y buscar diligentemente, a la luz de la misma Revelación, aportar a las soluciones de los problemas humanos planteados por cada época; y presentarla a los hombres de nuestro tiempo de manera adecuada a sus diversas culturas (cf. CIC c. 815; VG art. 3 §1; art. 69).

2 - Dar a los alumnos una formación superior en las propias disciplinas conforme con la doctrina católica; prepararlos convenientemente para el desempeño de diversas tareas científicas o pastorales; promover en la Iglesia la formación permanente de los ministros (cf. VG art. 3 § 2).

3 - Dentro de su función específica, prestar su servicio a las iglesias particulares y a la Iglesia universal en toda la labor evangelizadora, encaminando su colaboración ante todo a la comprensión, defensa y difusión de la fe y extendiéndola simultáneamente a la promoción humana en todo el ámbito de la cultura y de la sociedad (cf. VG art. 3 §3)”.

En una Iglesia en salida misionera, el pensar teológico medita la Palabra de Dios y presenta la tradición de la fe de una forma adecuada a los hombres de nuestro tiempo y a sus diversas culturas. En nuestro caso, se trata de hacer teología en la comunidad eclesial argentina en el siglo XXI. En este marco presento tres actividades que realizamos en este año lectivo porque nos ayudan a descubrir la presencia de la historia en el seno de la investigación, la enseñanza y la difusión de la teología.

1. Investigación histórica: La verdad los hará libres

La editorial Planeta publicó ya los tres tomos de la obra La verdad los hará libres, realizada por esta Facultad de Teología. El primer volumen tiene por título La Iglesia Católica en la espiral de la violencia en la Argentina 1966-1983. El segundo es La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado 1976-1983.[85] El tercer tiene por subtítulo: Interpretaciones sobre la Iglesia católica argentina 1966-1983. Esta obra, fruto de casi seis años de un trabajo colectivo que incluye cuarenta autores, procura articular las variaciones de la memoria y los datos de la historia en un relato interpretativo que ayude a madurar la conciencia histórica de nuestra Iglesia. Porque la ciencia histórica es documentación y narración, reflexión y juicio. El saber histórico no se alcanza sólo por la experiencia; requiere ser comprendido, juzgado y representado para sí y para otros.

En la segunda mitad del siglo XX la Argentina sufrió conflictos y violencias que causaron el dolor y la muerte de muchas víctimas. Entre ellos: las injusticias estructurales, el odio a los adversarios, la persecución recíproca, la proscripción, los golpes de Estado que subvirtieron el orden constitucional, los movimientos guerrilleros, la violencia política de izquierda y de derecha, las bandas paraestatales, el terrorismo de Estado. No hablamos de uno, dos o tres demonios, sino de una espiral demoníaca que tuvo su punto culminante en las violaciones sistemáticas y clandestinas a los derechos humanos cometidas por el gobierno de las fuerzas armadas desde 1976, en particular a través del secuestro, la tortura y la desaparición de personas, lo que generó la terrible realidad de los “desaparecidos”.

Nuestro trabajo versa sobre la actuación de la Iglesia católica en aquel período. Asumimos una investigación necesaria y pendiente. Al presentarla decimos que constituye una novedad en la historiografía argentina y eclesial. No hay una investigación tan vasta que tome como fuente principal muchos archivos de la Iglesia, junto con una buena parte de la bibliografía y con muchos testimonios.

Desde hace décadas la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) reconoce que no estuvo a la altura de los acontecimientos de esa época. Hace cuarenta años, antes de las elecciones de 1983, en el estudio Dios, el hombre y la conciencia, hizo una primera revisión de su actuación pastoral ante los crímenes contra la dignidad humana, la cual se profundizó en pronunciamientos posteriores en 1984, 1996, 2000, 2005, 2012. En el acto jubilar del inicio del milenio, los obispos pronunciaron en Córdoba la Confesión de las culpas, arrepentimiento y pedido de perdón de la Iglesia en la Argentina que incluía las faltas contra los derechos humanos. La súplica fue en primera persona plural:

«Padre… te pedimos perdón por los silencios responsables y por la participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación, en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas y las guerras, y la muerte absurda que ensangrentaron nuestro país».[86]

No obstante, esa confesión no tuvo el tono ni la resonancia para gravitar entre las urgencias argentinas.

Posteriormente, los presidentes de la CEA hicieron ordenar el material conservado en un archivo, hoy llamado “fondo Derechos Humanos”. En tiempos de Mons. José Arancedo se decidió poner a disposición la documentación para víctimas y familiares; y promover un estudio sobre la Iglesia en ese período. En 2012 la Conferencia publicó la Carta La fe en Jesucristo nos mueve a la verdad, la justicia y la paz. Afirmó: «Nos sentimos comprometidos a promover un estudio más completo de esos acontecimientos, a fin de seguir buscando la verdad, en la certeza de que ella nos hará libres (cf. Jn 8,32)».[87] En 2013 el Papa Francisco dio instrucciones para digitalizar los archivos. En 2016 se dio a conocer en Roma y Buenos Aires el inicio del Protocolo para la Consulta del material archivístico relativo a los acontecimientos argentinos (1976-1983) para informar a quien corresponda.

En diciembre de 2017 el nuevo presidente de la CEA, Mons. Oscar Ojea, me pidió formalmente, como decano de la Facultad de Teología, hacer una investigación que ayude a reconstruir una memoria histórica lúcida para contribuir a la verdad. El Episcopado puso su confianza en nuestra seriedad académica, reconocida por el nivel de sus profesores, investigaciones y publicaciones. Desde los años sesenta esta institución privilegió el estudio de la historia de la Iglesia latinoamericana y argentina.

Luego de un discernimiento colegiado respondí positivamente. La Facultad asumió la responsabilidad de la investigación y la publicación. En mayo de 2018 formé la Comisión Directiva. En ella, junto a los otros directores de la obra -Juan G. Durán, Luis Liberti, Federico Tavelli- participaron el Vicedecano Gerardo Söding, y Mons. Jorge Casaretto, vínculo con la Comisión Ejecutiva de la CEA. Para los primeros tomos convocamos a más de veinte investigadores que, además del interés por el tema, reunieran tres requisitos: trabajar en grupo, emplear el método histórico, tener estudios en teología. Para el momento hermenéutico, que se publicará en el tomo 3, invitamos a varias personalidades académicas argentinas y extranjeras. Trabajamos de forma comunitaria porque no quisimos sumar textos aislados. Para el momento narrativo hicimos un seminario virtual en 2020, en plena pandemia. Para el momento hermenéutico realizamos tres seminarios con participación presencial y virtual.

Intentamos escuchar la voz de los archivos prestando atención crítica a fuentes inéditas y editadas. El Vaticano acostumbra a abrir sus archivos muchas décadas después de los hechos. Un valor único de este trabajo está en estudiar, por primera vez, la documentación inédita de Archivos de la Conferencia Episcopal Argentina y de la Secretaría de Estado. Esto se nota, sobre todo, en el tomo dos. Para el primero se investigó en archivos de diócesis y congregaciones masculinas y femeninas, de algunos organismos en favor de los derechos humanos, de instituciones nacionales y provinciales. Esto influyó en la forma de estudiar los temas. Por ejemplo, al hablar del Padre Mugica, asesinado en 1974, se cita solo la bibliografía existente; al tratar la desaparición y la liberación de los jesuitas Jalics y Yorio en 1976 se emplea documentación inédita. Reconstrucciones similares se hacen en torno a Mons. Enrique Angelelli, los palotinos, las monjas francesas, hechos sucedidos en 1976-77. Al mismo tiempo, siguiendo el método histórico, escuchamos voces de testigos. Hay testimonios y análisis de protagonistas, muchos de ellos aportados por otros estudiosos y otros que hicimos nosotros.

El lapso elegido va de 1966 a 1983 por la mirada simultánea a lo secular y lo eclesial. El punto de llegada es claro. El punto de partida es 1966 porque en ese año se produjo la “Revolución Argentina”, que duró hasta 1973. Un estudio reciente confirma lo significativo que fue para nuestro país lo sucedido en ese año.[88] Podría haber comenzado antes, pero no podemos abarcar toda la historia; sólo lo hicimos en el capítulo cuarto del tomo 1, dedicado a la violencia política, que empieza en 1930. Abarcar de 1966 a 1973 permite observar continuidades y discontinuidades con lo sucedido en el período democrático de 1973 a 1976 y con el “Proceso de reorganización nacional”. En 1966 la Iglesia argentina comenzó a asumir las orientaciones renovadoras del Vaticano II (1962-1965) iniciado por Juan XXIII y completado por Pablo VI. Ese proceso de recepción pastoral se mezcló con situaciones y transformaciones de nuestra vida social. En ese año se firmó el Acuerdo entre la República Argentina y la Santa Sede, que dio un nuevo marco normativo a las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado Nacional, comenzando a superar, muy lentamente, la herencia jurídica del Patronato.

El sujeto de estudio es toda la Iglesia católica y, de forma particular, el Episcopado y la Santa Sede. No ingresamos en las acciones y los padecimientos de las iglesias cristianas hermanas. En el primer tomo consideramos comportamientos de laicos, consagrados y consagradas, presbíteros y obispos, en el contexto del cambio eclesial, el imaginario cultural y la trama política de esas décadas. Notamos la acción de católicos junto con otros argentinos por la defensa de los derechos humanos. El tomo 2 estudia lo actuado por la Conferencia Episcopal Argentina, la Nunciatura Apostólica y la Secretaría de Estado, lo que atrae de un modo especial. En particular señalo el capítulo 17 sobre los niños desaparecidos y el capítulo 24 sobre las listas de víctimas por quienes se acudió a la Iglesia.

Esta obra analiza la realidad con el rigor de la ciencia histórica, iluminada por la luz de la fe cristiana. Procuramos buscar y contar la verdad evitando caer en relatos ideológicos y en apologías corporativas. Las dimensiones y contradicciones de la historia vivida inspiran una actitud intelectual honesta, humilde y audaz, porque podemos contribuir con esta investigación a llenar vacíos historiográficos y, a la vez, no cerramos ningún capítulo, sino que incentivamos nuevos estudios. Ofrecemos una exposición legible para quien se interese por el tema sin ser especialista en historia ni en teología. Con fuentes y análisis nos dirigimos a estudiosos de la historia argentina, de la vida de la Iglesia, de la realidad política y social, de las interacciones entre religión y sociedad. Esperamos que sea un instrumento útil para profesores de historia argentina en varios niveles del sistema educativo.

En 2018 fijamos el objetivo de este trabajo según la competencia académica de esta Facultad. Éste se distingue de la misión pastoral del Episcopado, que incluye su servicio a la fraternidad entre los argentinos. En el Prefacio, la Comisión Ejecutiva de la CEA expresa una actitud penitente que llama la atención en una sociedad en la cual las instituciones no hacen autocríticas, ni piden perdón:

«Este trabajo se encuadra en un propósito que es central para nosotros como Conferencia Episcopal: trabajar por el encuentro y la fraternidad del Pueblo Argentino que no se logrará sin conocer la verdad histórica y sin promover la auténtica justicia. En esta búsqueda de verdad nos mueve la necesidad de pedir perdón … Sin la pretensión de juzgar a las personas, lo cual excede nuestra competencia, queremos conocer la verdad histórica y pedir perdón a Dios, a la comunidad argentina y a las víctimas de la violencia, como pastores de nuestra Iglesia peregrina en Argentina».[89]

La obra se sitúa en la disciplina científica llamada historia de la Iglesia.[90] La hemos estructurado en tres momentos, dedicados, sucesivamente, a los fundamentos del conocimiento de la Iglesia en la historia; al estudio histórico - narrativo de aquel tiempo, y a ensayos de carácter hermenéutico - interdisciplinario. Son fragmentos de una sola obra y despliegan parte de la riqueza del conocimiento acerca de la actuación de la Iglesia en nuestra historia. La introducción general, que desarrollo en los tres primeros capítulos del tomo 1, es un ensayo histórico, filosófico y teológico que piensa la historia y la fe, resume la historiografía acerca de la Iglesia en nuestro país, discierne su estatuto científico, explicita las categorías que empleamos y expone las ideas de algunos pensadores de aquella época.

El momento narrativo abarca el resto del tomo 1 y todo el tomo 2. El volumen 1 analiza la recepción del Vaticano II y la acción pastoral en esos años, junto con la experiencia y el pensamiento, la acción y la pasión de los miembros de la Iglesia en la vida laical, consagrada y sacerdotal. Contiene el testimonio de obispos de distintas generaciones, considerados individualmente, y la diversidad de posturas episcopales que hubo en aquel tiempo. Ofrece el pensamiento de tres obispos: Jorge Casaretto y los fallecidos Carmelo Giaquinta y Miguel Hesayne. Analiza el compromiso de católicos en el Servicio Paz y Justicia, el Movimiento Ecuménico, la Asamblea Permanente y el Centro Nazaret.

El tomo 2 se focaliza en la actuación del Episcopado argentino y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado y los derechos humanos. Se concentra en el período de 1976 a 1983 y emplea casi exclusivamente la documentación desclasificada de archivos de la Iglesia. El volumen tiene más de cuatro mil notas. Contiene muchísimas novedades, como las cartas entre los presidentes del episcopado y del país; las reuniones de la comisión de enlace de la CEA con los secretarios de las fuerzas armadas; la compilación de las listas de víctimas por los que se pidió información a la Iglesia, que contiene 3.115 casos de personas, algunos de los cuales fueron presentados más de una vez. Parte de la documentación consignada fue trasmitida a la CEA que, a la vez, la entregó a la Justicia. Junto con los acontecimientos locales, se estudian los diversos conflictos internacionales: el reclamo de varios países acerca de los desaparecidos; el diferendo por el canal de Beagle agudizado por las dictaduras militaristas de Argentina y Chile; el inicio de la mediación papal; la guerra entre la República Argentina y el Reino Unido por las Islas Malvinas; y, en ese marco, la visita de Juan Pablo II en 1982.

El tomo 3 contiene estudios interdisciplinarios con distintas lecturas de la Iglesia y del país. Nuestro tema se sitúa en el cruce entre la historia, la sociología, la ciencia política, el derecho, la filosofía y la teología. El momento hermenéutico no se reduce a una interpretación, sino que abre a muchos acercamientos de los acontecimientos y sus significados. Los estudios intentan manifestar nuevos aspectos de una historia compleja que las distintas disciplinas permiten resaltar. Se agregan voces de protagonistas y testigos de aquella etapa y algunos ecos de lectores de los primeros tomos. La comprensión de los hechos se enriquece cuando se los lee desde varias ópticas que pueden complementarse en una racionalidad abierta y plural. La fe cristiana, que se hace teología, no debilita, sino que respeta y potencia la agudeza crítica de la racionalidad histórica. Los ensayos finales aportan la luz de la esperanza para mirar al futuro y construir juntos la paz en la verdad, la justicia y el amor.

2. Extensión pastoral: Una diplomatura para atrevernos a pensar la fe hoy

Junto con el estudio del pasado mediante la investigación histórica, la Facultad de Teología ofrece el servicio de pensar las cuestiones del presente a la luz de la fe cristiana según la tradición católica. Esto implica discernir los procesos históricos que se dan en los pueblos y las interpelaciones que presentan al Pueblo de Dios, presente y peregrino en las iglesias locales. Esta perspectiva histórica-cultural está señalada por los nuevos Estatutos en los fundamentos de nuestra misión.

«Para contribuir a esa síntesis, la Facultad debe mantenerse atenta al contenido, la evolución y las expresiones de nuestra cultura. Esta solicitud le permitirá discernir las modalidades propias de nuestros pueblos y formular, de una manera adecuada, el único Evangelio dirigido a todos. Para lo cual es necesario interpretar los procesos histórico-culturales, en sus diversas dimensiones (religiosa, moral, social, científica, técnica y artística en sus vertientes teóricas y prácticas) y el modo como aquéllos inciden en las condiciones de América Latina y de nuestra patria en el siglo XXI, para poder colaborar, desde la fe, en la lectura de los signos de los tiempos y la solución de los problemas humanos».[91]

La lectura teologal de los signos de los tiempos es una tarea permanente de la Iglesia en salida misionera y cualifica la pastoralidad o estilo evangelizador de la teología. Este ejercicio ayuda a las autoridades de la Facultad a descubrir las actuales necesidades formativas de los miembros de la Iglesia, sobre todo de sus alumnos e interlocutores. Por esta razón, en un diálogo sinodal con profesores, alumnos y graduados, en el último quinquenio actualizamos todos los planes de las carreras de grado -bachillerato, licenciatura sistemática y profesorado en teología- y de posgrado -maestría, licenciaturas especializadas- y acreditamos por tercera vez el doctorado en teología, que volvió a merecer la calificación A de la CONEAU – Comisión nacional de evaluación y acreditación universitaria.[92]

Con la misma actitud, deseamos atender “lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap 2,13) a través de los procesos sinodales de escucha, diálogo y discernimiento en común. Hoy se advierte un profundo clamor por una formación integral y un protagonismo activo, sobre todo de los fieles cristianos laicos. Esto se está manifestando en el camino del sínodo Para una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, incluyendo los documentos de la reciente fase continental;[93] en la primera asamblea eclesial de América Latina y El Caribe;[94] en las asambleas del Pueblo de Dios en varios países, como las de Chile y Australia, y en tantos sínodos diocesanos, como el que fue celebrado en Buenos Aires.[95]

Con este espíritu hemos discernido, decidido y programado la realización de un itinerario formativo nuevo: la diplomatura de Iniciación a la teología. Sus destinatarios son las personas que desean conocer y ahondar en la fe cristiana, tal como es vivida, celebrada y pensada en la tradición católica, mediante un curso abierto de nivel universitario. La propuesta surge de auscultar que en la Iglesia argentina se están dando muchas iniciativas formativas a nivel bíblico, espiritual, catequístico y metodológico, de carácter diocesano y regional, pero no se encuentra un itinerario propiamente teológico que ayude a pensar la actitud, el acto y el contenido de la fe en una forma dialogal, orgánica y sistemática. Por esta razón ofrecemos una iniciación, o sea, un camino espiritual e intelectual que ayude a experimentar juntos y a comunicar, con estilo sinodal, la alegría del Evangelio en nuestro tiempo.

El objetivo del curso es ofrecer una introducción kerigmática, inteligible, sintética e inculturada a la teología de la fe cristiana según la enseñanza de la Iglesia católica. Kerigmática quiere decir que tiene como fuente y culmen el anuncio fundamental de la fe en la Buena Noticia del Reino de Dios en Jesucristo, que es lo primero, principal y permanente. Inteligible significa comprensible y comunicable por el desarrollo de un discurso racional narrativo y argumentativo en el interior de la fe teologal. Sintética quiere decir que intenta una comprensión resumida, orgánica, pedagógica, que no se pierde en la infinita variedad de cuestiones secundarias, sino que busca una articulación sistemática. Inculturada significa que hacemos teología aquí y ahora, en el contexto de la Iglesia que peregrina en la historia argentina actual, empleando experiencias y lenguajes de nuestra cultura y nuestro tiempo.

Esta propuesta está abierta a los diversos miembros del Pueblo de Dios que atraviesan variados itinerarios de formación inicial o permanente, y de un modo especial, a los laicos, varones y mujeres que desean crecer en la fe y servir en la misión. No pretende agotar los temas, sino que es una iniciación para suscitar y alentar el deseo de seguir profundizando teológicamente en el Misterio aquí o en otras instituciones, según las inquietudes bíblicas, sistemáticas, espirituales y pastorales de los estudiantes. Además de las carreras permanentes, estamos pensando en otra diplomatura para 2024, dedicada a presentar las teologías de la vida cristiana: teología moral fundamental, teología espiritual, doctrina social de la Iglesia, teología litúrgica, historia de la Iglesia, teología pastoral, ecumenismo.

La articulación del curso 2023 sigue el orden sistemático que procede del Credo o Símbolo de la Fe, que es la confesión eclesial de lo que creemos. A partir de su origen bautismal, su estilo dialogal, su estructura ternaria y su contenido trinitario, el Credo resume el cristocentrismo trinitario de nuestra fe. La profesión de fe tiene un único centro bipolar, que va de la Trinidad a Cristo y de Cristo a la Trinidad. La concentración cristológica y el desbordamiento trinitario conducen la teología al Centro del Centro: Jesucristo, centrado en el Padre y centrador por el Espíritu.[96] De un modo similar, la señal de la cruz expresa la fe trinitaria con la palabra y la fe en el Cristo pascual por el gesto. Esta articulación fundada en el Credo se despliega en los seis módulos que conforman la diplomatura, y se distribuyen sucesivamente en los trece encuentros de cada uno de los dos semestres del año.

Otra de las novedades de este itinerario formativo consiste en que se realiza una sola vez por semana, durante dos horas reloj, los jueves de 18:30 a 20:30. Tiene la modalidad de enseñanza digital 100%, con clases sincrónicas (Zoom), con apoyo asincrónico (EVA, Brightspace) y con acompañamiento tutorial personalizado o grupal. Junto a los encuentros virtuales de frecuencia semanal se requiere la participación personal mediante los ejercicios parciales y una reflexión sintética - final. En este año lectivo 2023 están cursando la diplomatura unas ciento veinte personas de iglesias de todo el país.

3. Enseñanza: itinerarios históricos en las carreras teológicas de grado

Hay un nivel de la conciencia histórica que está compuesta por la memoria subjetiva y la historia objetiva, tanto de las personas como de las comunidades. En nuestro caso, es aquello que cada uno de los que pasamos por la Facultad en cualquier época y actividad, recorre como itinerario personal. También es aquello que transitamos juntos – en un curso, una generación, el claustro estudiantil, el claustro docente, las autoridades y los empleados –en el devenir de la institución a lo largo de las décadas. Cada uno, cada una, puede inscribir los hechos y las fechas en el tiempo calendario y así colaborar a crecer en la autoconciencia de la historia vivida personalmente con los otros.

Hay una historia “vivida” de esta Facultad de Teología, iniciada en 1915, que está cumpliendo ciento ocho años. En el Centenario de 2015 hicimos el esfuerzo de investigarla, documentarla, comprenderla y narrarla, y la convertimos en una historia “escrita”.[97] Pocos la conocen y menos aún la leyeron. La tendencia a vivir el presente y la fugacidad del tiempo no ayudan a conocer la tradición institucional, en la cual se fue consolidando nuestra identidad teológica. Cada año les damos en la Guía Académica una versión resumida de nuestra historia común para que se sitúen y caminos juntos.[98]

La presencia de la historia en la teología no se limita a los cursos de historia, sino que atraviesa toda la ciencia teológica. La teología se ha renovado integrando la mirada histórica y la especulación sistemática. Con esta base, aquí me limito, pensando en los estudiantes de las carreras de grado, sobre todo en los nuevos ingresantes, a nombrar diversas formas en las que la teología integra la historia.

En los planes de las carreras del primer ciclo hay una nueva asignatura que se llama Introducción a la historia. Fue puesta para ayudar a formar la conciencia histórica de forma interdisciplinaria, porque integra aportes de la ciencia histórica, el análisis de la cultura, la filosofía y la teología. Se introdujo para ayudar a conocer y a la historia, tomar conciencia de los procesos y hacerse protagonistas.

El estudio de la Sagrada Escritura nos presenta, de entrada, el curso de la historia universal de la salvación en la que todos estamos situados. Aquel une elementos históricos, literarios y teológicos ya desde las introducciones del primer año. Lo mismo sucede, con otro estilo, en los cursos de exégesis de los distintos libros de cada uno de los dos Testamentos. Los estudios bíblicos están dispuestos de forma sucesiva en once de los doce semestres de la Licenciatura sistemática en Teología.

La Teología sistemática comprende los cursos de teología fundamental, teología dogmática y teología moral que parten de la enseñanza de la Palabra de Dios dada en la historia y cumplida en Cristo, vivida y trasmitida por la Tradición histórica de la Iglesia. En esos campos y en sus materias la referencia histórica se ha vuelto decisiva tanto para la teología positiva como para la especulativa, o sea, para la teología narrativa y argumentativa.[99] En la teología fundamental hay dos cursos incorporados en distintas décadas: los Orígenes históricos del cristianismo y la Historia de la Teología.

La Teología pastoral conjuga el estudio de la misión de la Iglesia en la historia universal y local, junto con los principios de la acción evangelizadora. En cada una de sus asignaturas se busca mirar la realidad histórica, fundamentar los principios teológicos y orientar las decisiones pastorales, teniendo en cuenta la historia pastoral latinoamericana y el método de reflexión centrado en las acciones ver / contemplar / escuchar – juzgar / discernir / interpretar – proponer, orientar, obrar.

La Historia de la Iglesia, de la cual hemos hablado al presentar la obra La verdad los hará libres, conjuga en su estructura epistemológica la historia y la teología. Comienza con las primeras generaciones cristianas y recorre las edades hasta la época contemporánea. Conforme con el ideario de la Facultad presta una atención especial a los cursos de la historia latinoamericana y argentina.

La Filosofía se dicta de forma articulada con la Teología, con el testimonio y el saber de profesores y profesoras laicos, casi todos doctores en esa disciplina. Se organiza en los cursos de filosofía sistemática, en las cuatro materias de Historia de la Filosofía y en dos seminarios de investigación.

En el ámbito de las Humanidades se presentan los cursos de griego y de latín no sólo en su aspecto lingüístico sino también cultural, apoyándose en la historia de la cultura clásica. Algo similar sucede en algunos cursos teóricos de Pedagogía, orientados a formar el perfil del Profesor de Teología.

Conclusión: contemplar con fe y peregrinar con esperanza

Desde los poemas de Homero y el relato del Génesis, el viaje a otra tierra fue considerado un símbolo de la aventura humana. Mientras la odisea de Ulises era la vuelta de un largo exilio, el éxodo de Abraham fue una partida sin retorno (Gn 12,1), «sin saber a dónde iba» (Hb 11,8). Aquel navegaba por el agua, éste caminó por la tierra. La navegación y la caminata son dos formas del peregrinar de los seres humanos hacia una meta. En el Evangelio y en la Iglesia ambas metáforas, navegar y caminar, orientan la peregrinación orante y evangelizadora del Pueblo de Dios en la historia.

La historia es un peregrinaje al destino teologal de cada ser humano y toda la humanidad. Los caminantes tenemos un fin y recorremos un camino juntos -somos sinodales, compañeros de camino- como sucede al marchar a un santuario. Sin liberarnos de las tensiones del tiempo, inacabado e imprevisible, la fe encamina hacia el Sentido definitivo. El ser humano se orien­ta por la brújula de la fe que señala el Reino de Dios y al Dios del Reino, el Padre de Jesús y nuestro Padre, como el Fin último de la vida personal y la historia común. Va al encuentro del Dios que viene al encuentro y le invita a hacer una historia abierta a las sorpresas. El futuro no es sólo futurum, mera continuación del presente, repetición de lo mismo, prolongación de lo que ya somos en lo que seremos. Es también adventus, adviento de una novedad que irrumpe, presencia indeducible, gracia que sale al paso. El cristiano vive la historia en un clima de adviento ante el Dios que se hace Don: In adventu Domini.

La esperanza es la virtud de los peregrinos. Apoyada en la promesa de Dios y en la novedad de su gracia, sostiene la misión que Dios nos confía. La promesa (pro-missio) envuelve una misión (missio). Cada persona es llamada y enviada por Dios, el Padre, a servir a sus hermanos y hermanas. Abraham, padre de las tres religiones monoteístas, es el modelo del peregrino creyente que, fundado en la promesa, cumple su misión. «Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones» (Rm 4,18). Si esperamos en Dios y a Dios, Dios nos espera y espera en nosotros, porque nos confía una misión y nos ayuda a cumplirla. El amor de Dios derramado en los corazones nos impulsa a vivir la fe que obra por medio del amor. Cada uno debe confiar en Dios y también en sí y en su acción, pero confiándose, confiándosela y confiando su fruto a Dios. Todo ser humano, especialmente el que se siente más chiquito, es valioso para el Absoluto y absolutamente valioso.

En este encuentro nos alegramos porque, en el plan de Dios, a través de las mediaciones personales e institucionales dadas en la historia de todos, hoy nos podemos encontrar aquí. Damos gracias a Dios porque cada uno y cada una es valioso para Él, el Absoluto, y por eso, absolutamente valioso.

La conciencia histórica incluye percibir el sentido de lo que hoy vivimos juntos desde el ayer y hacia el mañana. Al comenzar el Año Académico 2023 nos confiamos a Jesucristo, el Señor de la historia. En la liturgia de la bendición del fuego nuevo y el cirio pascual, que representa a Jesús Resucitado en la historia, reconocemos que Cristo es el primero y el último, el alfa y la omega, el principio y el fin. Suyos son el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Material suplementario
Bibliografía
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Notas
Notas
[1] Cf. Paul Ricoeur, Tiempo y narración, III, El tiempo narrado (Madrid – México: Siglo XXI, 1996), 777.
[2] Cf. María Sáenz Quesada, Las cuentas pendientes del Bicentenario (Buenos Aires: Sudamericana, 2010), 293-307.
[3] Cf. Paul Ricoeur, Tiempo y narración, III, El tiempo narrado (Madrid – México: Siglo XXI, 1996), 777.
[4] Ibid., XI, 21, 27 en: Obras completas, II, 487.
[5] Cf. Paul Ricoeur, La mémoire, l’histoire, l’oubli (Paris: Seuil, 2000), 371-589
[6] Cf. Reinhart Koselleck, «“Espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa”. Dos categorías históricas» en Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos (Barcelona: Paidós, 1993), 333-357; «Le concept d’histoire» en L’experience de l’histoire (Paris: Gallimard, 1997), 15-99; Paul Ricoeur, El tiempo narrado, 939-989.
[7] Cf. Natalio Botana, La tradición republicana (Buenos Aires: Sudamericana, 1984), 199-259, esp. 205.
[8] Paul Ricoeur, «La historia común de los hombres. La cuestión del sentido de la historia» en Educación y Política, (Buenos Aires: Docencia, 1984), 59-71, 70.
[9] Reinhart Koselleck, Espacio de experiencia y horizonte de expectativa…, 339.
[10] Cf. Jorge Liotti, La última encrucijada. Los dilemas de la democracia argentina (Buenos Aires: Planeta, 2023), 67, 157.
[11] Cf. Georg W. F. Hegel, Lecciones de filosofía de la historia (Barcelona: Zeus, 1971), 86.
[12] Cf. Henri-Irénée Marrou, El conocimiento histórico (Barcelona: Labor, 1968), 31-35, esp. 33.
[13] Cf. Reinhart Koselleck, Historia/Historia (Madrid: Trotta, 20173), 27-46 y 82-106.
[14] Cf. Immanuel Kant, «Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita» en Filosofía de la historia, (Madrid: FCE, 1992); este opúsculo de fines del siglo XVIII ya contiene el doble sentido de la palabra historia (cf. 39, 61).
[15] En lengua alemana, la expresión modernidad o Era Moderna se dice con la palabra Neuzeit, Ésta desplazó a la designación del período contemporáneo como neue Zeit, que se traduce como “tiempo nuevo”.
[16] Cf. Koselleck, historia/Historia”, 78-83; Futuro pasado, 67-85.
[17] Cf. José Pablo Martín, Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Un debate argentino (Buenos Aires – San Antonio de Padua: Guadalupe – Castañeda, 1992), 152-153; cf. el capítulo «La marcha de la historia», 139-164.
[18] Martín De Biase, Entre dos fuegos. Vida y asesinato del Padre Mugica (Buenos Aires: Patria Grande, 20092), 125.
[19] Bernard Lonergan, Método en teología (Salamanca: Sígueme, 2006), 173; cf. Ibid. 179 con relación al pasado.
[20] Umberto Eco, «La obsesión laica por un nuevo Apocalipsis» en Umberto Eco y Carlo M. Martini, ¿En qué creen los que no creen? (Buenos Aires: Booket, 20083), 18.
[21] Cf. Carlos M. Galli, «Historia y fe. La lectura teológica de la historia» en Carlos M. Galli et al., La verdad los hará libres. Tomo 1: La Iglesia católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966 – 1983 (Buenos Aires: Planeta, 2023), 87-136.
[22] Walter Kasper, Fe e historia (Salamanca: Sígueme, 1974), 25; «Sobre el origen del pensar histórico en teología» cf. 11-46.
[23] Cf. Henry Duméry, Fenomenología y religión. Estructuras de la institución cristiana (Barcelona: Nova Terra, 1968), 19-30.
[24] Cf. Henry Duméry, Fenomenología y religión. Estructuras de la institución cristiana (Barcelona: Nova Terra, 1968), 19-30.
[25] Ibid., 30.
[26] Claude Tresmontant, Introducción a la teología cristiana (Barcelona: Herder, 1978), 107; cf. 90-116.
[27] Rafael Aguirre, «El proceso de surgimiento del cristianismo» en R. Aguirre (ed.), Así empezó el cristianismo (Estella: Verbo Divino, 20192), 22-48, 23.
[28] Ibid., 26
[29] Cf. Sergio Briglia, «“Acuérdate, Señor, de tu Alianza”. La memoria y el Jubileo», Revista Bíblica 60 (1998) 31-51; «Hagan esto en memoria mía» (1 Co 11,24) en Ricardo Ferrara y Carlos M. Galli (eds.) Memoria, presencia y profecía. Celebrar a Jesucristo en el tercer milenio (Buenos Aires: Paulinas, 2000), 45-66.
[30] Karl Heinz Bartels, «Recuerdo» en Lothar Coenen (ed.), Diccionario Teológico del Nuevo Testamento t. IV (Salamanca: Sígueme, 1984), 82; cf. W. Schotroff, «Recordar» en Ernst Jenni y Claus Westermann (eds.), Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento (Madrid: Cristiandad, 1978), 710-725.
[31] Cf. Xavier León-Dufour, La Fracción del Pan. Culto y existencia en el Nuevo Testamento (Madrid: Cristiandad, 1983), 103-129.
[32] Cf. Xavier León-Dufour, La Fracción del Pan …, 139-155, donde se hace la exégesis de las palabras sobre la memoria.
[33] Cf. Ghislain Lafont, La sabiduría y la profecía. Modelos teológicos (Salamanca: Sígueme, 2008), 17.
[34] Cf. Luis Rivas, «Historia de la salvación o la salvación en la historia» en Ricardo Ferrara y Carlos M. Galli, Tiempo e historia, 77-91; Adolf Darlap, «Teología fundamental de la historia de la salvación» en Johannes Feiner y Magnus Lohrer (dirs.), Mysterium salutis. Manual de teología como historia de salvación, I/1 (Madrid: Cristiandad, 1981), 49-204.
[35] Gabriel Nápole, Escuchar a los profetas hoy (Buenos Aires: Editorial Claretiana, 2008), 18.
[36] Hans Urs von Balthasar, Gloria. Una estética teológica. 3: Estilos laicales (Madrid: Encuentro, 1986), 423.
[37] Lucio Gera, «Reflexión» en Domingo Bresci y Rolando Concatti (eds.), Sacerdotes para el Tercer Mundo. Crónicas. Documentos. Reflexión (Buenos Aires: Publicaciones del Movimiento, 19723), 200-233, 212-213. Cf. Marcelo González, «Teología de la historia desde la perspectiva argentina. La contribución de Lucio Gera y Rafael Tello», Stromata 58 (2002): 219-248.
[38] Cf. Marciano Vidal, «América como “problema moral» en Historia de la Teología moral. La moral en la Edad Moderna (ss. XV-XVI). Tomo 2 (Madrid: El Perpetuo Socorro, 2011), esp. 108, 151-153, 425-439.
[39] Cf. Gustavo Gutiérrez, «Bartolomé de Las Casas: memoria de Dios y anuncio del Evangelio» en La densidad del presente (Salamanca: Sígueme, 2003), 129-152.
[40] Cf. Carlos M. Galli, «¿Una nueva fase en la teología iberoamericana?», Teología 122 (2017): 131-163.
[41] Cf. Xavier Tilliette, «Le Mystère théologique de l'histoire» en Enrico Castelli, La théologie de l’histoire. Herméneutique et eschatologie (Paris: Aubier, 1971), 72.
[42] Lucio Gera, «La teología de los procesos históricos y de la vida de las personas» en Virginia R. Azcuy, José Carlos Caamañ, Carlos M. Galli (Comité Teológico Editorial), Escritos teológico-pastorales de Lucio Gera. Tomo II. De la Conferencia de Puebla a nuestros días (1982-2007) (Buenos Aires: Agape - Facultad de Teología UCA, 2007), 869-890, 871.
[43] Lucio Gera, «Identidad cultural y nacional», SEDOI 73 (1984): 15.
[44] Bernard Lonergan, Método en teología …, 172.
[45] Cf. Juan Carlos Scannone, «El misterio de Cristo como ‘modelo’ para el diálogo de la teología con la cultura, la filosofía y las ciencias humanas» en El misterio de Cristo como paradigma teológico, XIX Semana Argentina de Teología en los 30 años de la SAT, Sociedad Argentina de Teología (Buenos Aires: San Benito, 2001), 127-158.
[46] Henrique de Lima Vaz, «Cristianismo y pensamiento utópico», Nexo 5 (1985): 25, 29.
[47] Cf. Joel Marcus, El evangelio según Marcos (1,1-8,21) (Salamanca: Sígueme, 2010), 186-190.
[48] Alberto Methol Ferré, Reflexiones sobre la historia de la Iglesia (Montevideo: Universidad de Montevideo, 2017), 164.
[49] Sobre los niveles de la historia cf. Paul Ricoeur, «Civilización universal y culturas nacionales» en Ética y Cultura (Buenos Aires: Docencia, 1986), 43-56; «El cristianismo y el sentido de la historia» en Política, sociedad e historicidad (Buenos Aires: Docencia, 1986), 99-114; Gaston Fessard, «L’Histoire et ses trois niveaux d’historicité» en La dialectique des Exercices spirituels de Saint Ignace. III Symbolisme et historicité (Paris-Namur : Lethielleux, 1984), 449‑475.
[50] Cf. Gianni Vattimo, El fin de la modernidad (Barcelona: Gedisa, 1987), 9-20.
[51] Cf. Juan José Sebreli, El asedio a la modernidad (Buenos Aires: Sudamericana, 1991), 333-349.
[52] Cf. Carlos M. Galli, «La mística de la fraternidad. Praxis de aproximación y hospitalidad» en Cecilia Avenatti (ed.), Hospitalidad: encuentro y desafío (Buenos Aires: Agape, 2021), 217-242.
[53] Cf. Georg W. F. Hegel, Creer y saber (Buenos Aires: Norma, 1992), 13-194.
[54] San Agustín, De praedestinatione sanctorum II.5 en Obras de San Agustín VI (Madrid: BAC, 1949), 479.
[55] Cf. Jean Ladrière, La foi chrétienne et le destin de la raison (Paris : Cerf, 2004), 134-135; cf. 79, 130-131.
[56] Cf. Carlos M. Galli, «La ‘circularidad’ entre teología y filosofía» en Ricardo Ferrara y Julio Méndez (eds.), Fe y Razón. Comentarios a la Encíclica, Buenos Aires, EDUCA, 1999, 83-99.
[57] Cf. Ibid.
[58] Francisco de Vitoria, Relectio de potestate civili en Obras de Francisco de Vitoria (Madrid: BAC, 1960), 150.
[59] Cf. R. Koselleck, «Investigación interdisciplinar e historia» en Esbozos teóricos. ¿Sigue teniendo utilidad la historia? (Madrid: Escolar y Mayo, 2013), 77-92.
[60] Cf. I. Kant, Filosofía de la historia (Madrid: FCE, 1992), 57, 61, 115.
[61] Cf. Ibid., 104, 108, 109, 116.
[62] Karl Löwith, El sentido de la historia. Implicaciones teológicas de la filosofía de la historia (Madrid: Aguilar, 1973), 95.
[63] Para Ricoeur, la interpretación «necesita pasar por el rodeo del lenguaje de los textos y de las demás expresiones del mundo de la cultura» (Ricardo Ferrara, «De la hermenéutica filosófica a la teología» en Ricardo Ferrara y Carlos Galli (eds.), Presente y futuro de la teología en Argentina. Homenaje a Lucio Gera (Buenos Aires: Paulinas, 1997), 241.
[64] Cf. Juan Carlos Scannone, «Acontecimiento – sentido – acción. Aportaciones de Paul Ricoeur para una hermenéutica del acontecimiento y la acción histórica», Stromata 59 (2003): 273-288.
[65] Cf. Hans-Georg Gadamer, «Autopresentación» (1977) en Verdad y método t. II (Salamanca: Sígueme, 1992), 289; del mismo autor cf. El problema de la conciencia histórica (Madrid: Tecnos, 2001), 18.
[66] Cf. Paul Ricoeur, La mémoire, l’histoire, l’oubli …, 449.
[67] Pablo VI, «Catequesis del 16/4/1969», L’Osservatore romano del 20/4/1968, 3, edición en lengua española.
[68] Pablo VI, «Catequesis del 16/4/1969», L’Osservatore romano del 20/4/1968, 3, edición en lengua española.
[69] Karl Löwith, El sentido de la historia …, 214
[70] San Agustín, De Civitate Dei, XII, 21 en Obras completas, XVI (Madrid: BAC, 20005), 804.
[71] Cf. Carlos Schickendantz, «El teologar sinodal. Interacción dialéctica de lugares teológicos y sujetos eclesiales», Cristianesimo nella storia 39/2 (2018): 441-469.
[72] Cf. Carlos Schickendantz, «El teologar sinodal. Interacción dialéctica de lugares teológicos y sujetos eclesiales», Cristianesimo nella storia 39/2 (2018): 441-469.
[73] Cf. Marie-Dominique Chenu, «Profetas y teólogos en la Iglesia» en El Evangelio en el tiempo (Barcelona: Estela, 1966), 191-201.
[74] Marcel Chappin, Introducción a la Historia de la Iglesia (Estella: Verbo Divino, 1996), 161.
[75] Melchor Cano, De locis theologicis. Ed. Juan Belda Plans (Madrid: BAC, 1996), 554.
[76] Cf. Carlos Schickendantz, «Signos de los tiempos. Articulación entre principios teológicos y acontecimientos históricos» en Virginia Azcuy, Diego García, Carlos Schickendantz, Lugares e interpelaciones de Dios. Discernir los signos de los tiempos (Santiago de Chile: Universidad Alberto Hurtado, 2017), 33-69.
[77] osef Pieper, Esperanza e historia (Salamanca: Sígueme, 1968), 46.
[78] Karl Löwith, El sentido de la historia …, 26.
[79] Cf. Carlos M. Galli, «Hacia una eclesiología del intercambio» en Margit Eckholt y Joaquín Silva (eds.), Ciudad y humanismo. El desafío de convivir en la aldea global (Talca: Universidad Católica del Maule, 1999), 191-208.
[81] Cf. Carlos M. Galli, «En la Iglesia está soplando el Viento del Sur. América Latina: un nuevo Pentecostés para una nueva evangelización» en CELAM, Hacia una Nueva Evangelización (Bogotá: CELAM, 2012), 161-260.
[82] Cf. Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin, El Pastor. Desafíos, razones y reflexiones de Francisco sobre su pontificado (Buenos Aires: Penguin Random House, 2023), 220.
[83] Cf. Massimo Faggioli, Francesco, Papa di frontiera. Soglia di una cattolicità globale (Roma: Armando, 2021), 15-62.
[84] Cf. Facultad de Teología UCA, Estatutos (Buenos Aires: 2020), Introducción, II, 3
[85] Cf. Carlos M. Galli, et al., La verdad los hará libres …., tomos 1-3, Buenos Aires, Planeta, 2023.
[86] Cf. CEA, «Reconciliación de los bautizados. Confesión de las culpas, arrepentimiento y pedido de perdón de la Iglesia en la Argentina», Criterio 2255 (2000): 592-595, 594.
[87] Cf. CEA, La fe en Jesucristo nos mueve a la verdad, la justicia y la paz, 9 de noviembre de 2012, 8.
[88] Cf. María Saénz Quesada, 1966. De Illia a Onganía. El preludio de la Argentina violenta (Buenos Aires: Sudamericana, 2023).
[89] EA – Comisión Ejecutiva, «Prefacio» en Carlos M. Galli et al., La verdad los hará libres, tomo 1: La Iglesia Católica en la espiral de la violencia en la Argentina 1966-1983 …, 2023, 22.
[90] Cf. Carlos M. Galli, «La historia de la Iglesia en la Argentina entre la crítica histórica y la hermenéutica teológica» en Historia y Teología. Homenaje a Juan Guillermo Durán, Teología 139 (2022): 13-78.
[91] Cf. Facultad de Teología UCA, Estatutos, Introducción, 4.
[92] Cf. Facultad de Teología UCA, Estatutos, Arts. 76-97.
[93] Cf. Segretaria Generale del Sinodo, «Allarga lo spazio della tua tenda» (Is 54,2). Documento de lavoro per la tappa continentale (Città del Vaticano, LEV, 2022); CELAM, Síntesis de la fase continental del sínodo de la sinodalidad en América Latina y El Caribe (Bogotá: CELAM, 2023).
[94] Cf. CELAM, Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias. Reflexiones y propuestas pastorales a partir de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe (Bogotá: Editorial del CELAM, 2022).
[95] Cf. Arzobispado de Buenos Aires, Caminando juntos en el Espíritu para renovar la misión en Buenos Aires. Documento final. I Sínodo de la Arquidiócesis de Buenos (Buenos Aires: 2021).
[96] Cf. Carlos M. Galli, «Recomenzar nuestro camino en, desde y hacia Cristo. Una cristología del camino, el encuentro y el desborde», Teología 138 (2022): 9-44; para la profundización del tema cf. Adolphe Gesché, «El lugar de Cristo en la fe cristiana» en Jesucristo (Salamanca: Sígueme, 2002), 23-58, esp. 24, 30, 43, 57; Olegario González de Cardedal, Fundamentos de Cristología I, El camino (Madrid, BAC, 2005), 131-136.
[97] Cf. José C. Caamaño, Juan G. Durán, Fernando J. Ortega, Federico Tavelli; 100 años de la Facultad de Teología. Memoria, presente, futuro (Buenos Aires: Facultad de Teología – Fundación Teología y Cultura - Agape, 2015).
[98] Cf. Facultad de Teología, «Breve historia» en Guía Académica 2023 (Buenos Aires: Agape, 2023), 2-3.
[99] Cf. Walter Kasper, «Situación y tareas de la teología sistemática» en Teología e Iglesia (Barcelona, Herder, 1989), 7‑27.
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