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Recomenzar nuestro camino en, desde y hacia Cristo. Una cristología del camino, el encuentro y el desborde

Restart our Journey in, from and to Christ. A Christology of the Way, the Encounter and the Overflow

Carlos María Galli
Facultad de Teología. Pontificia Universidad Católica Argentina, Argentina

Revista Teología

Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina

ISSN: 0328-1396

ISSN-e: 2683-7307

Periodicidad: Cuatrimestral

vol. 59, núm. 138, 2022

revista_teologia@uca.edu.ar

Recepción: 10 Abril 2022

Aprobación: 10 Abril 2022



DOI: https://doi.org/10.46553/teo.59.138.2022.p9-44

Resumen: Este texto ofrece una cristología “testimonial” en tres claves: camino, encuentro y desborde. Es camino, pues Cristo, el Singular, el universal concreto y el concreto universal, une misteriosamente la plenitud del Dios que se hace hombre, y la indigencia del ser humano que, en su dignidad infinita, es enriquecido con el Espíritu. Aquí se sitúan las paradojas insondables del misterio de Cristo (Ef 3,18). Jesús comunica el máximo amor de Dios en la mínima expresión humana. En la cruz, el Deus semper maior se hizo el Deus semper minor. La teología piensa al Máximo hecho Mínimo, e inspira el amor al Grande en el pequeño. Es encuentro, pues en la cruz Jesús nos amó hasta el extremo, reveló el amor de Dios y ensenó que el sentido de la vida está en amar como nos ama (cf. Jn 13,1.34). El corazón de la sabiduría cristiana es el misterio de Dios-Amor (1 Jn 4,8.16). Es desborde ya que es la abundancia de la misericordia derramada desde el corazón crucificado del Señor. Es el desborde del manantial del Espíritu que infunde un amor capaz de superar limitaciones y pequeñeces.

Sólo desde aquí vale la pena recomenzar todo…

Palabras clave: Francisco, Recomenzar, Cristología, Camino, Encuentro, Desborde.

Abstract: This text offers a "testimonial" Christology in three keys: way, encounter and overflow. It is the way, then, Christ, the singular, the concrete universal and the universal concrete, mysteriously unites the fullness of the God who becomes man, and the destitution of the human being who, in his infinite dignity, is enriched with the Spirit. Here are the unfathomable paradoxes of the mystery of Christ (Eph 3:18). Jesus communicates the ultimate love of God in the slightest human expression. On the cross, the Deus semper maior became the Deus semper minor. Theology thinks of the Maximum Minimum Fact, and inspires love of the Great in the Small. It is an encounter, because on the cross Jesus loved us to the extreme, revealed the love of God and taught us that the meaning of life is in loving as he loves us (cf. Jn 13:1,34). The heart of christian wisdom is the mystery of God-Love (1 Jn 4:8,16). It is overflowing since it is the abundance of mercy poured out from the crucified heart of the Lord. It is the overflow of the ma-nantial of the Spirit that instills a love capable of overcoming limitations and smallness.

Only from here is it worth starting everything again...

Keywords: Francis, Restart, Christology, Way, Meeting, Overflow.

Recomenzar nuestro camino en, desde y hacia Cristo.

Una cristología del camino, el encuentro y el desborde·

Carlos María Galli··

Facultad de Teología- Pontificia Universidad Católica Argentina

galli@uca.edu.ar

Recibido 10.04.2022/Aprobado04.04.2022

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6717-537X

DOI: https://doi.org/10.46553/teo.59.138.2022.p9-44

Resumen

Este texto ofrece una cristología “testimonial” en tres claves: camino, encuentro y desborde. Es camino, pues Cristo, el Singular, el universal concreto y el concreto universal, une misteriosamente la plenitud del Dios que se hace hombre, y la indigencia del ser humano que, en su dignidad infinita, es enriquecido con el Espíritu. Aquí se sitúan las paradojas insondables del misterio de Cristo (Ef 3,18). Jesús comunica el máximo amor de Dios en la mínima expresión humana. En la cruz, el Deus semper maior se hizo el Deus semper minor. La teología piensa al Máximo hecho Mínimo, e inspira el amor al Grande en el pequeño. Es encuentro, pues en la cruz Jesús nos amó hasta el extremo, reveló el amor de Dios y ensenó que el sentido de la vida está en amar como nos ama (cf. Jn 13,1.34). El corazón de la sabiduría cristiana es el misterio de Dios-Amor (1 Jn 4,8.16). Es desborde ya que es la abundancia de la misericordia derramada desde el corazón crucificado del Señor. Es el desborde del manantial del Espíritu que infunde un amor capaz de superar limitaciones y pequeñeces.

Sólo desde aquí vale la pena recomenzar todo…

Palabras clave: Francisco; Recomenzar; Cristología; Camino; Encuentro; Desborde

Restart our Journey in, from and to Christ.

A Christology of the Way, the Encounter and the Overflow

Abstract

This text offers a "testimonial" Christology in three keys: way, encounter and overflow. It is the way, then, Christ, the singular, the concrete universal and the universal concrete, mysteriously unites the fullness of the God who becomes man, and the destitution of the human being who, in his infinite dignity, is enriched with the Spirit. Here are the unfathomable paradoxes of the mystery of Christ (Eph 3:18). Jesus communicates the ultimate love of God in the slightest human expression. On the cross, the Deus semper maior became the Deus semper minor. Theology thinks of the Maximum Minimum Fact, and inspires love of the Great in the Small. It is an encounter, because on the cross Jesus loved us to the extreme, revealed the love of God and taught us that the meaning of life is in loving as he loves us (cf. Jn 13:1,34). The heart of christian wisdom is the mystery of God-Love (1 Jn 4:8,16). It is overflowing since it is the abundance of mercy poured out from the crucified heart of the Lord. It is the overflow of the ma-nantial of the Spirit that instills a love capable of overcoming limitations and smallness.

Only from here is it worth starting everything again...

Key words: Francis; Restart; Christology; Way; Meeting; Overflow

Todo me parece una desventaja en comparación con el

inapreciable conocimiento de Cristo Jesús mi Señor (Flp 3,9)

Hoy es un día feliz para nosotros, como lo fue el 19 de noviembre – único encuentro presencial en 2021 – y el 7 de marzo, cuando comenzamos las clases. La nueva situación es el reencuentro de quienes estábamos en esta familia universitaria, y el encuentro con quienes llegan. Deseamos recomenzar la vida en común con una presencialidad plena, alegre, cuidada, responsable, solidaria, cultivando la cultura del encuentro.

En su «Samba de la Bendición», el poeta y cantor brasileño Vinicius de Moraes dice: «La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida». ¡Cuántos desencuentros hay en la familia humana! Basta nombrar la invasión, la guerra y la masacre en Ucrania; el empobrecimiento, la desigualdad y la división en la Argentina; la incomunicación agresiva en las redes sociales, creadas para facilitar la comunicación. Nosotros sufrimos desencuentros por estar dos años distanciados por la pandemia del covid 19 y una hipervirtualidad exclusiva y forzada. Si bien la pantalla, la internet y las plataformas digitales nos permitieron compartir la voz y la imagen, sentimos la falta del encuentro cara a cara, y necesitábamos cercanía, contacto, conversación. Estas palabras expresan categorías antropológicas, cristológicas, teologales.

Sentimos los límites de la comunicación escrita, que se reduce, muchas veces, a información. Los entornos virtuales de aprendizaje, que aprovechamos mucho gracias a un esfuerzo enorme de todos y a los soportes tecnológicos provistos por la Universidad, nos ayudarnos a estar conectados. Con ese arduo trabajo mantuvimos nuestra actividad, ganamos el bienio, logramos acuerdos. Sabemos que la falta de intercambio vital y verbal produjo insatisfacción, disconformidades y desinteligencias, sobre todo en relación al cambio de los planes de estudio y al uso del sistema informático. En todo momento, las autoridades procuramos emplear los medios posibles para el bien de alumnos y profesores. No todas las cosas salieron bien, ya que somos exploradores en la virtualidad. No obstante, ayer y hoy perseveramos en hacer del encuentro una cultura vivida, como se manifiesta en las clases y en los diálogos en el jardín, los claustros, las oficinas.

Estamos ante un nuevo comienzo del camino que recorre esta Facultad de Teología, que cumplió 106 años. Marchamos juntos, somos itinerantes y sinodales, acompañando la pequeña ruta de cada uno, junto con los compañeros del claustro estudiantil y los colegas del claustro docente. Estas vías no son senderos que se pierden en el bosque – Holzwege – ni travesías sin dirección, sino caminos en el Camino, que es Cristo.

No es fácil, en este primer acto de mi cuarto decanato – en décadas distintas - decir una palabra significativa que ayude a pensar a todos, desde el estudiante que recién llega al profesor que lleva décadas. Un decano debe gobernar o liderar con el ejemplo de su amor y su dedicación al pensamiento. Este discurso sigue un itinerario en dos pasos. En el primero hago un breve viaje al centro del cristianismo y de la teología cristiana, que es Cristo. Es una meditación teológica abierta a la oración pensante y al pensamiento orante de cada uno. Pido a los profesores que la recuerden, enriquezcan o precisen en alguna clase. En el segundo comparto una reflexión institucional, desde el lugar específico del decano, para reiniciar nuestra vida académica en, desde, para Cristo. Como dice la carta a los Hebreos: «fijemos la mirada en Jesús» (12,2). El primer momento se titula Cristo es el Camino; el segundo, Recomenzar nuestro camino en Cristo.

I – Jesucristo es el Camino

Así conocerán el misterio de Dios, que es Cristo, en quien están ocultos

todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2,3).

Muchos se han preguntado por la esencia del cristianismo, o, como se dice con la belleza de nuestra lengua, por la entraña del cristianismo. Esta es una palabra cargada de reminiscencias bíblicas porque cantamos «la entrañable misericordia de nuestro Dios» (Lc 1,78). Cristo es la novedad del cristianismo. No hay una definición abstracta de su esencia. Jesús no dijo yo señalo el camino, sino Yo Soy el Camino; no dijo yo enseño la verdad, sino Yo soy la Verdad; no dijo sólo yo traigo la Vida, sino Yo soy la Vida (Jn 14,6).

1. El cristianismo es Cristo

En 2025 celebraremos 1700 años del Concilio de Nicea (325), reafirmando que Cristo es «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero». Tiempo después el Concilio de Calcedonia declaró que uno y el mismo Cristo es Dios verdadero, igual en todo al Padre en la divinidad, y hombre verdadero, igual en todo a nosotros en la humanidad. Es el Dios-Hombre, el Hombre-Dios. En 2022 se cumplen sesenta años del inicio del Concilio Vaticano II (y de nuestra revista Teología). La constitución Gaudium et spes enseña:

«Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, revela plenamente el hombre al propio hombre y le manifiesta su vocación sublime» (GS 22).

Desde el Vaticano II se ha desarrollado una impresionante reflexión cristológica poliédrica que no tiene equivalentes con lo sucedido en otras épocas. Se generaron variadas cristologías: trascendental, existencial, histórica, cósmica, teologal, trinitaria, pneumatológica, soteriológica, liberadora, kerigmática, pastoral, inculturada, sacramental, eucarística, espiritual… En un estudio que publiqué en España sobre los aportes de la Comisión Teológica Internacional a la teología fundamental y dogmática, muestro que sus documentos dedicados a Dios en Cristo y a Cristo en Dios, incluyendo su obra salvadora, son nueve de los treinta editados en medio siglo.[1] El texto Teología, cristología, antropología (1981) es uno de los mejores.[2] Empleando el principio calcedoniano de forma análoga, afirma la unidad en la distinción entre cristocentrismo y teocentrismo porque la economía de Jesucristo revela al único Dios, que es Trinidad de personas.

Aquí surge una cuestión: ¿cuál es el mejor orden de los tratados acerca de Dios, el hombre y Cristo? Es una cuestión abierta. Miramos a Cristo desde la imagen bíblica de Dios y desde la concepción cristiana del ser humano, en caso contrario no se podría decir que es Dios y hombre. Pero, también, miramos el misterio divino y el ser humano en y desde Cristo. Seguimos ambos movimientos - ascendente y descendente – bajo la forma de una progresión circular. Así lo ha hecho el gran teólogo jesuita Emilio Brito en los dos tomos de su obra Acceso a Cristo, convencido de que el mejor modo de hacer teología consiste en considerar simultáneamente a Dios y al ser humano contemplando al Dios hecho hombre.[3] Aquí hay un desafío para pensar el nuevo orden que hemos dado a las materias en la teología dogmática, comenzando por la cristología, simultánea con los cursos de evangelios sinópticos, y pasando luego al Dios unitrino, y al ser humano, imagen e hijo de Dios. Esta es una tarea que debemos pensar entre los departamentos. Por otro lado, en otras materias debemos reflexionar lo que significa la salvación aquí y ahora, porque la obra salvífica de Jesús se ha inculturado y contextualizado en la cristología actual. En esto la Iglesia latinoamericana ha sido creativa en sus formulaciones, desde la liberación integral de Medellín a la vida plena de Aparecida.

Cristo, el Singular, el universal concreto y el concreto universal, une misteriosamente la plenitud del Dios que se hace hombre, y la indigencia del ser humano que, en su dignidad infinita, es enriquecido con el Espíritu. Aquí se sitúan las paradojas insondables del misterio de Cristo (Ef 3,18). Jesús comunica el máximo amor de Dios en la mínima expresión humana. En la cruz, el Deus semper maior se hizo el Deus semper minor. La teología piensa al Máximo hecho Mínimo, e inspira el amor al Grande en el pequeño.

En estos días, mientras caminamos entre las sequedades del desierto cuaresmal hacia la mesa de la fiesta pascual, evocamos la paradoja de que Jesús es, al mismo tiempo, el Dios crucificado y el hombre resucitado. Él es la paradoja de las paradojas (paradoxos paradoxôn) y la paradoja superlativa (paradoxáton). El Hijo de Dios se hizo carne (Jn 1,14), siervo (Flp 2,7) y pobre (2 Co 8,9). En la cruz compartió nuestro destino y asumió la muerte por amor a nosotros (Rm 5,8), por todos (1 Co 5,15), llevando al culmen su pro-existencia, su existencia por, en y para los demás. Por eso Dios está en el Crucificado y, por Él, en todos los crucificados y las víctimas del mundo; por eso, el poder de Dios redime la debilidad y vence la muerte, que ya no es la emperadora de la historia. Por eso, El Crucifijo es signo de consuelo en la desolación.

Jesús une no sólo los polos de Dios y el ser humano, sino también los contrarios de la vida y la muerte. Es el único ser histórico conocido públicamente que vivió y murió en un tiempo y un lugar verificables, y de quien se afirma y testimonia, durante dos mil años, que ha resucitado. Este dato es potenciado por la confesión de fe: «resucitó al tercer día de acuerdo con la Escritura» (1 Co 15,4). La cruz expresa el amor de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (Hch 2,24.32). La comunión con el Resucitado trasciende la muerte y nutre una esperanza que responde a la sed de vida eterna. Una esperanza plena debe acreditarse en la vida, transformándola, y ante la muerte, trascendiéndola. El cristianismo es un mensaje de esperanza porque cree que Jesús es el Hijo de Dios, y, como tal, el Dios encarnado y crucificado, y el primer hombre glorificado. Nosotros no desarrollamos una teología abstracta de la cruz y del dolor, sino una teología del Crucificado;[4] tampoco hacemos una teología abstracta de la resurrección, sino que predicamos que Jesús es el primero que resucitó, «el primero en todo… el primero de todos» (1 Co 15,20.23). «Él es el Principio, el primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que Él tuviera la primacía en todo» (Col 1,18).

Jesús asumió la suerte del inocente hasta el grito en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). En situaciones terribles – como en Ucrania o Sudán - Dios sigue presente, aunque parezca ausente, como el Padre estaba junto a su Hijo en la negatividad de la muerte. La certeza de su compañía llevó a Jesús, donado y aban-donado, a confesar: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32). La confianza en su Padre, al que permanece unido por la relación trinitaria en el límite de la separación, lo hizo abandonarse a Aquel de quien se sintió abandonado: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). El Padre escuchó la súplica del Hijo entre lágrimas (Hb 5,7) y lo levantó del abismo por el poder del Espíritu vivificador (Rm 1,4). Él es el Crucificado - Resucitado (Mc 16,5-6).

En Cristo, quien se siente abandonado de Dios, se puede abandonar a Dios con confianza filial. Pablo Danei (1694-1775) tomó el apellido «de la Cruz». Desde 1867 es san Pablo de la Cruz. Fue como un «crucifijo viviente» en el siglo XVIII y es un modelo en «compartir los padecimientos de Cristo» (1 Pe 4,13). Es un testigo vivo de la comunión con Cristo en la entrega en las manos de Dios: in manus tuas (Lc 23,46).

La sabiduría cristiana se concentra en el amor crucificado y pascual de Jesús. San Buenaventura trazó el camino de la sabiduría en su Itinerarium mentis in Deum (1259): «transeamus cum Christo crucifixo ex hoc mundo ad Patrem (Jn 13,3)» (VII, 6).[5] En el prólogo de esa obra ya había anunciado: Via autem non est nisi per ardentissimum amorem Crucifixi… ad Deum nemo intrat recte nisi per Crucifixum (Prol.).[6] Compartiendo la tradición iniciada por san Pablo y testimoniada por san Francisco de Asís, Buenaventura mostró que la cruz es el lugar de acceso al Deus-Caritas. No es un medio provisional, que puede ser superado por una dialéctica del espíritu que nos hunda en el abismo divino. Para San Pablo de la Cruz «la pasión santísima de Jesucristo es toda ella obra del infinito amor de Dios» y su humanidad sufriente es «la puerta» de acceso al «mar» del amor divino.[7] Por eso, «el misterio de Dios es contemplado por y en la pasión».[8]

Una frase similar podríamos decir de la santidad de vida y de la doctrina eminente de las primeras mujeres declaradas doctoras de la Iglesia por san Pablo VI, cuyos aniversarios se han celebrado recientemente. Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Hildegarda de Bingen y Teresa de Lisieux pertenecieron a épocas y lugares distintos, y llevaron a cabo misiones diferentes, pero todas, dóciles al Espíritu, mantuvieron una adhesión profunda e irrompible a la humanidad de Cristo que permeaba sus sentimientos y acciones.[9]

2. El cristocentrismo trinitario de la fe y la teología

La teología surge del kerigma pascual, lo primero que tenemos que escuchar y anunciar. Es lo primero y lo principal en el testimonio del Evangelio. El centro es el Hombre Nuevo (Col 3,11), que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5). La Iglesia está llamada a una evangelización kerigmática centrada en la muerte y la resurrección de Jesús (Hch 2,23-24.32; 1 Co 15,3-5). Él el Centro de la fe cristiana. La concentración cristológica y el desbordamiento trinitario expresan una teología situada en el Centro del Centro: Jesucristo, centrado en el Padre y centrador por el Espíritu. Me gusta decir: el único centro bipolar de la fe cristiana.

Dios es Amor en la comunión originaria y eterna del Padre, el Hijo y el Espíritu. Somos bautizados en el nombre de la Trinidad (Mt 28,19). Evangelizar es aprender y enseñar a hacer la señal de la cruz con el rito simbólico y el testimonio de la vida. Al signarnos confesamos con las palabras nuestra fe en la Santísima Trinidad y expresamos con el gesto la comunión con la cruz pascual. Hacer la señal de la cruz y bendecir a otro son dos sacramentales kerigmáticos. A partir de ese gesto sencillo se despliega la catequesis, que resume y comenta la historia de la salvación centrada en Cristo. Su forma abreviada – Verbum abbreviatum - es el Credo o Símbolo de la Fe. En torno al centro cristológico – trinitario se define y vertebra lo original de la religión y la teología cristianas, un discurso único en la historia de la cultura, la religión y la filosofía.

La centralidad de Cristo en el misterio de Dios, en la historia universal, en la Sagrada Escritura, en la fe de la Iglesia, en la vida cristiana, en el anuncio evangelizador, se expresa en la teología. Los estudios teológicos están y deben estar centrados en Cristo. En el decreto Optatam totius, el Concilio Vaticano II, expresó:

«Lo primero que hay que atender en la renovación de los estudios eclesiásticos es que el conjunto de las disciplinas teológicas y filosóficas se articule mejor y todas ellas concurran armoniosamente a abrir cada vez más y más (magis magisque) las inteligencias de los estudiantes al misterio de Cristo» (OT 14).

El centro del acontecimiento-Cristo es el misterio pascual. En la cruz Jesús nos amó hasta el extremo, reveló el amor de Dios y ensenó que el sentido de la vida está en amar como nos ama (cf. Jn 13,1.34). El corazón de la sabiduría cristiana es el misterio de Dios-Amor (1 Jn 4,8.16). Me gusta resumir el contenido de la fe, que «actúa por medio del amor» (Gal 5,6), citando dos frases del Nuevo Testamento. San Juan anuncia: Dios es Amor (1 Jn 4,8). San Pablo enseña: lo más importante es el amor (1 Co 13,13). La fe comparte el amor de Dios en Cristo por el cual somos amados y aprendemos a amar. «Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1 Jn 4,11). La fe mueve a seguir el camino más perfecto del amor (1 Co 13,1). El cristianismo asume, purifica y trasciende el amor a la sabiduría en la sabiduría del amor. Jesús es el Dios Unigénito (Jn 1,18: monogenes theós), el Dios que revela al Dios-Amor.

«Amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, por­que Dios es amor… Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor (1 Jn 4,7-8.16)».

Este texto relata el hecho de que Dios nos amó primero y de forma gratuita y, además, formula una afirmación ontológica: «Dios es Amor». Esta frase está en el texto original sin artículo, porque hace una descripción del ser y el obrar de Dios, como si afirmara que Dios se revela amando y ama revelándose. Aquí la contemplación se remonta desde el envío amoroso del Hijo hasta el ser amoroso del Padre. Aquí, «la vehemencia ontológica» del verbo ser revela que el fondo del misterio de Dios Padre es Amor.[10] Esta novedad inaudita del cristianismo revolucionó la imagen de Dios y mostró que su Ser es la Verdad de su Amor.

El padre Ricardo Ferrara, querido maestro, amigo, colega y decano fallecido hace poco, pensó una teología del Don y el Donante vinculando la doctrina trinitaria y la teología filosófica.[11] Expuso la lógica del exceso que anida en el ser de Dios y está como en su fuente en la fecundidad del Padre, Principio eminente. Resaltó la plenitud de Dios, reflejada en la generosidad de su Bondad y la exuberancia de su Amor, que constituyen la vida íntima de la Trinidad y se donan libremente en la historia. Esa abundancia anida en el amor inagotable del Padre, que, en el lenguaje de la teología filosófica, es Acto Primero y Principio-Eminencia que dona de lo que es y tiene. En el lenguaje representativo y concreto de la teología cristiana Dios Padre es el primer Donador, Generador del Hijo y Espirador del Espíritu, que profiere un Verbo rebosante de Amor.[12]

3. El desborde del amor misericordioso

Una teología profética y sapiencial - o kerigmática y sistemática - proclama el amor salvador de Dios por el don de su Hijo y la efusión de su Espíritu. Jesús revela al Dios apasionado y compasivo. El amor gratuito, en circunstancias históricas de pecado y sufrimiento, como las que se dan siempre en el mundo, y en nuestra América Latina - la región más desigual del mundo - se hace misericordia. El amor al prójimo vulnerable y vulnerado es misericordia, la cual exige el cumplimiento de la justicia en los derechos y deberes, pero la excede con sobreabundancia porque expresa al Dios «rico en misericordia» (Ex 34,6; Ef 2,4).

Dios es Bondad, Amor, Misericordia. El joven Juan Bautista Montini -luego san Pablo VI - escribió: «No basta decir: Dios es Amor, Dios ha amado el mundo; es necesario agregar: Dios es Misericordia, Dios ha amado un mundo pecador».[13] Pablo VI invocaba la dolcissima misericordia y recordaba el binomio agustiniano: miseria hominis plena est terra, misericordia Domini plena est terra. Juan Pablo II dedicó su segunda encíclica a Dios Dives in misericordia. Benedicto XVI tituló su encíclica programática Deus caritas est. Francisco dice que el nombre de Dios es misericordia, recreando la antigua cuestión de los nombres divinos.[14] Dios es Amor misericordioso, como lo han manifestado santa Teresita del Niño Jesús y santa Teresa de Calcuta. Dios es Amor en exceso, excessus amoris, porque la misericordia excede, va más allá, toca las llagas más profundas del mal, el pecado y la violencia, y supera la muerte con la vida.

La misericordia es el principio hermenéutico de este papado. Francisco comunica una espiritualidad, una pastoral y una teología centradas en la compasión de Dios. Su ministerio expresa el primado teologal de la caridad por la lógica paradojal de la misericordia pastoral que acompaña, discierne e integra todas las pobrezas humanas. La reforma de la Iglesia busca comunicar con transparencia ese amor reflejado en el rostro del Cristo y resumido en la sentencia: “sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso” (Lc 6,26).[15] Ghislain Lafont observa que la teología desarrollada por Francisco vincula el primado del Amor misericordioso de Dios y la primacía del Pueblo de Dios en la figura de la pirámide invertida: «el orden sinodal es una manera de expresar el primado del Amor – Misericordia (de Dios) en el nivel de la Iglesia».[16]

El cristianismo trajo la revolución de la ternura. En sus mensajes navideños como arzobispo de Buenos Aires Bergoglio miraba la imagen del Niño Jesús y afirmaba: Dios es ternura. Inventó esa frase contemplando La Piedad. María, «vida, dulzura y esperanza nuestra», es el rostro materno de la misericordia. «Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño» (EG 288).[17] En el corazón de la Virgen Madre vibran «las entrañas de misericordia de nuestro Dios» (Lc 2,78). En la Salve Regina le pedimos a la dulce Virgen María: «vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos».

En este marco sitúo la teología del desborde del Papa Francisco. A fines de los años ochenta Jorge Bergoglio empleó la palabra desbordamiento. En Romano Guardini descubrió un pensamiento que explicaba el proceso de crecer desde el interior de una persona (hinauswachsen) que, en un momento, desborda de plenitud, superando los límites anteriores e introduciendo una novedad de vida.[18] El Papa asume esta categoría para ejercitar un estilo de pensamiento que busca superar las polarizaciones y madurar hacia síntesis superadoras. Lo hizo en la celebración del Sínodo amazónico y en la exhortación Querida Amazonia, en la que empleó cinco veces la palabra desborde. Entonces se dejó guiar por la metáfora del Amazonas, el río más largo del mundo, y con aguas caudalosas que bañan nuevas orillas y fecundan las tierras dando vida.

En el último bienio empleó esa categoría en varios sentidos. El primero indica un rebosar de bondad que se hace obra de misericordia. La pascua manifiesta que la vida supera la muerte, el amor al odio y la fraternidad al fratricidio. Ante la pandemia afirmó que la crisis puede ser una oportunidad por un desborde de amor.

«En nuestra sociedad, la misericordia de Dios brota en estos ‘momentos de desborde’: se derrama, rompiendo las fronteras tradicionales que han impedido que tantas personas tengan acceso a lo que se merecen, sacudiendo roles y modos de pensar. El desborde se encuentra en el sufrimiento que ha dejado expuesto esta crisis y en la creatividad con que tantos buscan responder a ella. Veo un desborde misericordia derramándose a nuestro alrededor…».[19]

Este es el exceso de la vida abundante que trae Jesús, el Buen Pastor, que siente compasión por su pueblo (Mt 9,36). Esta es la abundancia de la misericordia derramada desde el corazón crucificado del Señor. Es el desborde del manantial del Espíritu que infunde un amor capaz de superar limitaciones y pequeñeces.[20]

Para el Obispo de Roma, la palabra «desborde» ilumina los procesos sinodales porque señala una novedad del Espíritu que ayudar a superar, de forma imprevista, posiciones y contraposiciones que parecen irresolubles. En su libro – entrevista Soñemos juntos manifiesta que su «preocupación como Papa ha sido promover este tipo de desbordes dentro de la Iglesia, reavivando la antigua práctica de la sinodalidad».[21] La acción discreta y armónica del Espíritu sobrepasa los horizontes limitados y abre al exceso de la gratuidad divina, la sabiduría de la cruz pascual, el don de la «vida abundante» (Jn 10,10), la creatividad pastoral.

«En la dinámica de un sínodo, las diferencias se expresan y pulen hasta alcanzar una armonía que no necesita cancelar los bemoles de las diferencias. Esto es lo que sucede en la música: con las siete notas musicales con sus altos y bajos se crea una sinfonía mayor, capaz de articular las particularidades de cada una. Ahí reside su belleza: la armonía que resulta puede ser compleja, rica e inesperada. En la Iglesia, el Espíritu Santo provoca esa armonía».[22]

4. La lógica sapiencial de la cruz

La paradoja de Cristo, Sabiduría y Poder de Dios revelado en la locura y la debilidad de la Cruz (1 Co 1,18), ilumina al pensamiento abierto que indaga el sentido de la vida. San Pablo expuso la Sabiduría de la cruz (1 Co 1,10- 4,21) o de Cristo crucificado (1 Co 2,7; 1,23). La locura de Dios (1,25) es el mensaje de la cruz, que simboliza el kérigma de la muerte y la resurrección (1 Co 15,1-7; Rm 4,25). Pablo proclama «un Cristo crucifi­cado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero Fuerza y Sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos griegos» (1,23-24). El anuncio de la cruz (staurós) no se impone con los artificios retóricos de la sabiduría humana, sino por el poder del Espíritu (2,1). La proclama de esta Sabiduría se corresponde con el recurso permanente del Apóstol a la cruz como el símbolo privilegiado de la muerte de Jesús (Ga 6,14; Rm 6,6; Flp 3,18). Por ejemplo, a partir de un himno previo, en la Carta a los filipenses explicita que el anonadamiento de Cristo llega hasta la «muerte de cruz» (Flp 2,8).

Frente a un cristianismo sin cruz, Pablo insiste: «predicamos a Cristo crucificado» (1,23; 2,2; Ga 3,1). «La palabra de la cruz» (1,18: logos stauroú. verbum crucis) es un hecho, un lenguaje y una fuerza. Con el lenguaje teológico de las paradojas afirma que «la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1,25).[23] Así, convierte la paradoja en un programa teológico novedoso: del logos de la cruz pasa a la cruz como logos. Esta nueva epistemología articula una serie de antinomias y produce una innovación en el lenguaje religioso.[24]

La Sabiduría del Dios crucificado se opone a «la sabiduría de este mundo». No se refiere a la sabiduría popular que expresaba la búsqueda del sentido de la vida, ni a la filosofía clásica que desplegaba un conocimiento racional, sino a una Sophia con pretensiones salvíficas que eclipsaba al Crucificado. Pablo dice: «el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría» (1,21), o sea, fue incapaz de ser una fuerza de salvación. El conocimiento del plan de Dios no se alcanzó entre judíos, ni entre paganos, porque «mientras los judíos piden milagros, los griegos van en busca de sabiduría» (1,22). «Cristo murió por nuestros pecados» (1 Co 15,3). La cruz es la plenitud del agape de Cristo, que lleva al anuncio: «me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20); «nos amó y se entregó por nosotros» (Ef 5,2).

Para Pablo «Dios escogió lo que el mundo tiene por necio para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil para confundir a los fuertes» (1,27). Mientras el imperio romano y la cultura griega valoraban la sabiduría y el poder, Dios eligió lo necio y lo débil, «lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale» (1,28). El Apóstol dice que «los poderosos de este mundo» (2,6) «han crucificado al Señor de la gloria» (2,8). La cruz era una condena imperial a muerte. El culto al emperador, celebrado en ciudades romanas y colonizadas, adoraba al César como divino y redentor. Esa religión política consolidaba la pax romana. En ese contexto el culto a Jesús era una locura despreciable y peligrosa porque reconocía a un judío ajusticiado – por la crucifixión infamante - como único Señor (Flp 2,11). La Cruz era una crítica a los poderes romanos y un reconocimiento a los humillados.[25] Allí, Dios se identificaba con los insignificantes de «la Iglesia de Dios que está en Corinto» (1,2), en los bajos fondos de esa ciudad portuaria. Ellos no debían gloriarse en lo que es valioso para el mundo (1,29; 3,21), sino por «estar unidos a Cristo Jesús» (1,30), por unirse a Él, que fue hecho por Dios (pasivo divino) «sabiduría» en la cruz. En la carta a los gálatas Pablo abre su corazón y agrega que está crucificado con Cristo y su vida es vivir en Él. «Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,19-20).

Frente a una sabiduría que reducía el amor de Dios a pura lógica humana y devaluaba el significado salvador de la cruz, se alza la Sabiduría divina que «ha escogido lo necio del mundo para confundir a los sabios... lo débil del mundo para confundir a los fuertes» y, además, «lo que es nada, para convertir en nada las cosas que son» (1,27).[26] «La característica de la cruz es la paradoja de la nada más absoluta de una persona en la cual se comunica a la humanidad la plenitud del poder divino de la vida».[27] Pablo presenta esta sapiencia usando paradojas extremas: necedad – sabiduría, debilidad – fuerza, desprecio – nobleza, pérdida - salvación. La locura de la cruz contrasta con la búsqueda griega de la sabiduría, y la debilidad de la cruz contrasta con la inquietud judía por los signos. El capítulo tercero de su carta sintetiza la lógica de la cruz. «Que nadie se engañe si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para devenir realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios» (1 Co 3,18-19).

En el exceso de los extremos, Pablo señala que las oposiciones referidas a los griegos (locura - sabiduría) y los judíos (debilidad - fuerza) alcanzan a todo ser humano en el mundo. La tercera antítesis entre lo que es y lo que no es (1,27) evoca la oposición máxima entre el ser y la nada. La filosofía es invitada a dejarse interpelar por la sabiduría de la cruz. En este punto hago una reflexión convergente con la tradición pasionista. La experiencia espiritual de san Pablo de la Cruz une el fervor de la devoción franciscana a la pasión de Jesús y la mística renana-flamenca del padecer desnudo ante el misterio. El santo italiano deseaba estar con Cristo en la cruz, en la cual la Omnipotencia se hizo impotencia y la debilidad se transformó en fuerza. En una carta confiesa: «Soy una nada, un abismo de males. Sólo Vos, Señor, eres el que eres». Su espiritualidad incluye el «aniquilamiento en el abismo sin fondo del amor divino y en el mar rojo de la pasión».[28] El lenguaje de la «nada» remonta a san Pablo y recorre la tradición occidental con varios sentidos. El místico misionero, «enviado a evangelizar» (1 Co 1,17) nos aconseja «colocar esta nada en el todo que es Dios».[29]

Hace sesenta años, el pasionista Stanislas Breton escribió La mística de la pasión sobre la doctrina del fundador de su Orden. Allí ya se refería a los principios todo, nada y eminencia,[30] que luego desarrolló en su teología filosófica, sobre todo en su magna obra El principio. La organización contemporánea de lo pensable. Dice que hay tres formas de comprender la relación entre el Principio (Dios) y lo que surge de él (el mundo, sobre todo el ser humano).[31] El Altísimo es «nada» de lo que da y causa, un totalmente otro, en una alteridad sin puentes, o es el «todo» de lo que dona e inicia, absorbiéndolo en sí mismo. En cambio, una tercera forma de pensar, participativa, mantiene y trasciende esa bipolaridad en el principio eminencia,[32] que Breton halla en su maestro espiritual: «A esta tercera tendencia nos parece que se une san Pablo de la Cruz. Su teología sería una “apófasis de eminencia” más que una teología negativa radical».[33] «Despojo y entrega de sí mismo, la pasión de Cristo nos asegura que nuestro Dios es esa nada que ninguna representación abarca y ese todo cuyo más bello nombre es agape”.[34] Dios se dice en la cruz de la Palabra y en la palabra de la Cruz. Por eso «del inefable hay que hablar».[35] Una Facultad de teo-logía intenta decir un logos acerca de Dios; una palabra humilde fundada en la Palabra de Dios donada en el amor hasta la cruz pascual.

II – Recomenzar nuestro camino desde Cristo

Varios autores han pensado las diferencias que hay entre origen, comienzo y principio. Aquí no es posible hacerlo, pero cabe decir que todo comienzo se caracteriza por un cierto inicio temporal, una continuidad discontinua con lo anterior, una dirección a un término. Todo nuevo comienzo tiene un movimiento dirigido al primer comienzo arqueológico, un presente inédito -espacio de iniciativa-, una tensión teleológica dirigida hacia el último momento, entendido no sólo como un punto final sino y, sobre todo, como meta o culmen. A los que inician la carrera, y a los que recomienzan, los invito a mirar y caminar hacia adelante.

En esta meditación teológica emplearé el lenguaje del testimonio, porque nos aproxima a la verdad, nos invita a pensar y expresa una teología encarnada. Hoy iniciamos un nuevo tramo del camino común. Para muchos es un nuevo comienzo; para otros es el primer paso en los estudios teológicos. Para mí, en 2021 comenzó un último período como decano. Presté este servicio dos veces de 2002 a 2008. En 2017, junto al Sr. Vicedecano, Pbro. Dr. Gerardo Söding, comenzamos un trienio que debía terminar en 2020. Las circunstancias de la pandemia y la decisión del Consejo Académico alargaron el período hasta mediados de 2021. Entonces se hicieron las elecciones y fuimos elegidos nuevamente, cada uno en su cargo, hasta 2024. Antes nos acompañó el Pbro. Dr. Omar Albado como Secretario Académico; en esta nueva etapa nos acompaña el Lic. Ricardo Albelda. Luego hubo elecciones de los representantes del Claustro docente en el Consejo Académico, que se suman a los profesores ordinarios que participamos del gobierno de la Facultad.

No somos los únicos que han recomenzado el servicio directivo en la Facultad por más de un período. El Padre Lucio Gera, de quien en agosto se cumplirán 10 años de su fallecimiento, fue una vez director de estudios, antes de que la UCA nos integrara, y tres veces decano. Hoy deseo evocar al Padre Ricardo Ferrara, director de estudios con Eduardo Pironio y secretario académico con Lucio Gera en los años 60. Luego prestó el servicio del decanato de 1996 a 2002. En ambos períodos lo acompañé como Vicedecano.

Lo que vivió Ferrara en 1996 fue un nuevo comienzo. Él enseñó aquí desde 1957, dando como un servicio las materias que se le pedían en cada circunstancia: teología fundamental y teología moral, sin dar entonces el curso que deseaba sobre el misterio de Dios. Recién lo pudo asumir en los años setenta. Pero entonces, debido a la penosa situación laboral y económica que tenían nuestros profesores, Ferrara se fue a ganar el pan concursando en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - CONICET, donde se dedicó a ganarse la vida investigando la filosofía. Su proyecto se tituló Logos, Mythos, Ethos, y en ese marco estudió y editó la filosofía hegeliana de la religión. Eso llevó a pedirle que diera, también aquí, el curso de Filosofía de la Religión, que ya daba en la UCA y en la Universidad de Buenos Aires. Durante 20 años hizo la carrera de investigador científico y en ese tiempo se convirtió en uno de los mayores especialistas en Hegel, como reconoció el P. Francisco Leocata SDB en su historia de la filosofía en la Argentina.[36] También Leocata enseñó aquí de 1975 a 1979. Luego volvió, a pedido mío, de 1998 a 2001. Cuando Ferrara pudo completar el compromiso con el CONICET y quería escribir sobre el misterio de Dios, nuestro Consejo Académico lo eligió como decano para que le diera a la institución mayor nivel académico y proyección eclesial. En 1996, a sus 66 años, en un gesto enorme de generosidad, anteponiendo el bien común, comenzó un período que le hizo postergar un quinquenio su gran obra: El misterio de Dios.

Ferrara fomentó nuevas políticas de investigación, docencia, extensión y publicaciones. Su gobierno se empeñó en compaginar la ejecutividad para agilizar los procesos y la colegialidad para decantarlos por la tradición y el consenso. Una de sus prioridades fue mejorar la situación de los profesores promoviéndolos académica y económicamente. Fomentó su investigación teológica no sólo en forma individual sino a nivel institucional. Organizó el Instituto de Investigaciones Teológicas - ININTE y varias iniciativas valiosas: seminarios inter-cátedras, grupos de investigación, publicaciones colectivas, libros en homenaje. En un gesto audaz, en 2000 pedimos la acreditación de nuestro doctorado a la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria – CONEAU. Queríamos situar la ciencia teológica y su máximo grado en el sistema universitario argentino teniendo en cuenta que el Doctorado en Teología existió en nuestra tierra desde la fundación de la Universidad de Córdoba en el siglo XVII y desapareció de la esfera pública con la estatización de las universidades a mediados del siglo XIX. La primera acreditación fue concedida en 2001, la segunda en 2007, la tercera en 2017, recibiendo siempre la categoría “A”, que se aplica a las carreras de excelencia. En 2007 el doctorado en teología era el único con categoría A de todas las universidades privadas argentinas. Este proceso llevó a una incorporación ininterrumpida de nuevos profesores doctores.

Ferrara es un ejemplo del servicio a la Facultad en lo que ella necesita en cada momento más allá de los propios deseos y de lo que significa recomenzar para una institución y para una vida en edad madura. En la comunión de los santos lo recordamos con su gran corazón de padre sabio y niño confiado. Le gustaba meditar sobre el amor del Padre eterno y leer la poesía de Miguel de Unamuno Agranda la puerta Padre.

Agranda la puerta, Padre porque no puedo pasar;

la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad;

vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar.

1. El camino de una Facultad en el Camino

¿De dónde tomo la frase recomenzar el camino desde Cristo? Al celebrar el Jubileo de 2000, san Juan Pablo II dirigió a la Iglesia estas palabras: «Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos “remar mar adentro”, confiando en la palabra de Cristo: ¡Duc in altum!» (NMI 1). En la Carta Novo millennio ineunte, después de contemplar el rostro de Cristo, y antes de invitar a «reiniciar el camino desde Cristo» (ripartire da Cristo), el papa dijo: «la Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino (riprende oggi il suo cammino) para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8)» (NMI 28). La Iglesia debía recomenzar el camino de la misión manteniendo el rumbo de la santidad señalado por el Vaticano II. No debía inventar un nuevo programa sino centrarse más en Cristo, el Camino a la santidad de Dios y la evangelización de los hombres. En la exhortación Evangelii gaudium Francisco invitó a comenzar una nueva etapa centrada en el anuncio de la alegría del Evangelio (cf. EG 1).

Nuestro recomenzar se inserta en la marcha de la sinodalidad de todo el Pueblo de Dios, que inició la primera fase de consulta y escucha orientada a la celebración de la Asamblea Sinodal de 2023, cuyo tema es Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. En el discurso de 2017 propuse avanzar hacia una Facultad más sinodal. No repito lo que esto significa como dinámica de participación, discernimiento, renovación. Estamos recorriendo esos senderos, como se muestra en los cambios de los planes de estudio y otras iniciativas. Aquí solo insisto en el fundamento y el modelo cristológico de la sinodalidad eclesial.

La Iglesia es la comunidad de «los que siguen el camino del Señor» (Hch 9,2), los que caminan con, en y a través de Cristo. La sinodalidad tiene una clave cristológica-trinitaria a partir de la teología lucana del Caminante y la teología joánica del Camino. Jesús es el peregrino que proclama la buena noticia del Reino de Dios (Lc 4,14-15), anuncia «el camino de Dios» (Lc 20,21) y marcha hacia Jerusalén (cf. Lc 9,51-19,28). Él es «el camino» (Jn 14,6) que conduce al Padre, comunicando a los hombres, en el Espíritu Santo (Jn 16,13), la verdad y la vida de la comunión con Dios y los hermanos. Lucas, en el relato de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), ha delineado una imagen viva de la Iglesia como Pueblo de Dios, guiado a lo largo del camino por el Señor resucitado que lo ilumina con su Palabra y lo nutre en la fracción del Pan.

Caminar juntos, ser sinodales, andar en una Iglesia sinodal, es la condición de los discípulos del Camino.

«Sínodo es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación. Compuesta por la preposición σύν, y el sustantivo ὁδός, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite al Señor Jesús, que se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados los discípulos del camino (cfr. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22)».[37]

Cristo es la Persona-Camino La cristología del Camino y la eclesiología de la Iglesia peregrina – sinodal son correlativas. La imagen del Pueblo de Dios, convocado de entre las naciones (Hch 2,1-9; 15,14), expresa la dimensión social, histórica y misionera de la Iglesia, que se corresponde con la condición del ser humano como caminante, homo viator. La teología bíblica y patrística de Cristo como Camino fue sintetizada por santo Tomás de Aquino en la frase: via est nobis tendendi in Deum.[38] La primera encíclica de san Juan Pablo II explicó que Jesucristo es Camino de Dios hacia el hombre y de los seres humanos a Dios.

«La Iglesia camina con Cristo, por medio de Cristo y en Cristo. Él, el Caminante, el Camino y la Patria, otorga su Espíritu de amor (Rm 5,5) para que en Él podamos avanzar por el “camino más perfecto” (1 Co 12,31). La Iglesia está llamada a seguir las huellas del Señor hasta que Él vuelva (1 Co 11,26). Es el Pueblo del Camino (Hch 9,2; 18,25; 19,9) hacia el Reino celestial (Flp 3,20)».[39]

Señalaré algunas pistas de este camino cristocéntrico y sinodal en el nuevo comienzo de la Facultad.

2. Comunión con el Logos que se hizo carne

En su genial obra Introducción al cristianismo, hace 55 años, Joseph Ratzinger profundizó en un tema que lo acompaña desde sus primeros escritos, la relación entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos. Allí hizo una afirmación que marcó la teología de nuestra época: el cristianismo antiguo «hizo una opción por el Logos contra cualquier clase de mito»,[40] por la comprensión filosófica de Dios y no por los dioses de las mitologías griega y romana (entonces no se hablaba de mito como se lo entiende hoy). Así, la fe cristiana hizo una opción por la verdad del ser en contra del mito de la costumbre. En ese contexto se produjo una transformación del concepto filosófico de Dios por el cruce con la fe cristiana en Dios personal. El encuentro con Cristo y su misterio pascual ayudó a descubrir a un Dios inteligente, amoroso, creador y salvador.

Benedicto XVI tituló su primera encíclica Deus caritas est, confirmando lo que decía en aquella obra de 1967: «Dios... es agape, potencia del amor creador... está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante»; y «el Logos de todo el mundo, la idea original creadora, es también amor».[41] El amor divino se comunica plenamente en la entrega pascual de Cristo. En la Encarnación, la Cruz y la Eucaristía se descubre su amor entrañable. Mirar el costado traspasado de Cristo (Jn 19,37) introduce en el corazón de Dios. La lógica eucarística de la cruz permite discernir en la historia la lógica excesiva del Ágape de Dios.[42]

En la Constitución Veritatis gaudium, que rige nuestros estudios teológicos, Francisco afirma que

«el Evangelio y la doctrina de la Iglesia están llamados hoy a promover una verdadera cultura del encuentro, en una sinergia generosa y abierta hacia todas las instancias positivas que hacen crecer la conciencia humana universal; es más, una cultura —podríamos afirmar— del encuentro entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al intercambio recíproco de sus propios dones en el espacio de luz que ha sido abierto por el amor de Dios para todas sus criaturas. Como subrayó el Papa Benedicto XVI, “la verdad es ‘lógos’ que crea ‘diá-logos’” y, por tanto, comunicación y comunión» (VG Pr 4b).

Francisco mantiene la fe en un Dios que es Logos y explicita que se trata de la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros (cf. Jn 1,14). En la encíclica Fratelli tutti (FT) dice que somos «caminantes de la misma carne humana» (FT 8). La imagen del rostro se asocia a la realidad de la carne para mostrar que se trata de una fraternidad concreta, encarnada. «El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la ‘padece’ y busca la promoción del hermano» (FT 115).

Pensar la teología, decir un logos del Dios que es Logos y Dia-logos, es un desafío inmenso. Más aún, si se entiende el Logos encarnado en Jesús y la teología encarnada en distintos contextos eclesiales y culturales. Si la opción por el Logos se concreta en muchas formas del diálogo entre la fe y la razón,[43] el Logos encarnado nos invita a avanzar en el encuentro entre el cristianismo católico y las culturas actuales.[44] Aquí aparece otro sentido de la palabra “desborde”, usada por el Papa Francisco en su exhortación a la Iglesia de la Amazonia. Indica el derramarse que genera nuevos cauces de la inculturación del Evangelio y la Iglesia.

«Las verdaderas soluciones nunca se alcanzan licuando la audacia, escondiéndose de las exigencias concretas o buscando culpas afuera. Al contrario, la salida se encuentra por desborde, trascendiendo la dialéctica que limita la visión para poder reconocer así un don mayor que Dios está ofreciendo. De ese nuevo don acogido con valentía y generosidad, de ese don inesperado que despierta una nueva y mayor creatividad, manarán como de una fuente generosa las respuestas que la dialéctica no nos dejaba ver» (QA 105).

Nos encontramos en un momento oportuno para articular la tradición y la innovación en el estudio y en el aprendizaje de la teología. El paso por la mediación tecnológica nos exige un nuevo humanismo filosófico y pedagógico. Es un momento para ejercer el logos y el dia-logos, el pensamiento y la conversación. El diálogo es la vía para experimentar comunitariamente la alegría de la Verdad. El diálogo racional en el seno de la fe es la clave de una enseñanza que procura «un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro o visión común de todas las cosas» (LF 27).

En nuestras aulas se debe notar que la teología es una conversación, lo que nos compromete a participar a los profesores y los alumnos. El arte del diálogo y el intercambio de dones enriquece el vivir y el pensar. La teología, sabiduría y saber de la revelación como diálogo de salvación de Dios con el hombre, debe cultivar una forma mentis “dialogal”. Un pensamiento relacional y dialógico tiene su base en la naturaleza personal e interpersonal del ser humano y de su logos verbal, y es capaz de escucha y palabra, de recepción y donación. El ser humano es imago Trinitatis. La fuente originaria y el modelo ejemplar de todo diálogo humano reside en la Santísima Trinidad. Jesús nos introdujo en el «diálogo interior de Amor trinitario».[45]

3. El camino de la fraternidad abierta

Jesucristo nos descubre el rostro de Dios, como Padre, y la condición filial y fraterna del ser humano. El cristianismo innova en la concepción de la fraternidad de todos los hombres, mujeres y varones. La relación fraterna surge del vínculo con Jesús, no por un parentesco natural, sino por la adhesión libre de la fe que asume la voluntad del Padre (cf. Mc 3,20-35). «Estos (los discípulos) son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35). La fundación de esta familia grande, se basa en aprender de Jesús el seguimiento de la Torá, la voluntad de Dios. Jesús usa una fórmula declaratoria y jurídica que se empleaba para contraer matrimonio y fundar familia: «Esta es mi madre y estos son mis hermanos».[46] La comuni­dad de sus discípulos es una nueva familia. Al herma­narse con él se hermanan: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8). Seguir a Jesús implica ingresar en una nueva hermandad según el Reino de Dios, en la cual todos somos hermanos,[47] y cada uno es llamado hermano.[48]

La Iglesia está llamada a ser una fraternidad compasiva en el corazón de un mundo herido y fragmentado, como hoy nos muestran la pandemia y la guerra. La primera carta de Pedro exhorta a los miembros de su comunidad con esta frase: «resistan firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos dispersos por todo el mundo padecen los mismos sufrimientos que ustedes» (1 Pe 5,9). Esta expresión es original. Habla de la Iglesia como «vuestra hermandad en el mundo» (tèen en tôo kósmoo hymôon adelfóteeta). La comunión entraña el amor de compasión a quienes soportan los mismos sufrimientos: «amen a los hermanos» (1 Pe 2,17).[49] Una Iglesia fraterna está llamada a vivir la libertad del Espíritu en el amor mutuo (Ga 5,13‑15). Como decía Giaquinta, la fraternidad es un criterio eclesiológico y moral.[50] En el primer sentido las comunidades deben ser fraternas y la hermandad es un criterio para discernir una iglesia local. El segundo significado, querer el bien del otro, «el hermano por quien Cristo murió» (1 Co 8,11), es un criterio para el obrar ético.[51]

Jesús no se avergüenza de ser nuestro hermano (Hb 2,11) y de hacerse presente en sus hermanos más pequeños (Mt 25,31-46). Su Espíritu genera una mística y una praxis de filiación y fraternidad. En Jesús, el reconocimiento de la paternidad divina descubre el fundamento más profundo de la fraternidad humana. «Sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad» (FT 272). La fraternidad sostiene la libertad y la igualdad, pilares de la convivencia social (cf. FT 103-104).

Un signo elocuente de fraternidad es la apertura a los que migran forzadamente. El pontificado actual quedará en la historia por su compromiso en favor de los desplazados, perseguidos y refugiados. Como nosotros, el Papa reconoce en los refugiados el rostro de Jesús forastero, que nos sigue diciendo: «estuve de paso y me recibieron» (Mt 25,35). Inspirada en esa frase la Regla de San Benito consagró la fórmula de la hospitalidad: «todos los huéspedes deben ser acogidos como Cristo» (cap. 53). Las migraciones nos desafían a reconocer distintas alteridades culturales y abrazar las diferencias que enriquecen la humanidad. La fe lleva a mirar al otro como un Cristo peregrino al que se brinda hospedaje. En el Angelus del 13 de marzo, ante la invasión a Ucrania, Francisco dijo dos frases que interpelan. La primera es: En nombre de Dios les pido ¡Detengan esta matanza! Es una expresión que recuerda otra dicha por san Oscar Romero en El Salvador el 23/3/80: les suplico... en nombre de Dios, ¡cese la represión! La otra frase no se dirige a los victimarios sino a los que podemos solidarizarnos con las víctimas: Quisiera exhortar una vez más a la acogida de tantos refugiados en los que Cristo está y dar las gracias por la gran red de solidaridad que se ha formado.

Nuestra Facultad es y quiere ser una pequeña – gran familia en la que todos somos y nos sentimos hijos e hijas de Dios, discípulos de Cristo, hermanos y hermanas. Somos conscientes de nuestras diferencias, que pueden asumirse para enriquecer la con-vivencia y la co-laboración. Estamos llamados a compartir fraternalmente, sin presumir de ser más grandes ni reducirnos a ser más chicos, aunque pertenezcamos a diversas generaciones y condiciones, aunque tengamos distintos carismas y funciones. El Espíritu de comunión nos mueve a relacionarnos con los demás y unirnos a ellos con «una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, sabe descubrir a Dios en cada ser humano» (EG 92). Aquí también recibimos a hermanos y hermanas de muchos países como visitantes, alumnos y compañeros.

La familia humana está llamada a cuidar la casa común y cultivar el jardín del mundo. Desde la más antigua tradición bíblica, la familia y la casa se corresponden estructural, histórica y lingüísticamente. En la familia de nuestra institución tenemos una casa común que, en el bienio pasado, y a pesar de las dificultades, ha recibido muchos arreglos y equipamientos. En estos meses verán obras en la biblioteca, las aulas, las oficinas, los servicios de electricidad y gas. Procuramos que la casa esté más bella, limpia, segura, habitable. Por eso hay un equipo que trabaja para limpiar nuestro hogar durante todo el día. Por eso se están haciendo arreglos en diversos lugares, como se ve en estos días en la limpieza de la fachada. En este marco anuncio que ampliaremos los depósitos de la Biblioteca en los espacios del antiguo decanato en el Seminario. Todos somos responsables de todos y corresponsables de nuestra casa, el decano en primer lugar.

4. Reiniciar la cultura del encuentro presencial

A nivel fenomenológico la presencia de la persona es figura, manifestación, visibilidad. A nivel teológico la meditación contemporánea sobre Cristo emplea las categorías presencia y encuentro. Se expresa en varios documentos eclesiales y en aportes de grandes teólogos. En 2008 comenté detalladamente las líneas transversales de la cristología del Documento de Aparecida, expuesta con las categorías don, bendición, Reino, Evangelio, presencia, encuentro, camino, seguimiento, misión, vida, dignidad, plenitud, alegría.[52]

Para Aparecida, encontrarse con Jesús, conocerlo y amarlo, es el gran tesoro que descubrimos los discípulos misioneros (A 29). Este acontecimiento no es una conquista humana, sino un don divino. Muestra la gratuidad del amor de Dios como principio del ser cristiano, según la lógica del encuentro. Lo dice otro número de ese documento que integra consignas de Juan Pablo II y Benedicto XVI: «A todos nos toca recomenzardesde Cristo (cf. NMI 28-29), reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1)» (A 12). La V Conferencia, en la cual el cardenal Bergoglio presidió la Comisión de redacción, destaca el don del encuentro con Cristo (A 145, 548).

«Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste» (A 14).

Una cristología del encuentro entiende esa palabra no solo como el primer paso, sino como todo el proceso de elección, llamado, respuesta, adhesión, seguimiento y unión con Jesús. La frase encuentro con Cristo aparece más de sesenta veces en Aparecida. Presenta la relación del cristiano con Cristo con un término personalista contemporáneo, una realidad que, en el Nuevo Testamento se dice con palabras como discipulado, configuración, amistad, comunión, participación, permanencia. “Encuentro” es una noción empleada por la teología de la revelación y la fe y, también, por la cristología.[53] Ella se refiere a los encuentros de Jesús con sus contemporáneos, especialmente las manifestaciones del Resucitado, y también a todo encuentro con el Viviente que se manifiesta en sus diversas presencias en la Iglesia y en el mundo. El don del encuentro brota de la fascinación que Jesús ejerce y que suscita nuestra admiración (A 136, 277).

Esta convicción está en la raíz de una concepción de la Iglesia que evangeliza atrayendo porque vive como comunidad de amor y crece no por proselitismo, sino por atracción, como Cristo atrae hacia sí por la fuerza de su amor (A 159, 161). Esta atracción interior es una gracia por la que el Padre nos lleva a Cristo (A 241); es la atractio Patris que la teología leyó en textos en los que Jesús señala que la fe en Él es un don atractivo que procede del Padre del cielo (Mt 16,17; Jn 6,44). Evangelizar, comunicar el don del encuentro a otros, nace de la experiencia de ser amado por Jesús y del desborde de gratitud y alegría que nos embarga.

En 2019, al exponer el desafío de pensar en filosofía y en teología, cité esta frase de Optatam totius: «Las otras disciplinas teológicas deben ser [como la dogmática] igualmente renovadas por medio de un contacto más vivo con el misterio de Cristo (ex vividiore cum Mysterio Christi contactu) y la historia de la salvación» (OT 16). El texto habla del conocimiento por contacto. El tacto es un sentido espiritual muy intenso. La fe es ver, oír y tocar a Jesús porque «la Vida se hizo visible» (1 Jn 1,2). Los cristianos anunciamos «lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida» (1 Jn 1,1). El texto usa el verbo contingere que significa no sólo tocar sino también, figurativamente, entrar en una relación personal. El mysterium Christi es el locus para entender la fe y renovar el pensar, el ámbito vital de la cristología. El estudio académico debe garantizar la unión con Cristo para hacer teología y articularla con la filosofía. Junto con la dogmática, los estudios bíblicos, la historia de la Iglesia, la teología moral y espiritual, la teología pastoral, el derecho canónico, todas las disciplinas -a su modo- deben procurar un contacto más vivo con Cristo.

Estamos llamados a encontrarnos con Jesús en las distintas formas de su presencia, de la Palabra y la Imagen hasta los rostros de los hermanos que nos salen al paso cada día. El encuentro en la comunidad académica debe generar cercanía, simpatía, arraigo, sostén, amparo. Nos ayuda a acompañarnos en el camino de la educación universitaria, que es un proceso de intercambio interpersonal y vincular, no sólo instrumental o tecnológico. Para caminar juntos nos ayuda una fenomenología del rostro, la mirada y la palabra, la encarnación, el símbolo y el gesto, y sobre todo, una espiritualidad cristológica de la comunión por contacto y comunicación, que se consuma en la comunión eucarística con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En este marco quiero acentuar la afirmación de la dignidad de todo ser humano, que funda el ethos universal de los derechos humanos y una concepción de la historia capaz de registrar la acción y la pasión humanas. Desde 2018 esta Facultad de Teología, encabezada por el decano y una comisión directiva, y con la colaboración de profesores de la casa y otros centros, investiga el tema de la actuación de la Iglesia católica en la espiral de violencia que hubo en la Argentina de 1966 a 1983, por pedido de la Comisión Ejecutiva del Episcopado Argentino. Queremos aproximarnos lo más posible a la verdad histórica de lo sucedido.

5. El desborde sobreabundante: dar mucho más

Que Cristo habite en sus corazones por la fe y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios (Ef 3,17-19).

El amor de Cristo excede todo conocimiento. El cristiano conoce por la fe (pistis) el Amor de Cristo extendido en la Cruz, cuyos brazos abiertos abarcan el mundo entero. La paradoja es conocer un amor que supera lo que se puede conocer. Cristo es «el Hombre que abarca el mundo entero y que se halla en la cruz, que también lo abarca».[54] Una tradición antigua orienta la mirada del texto hacia la muerte de Cristo en la cruz, cuyas dimensiones van hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados. Ellas significan una Caridad inabarcable. El amor de Cristo une el cielo y la tierra, el pasado y el futuro, el tiempo y la eternidad.[55]

Esta sobreabundancia de amor nos colma.[56] «El exceso de Dios está presente en el exceso de Cristo, según la anchura y la longitud… es exceso de amor».[57] Se refería al Deus Excessus. La teología piensa la paradoja del excesivo amor de Cristo, que vive, por el Espíritu, en la Iglesia y los seres humanos, y se refleja en el corazón de María. En el horizonte abierto por el exceso de Dios se sitúa la fe que piensa en esta Facultad.

El desborde del amor tiene su fuente y modelo en el actuar de Dios. En una página excepcional san Pablo muestra el mucho más .pollô mallon) de la gracia de Cristo que supera excesivamente el pecado de Adán: «porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos» (Rm 5,15).

La lógica de la sobreabundancia expresa el Don de Dios que da Vida.[58] Pablo lo dice con una formulación muy creativa: «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,17). El texto modifica el verbo perisseuó – abundar, exceder – poniendo el prefijo hyper y creando el verbo sobreabundar para referirse al exceso de Dios. Es el desborde del corazón del padre que sale a buscar al hijo y lo abraza con ternura, o el del anfitrión de la boda que busca invitados en los caminos. Esta abundancia (perisseia) está en la frase de Jesús: “la boca habla de la abundancia del corazón” (Mt 12,24). No indica una acumulación cuantitativa, ni un sobrante superfluo, sino la calidad del amor que brota del corazón. Es la generosidad que pide Pablo en la colecta por la comunidad de Jerusalén para cubrir la necesidad e igualar la situación (2 Co 8,14).

El ser humano es un don dado a sí mismo y llamado a darse a los demás, que puede dar mucho más de sí. Como peregrino va, por su libertad renovada en la gracia, al encuentro del Dios que viene a su encuentro. El futuro no es sólo futurum, mera continuación del presente, repetición de lo mismo, prolongación de lo que somos en lo que seremos, sino también adventus, novedad que irrumpe, presencia indeducible, gracia que sale al paso, don que renueva. En esta lógica colaboramos para extraer vida nueva de las situaciones de muerte. La presencia de Dios solicita la libertad responsable del hombre, creatura creadora, para que se abra humildemente al don salvador que viene de arriba y colabore en lograr mucho más que lo anterior.

Desde su corazón generoso Dios nos regala esperanza porque se brinda sin medida y nos ayuda a darnos gratuitamente para extraer bien y amor de los males que sufrimos y otros sufren. En momentos difíciles podemos dar un paso más, como lo hicimos en los dos años precedentes: de la ausencia sacamos mucha más presencia; de la incomunicación sacamos mucha más comunicación. Invito a todos a seguir la lógica del mucho más en este nuevo comienzo: mucho más amor y servicio; mucho más respeto y seriedad; mucha más participación y solidaridad; mucho más trabajo y colaboración; mucho más aprendizaje y estudio.

Dios Padre es la fuente de esta teo-lógica de la sobreabundancia.[59] Benedicto XVI enseña que

«El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente… Al ser un don (eine Gabe) recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad… la comunión fraterna, más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca…» (CiV 34).

El don del amor no anula la verdad ni suprime la justicia; las asume y trasciende en la lógica de la gratuidad y la fraternidad. En la Facultad no entendemos el desborde como una desmesura, ni el superar como transgredir, ni el exceder como desbarrancar. Por el contrario, la abundancia del amor exige un cumplimiento más justo, una entrega más generosa, una reciprocidad más comprometida. La vida cotidiana en la comunidad cristiana es un continuo llamado al don de sí, a dar más y a darse más en Cristo. ¡Demos gratuitamente lo que recibimos gratuitamente! ¡Que nuestra Facultad desborde de vida evangélica, teologal, teológica!

Cristo en nosotros - nosotros en Cristo

En el Centenario de la Facultad, Francisco trazó el perfil de quien estudia teología y señaló este rasgo:

«El teólogo es un creyente. El teólogo es alguien que ha hecho experiencia de Jesucristo, y descubrió que sin Él ya no puede vivir. Sabe que Dios se hace presente, como palabra, como silencio, como herida, como sanación, como muerte y como resurrección. El teólogo es aquel que sabe que su vida está marcada por esa huella, esa marca, que ha dejado abierta su sed, su ansiedad, su curiosidad, su vivir. El teólogo es aquel que sabe que no puede vivir sin el objeto / sujeto de su amor y consagra su vida para poder compartirlo con sus hermanos».[60]

Comparto dos textos que manifiestan la plenitud de Cristo en la totalidad de la vida personal y comunitaria. Uno es la primera estrofa - escrita en 1838 - de un bello himno del cancionero alemán.[61]

O Jesu, all mein Leben bist du / ohne dich nur Tod

Oh Jesús, vos sos toda mi vida / sin vos sólo (hay) muerte

Meine Nahrung bist du / ohne dich nur Not

Jesús, sos todo mi sustento / sin vos sólo (hay) indigencia

Meine Freude bist du / Ohne dich nur Leid

Jesús, sos toda mi alegría / sin vos sólo (hay) tristeza

Meine Ruhe bist du / ohne dich nur Streit - o Jesu.

Jesús, sos todo mi descanso / sin vos sólo (hay) conflicto.

El segundo texto pertenece a san Ambrosio, obispo de Milán, padre de la Iglesia latina.

«Así, pues todo lo tenemos en Cristo… todo está en el poder del Señor y Cristo es todo para nosotros. Si deseas curar una herida, Él es el médico; si tienes fiebre, es la fuente; si estás abrumado por la iniquidad, es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, es la fuerza, si temes la muerte, es la vida; si deseas el cielo, es el camino; si huyes de las tinieblas, es la luz; si buscas la comida, es el alimento».[62]

Miramos a María y nos dejamos mirar por sus ojos misericordiosos. Le pedimos que Cristo sea todo para nosotros. Que sea vida, alimento, felicidad, paz en nuestra vida personal comunitaria, pastoral. Que sea la luz y el sabor en los estudios que realizamos en la Facultad de Teología. Que el Espíritu nos ayude a recomenzar compartiendo el consuelo que recibimos de Dios. «Así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda (perisseuó) nuestro consuelo» (2 Co 1,5).

Notas

[1] Cf. Carlos M. Galli, «El Cincuentenario de la Comisión Teológica Internacional. Aportes a la teología fundamental, la cristología y la eclesiología», Estudios Eclesiásticos 376 (2021) 167-192.
[2] Cf. Comisión Teológica Internacional, «Teología – Cristología – Antropología» (1981), en: Comisión Teológica Internacional, Documentos 1969-2914 (Madrid: BAC, 2017), 142-164.
[3] Cf. Emilio Brito, Accès au Christ, vol. 1, (Leuven: Peeters, 2020), 1-25.
[4] Cf. Jürgen Moltmann, El Dios crucificado (Salamanca: Sígueme, 1972), 14.
[5] Saint Bonaventure, Itinéraire de l’esprit vers Dieu. Texte de Quaracchi (Paris: Vrin, 1994), 106.
[6] Ibid., 22.
[7] Cf. Fernando Pielagos, Testigo de la pasión. San Pablo de la Cruz (Madrid: BAC, 1977), 200.
[8] Stanislas Breton, La mística de la pasión. Doctrina espiritual de san Pablo de la Cruz (Barcelona: Herder, 1969), 61.
[9] Francisco, Mensaje a los participantes en el Congreso Interuniversitario sobre las doctoras de la Iglesia, Roma, 1/3/2022.
[10 Paul Ricoeur, «D’un Testament à l’autre: essai d’herméneutique biblique» en Lectures 3: Aux frontières de la philosophie, (Paris: Seuil, 1994), 355-366, 365.
[11] Cuando este texto estaba ya listo para su publicación, falleció el padre Luis Rivas, eminente biblista de nuestra Facultad de Teología. Al final de este volumen agrego una carta que escribí en su memoria y una reseña bio-bibliográfica.
[12] Cf. Ricardo Ferrara, El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas (Salamanca: Sígueme, 2005),485-487, 547-577; cf. Carlos M. Galli, «Pensar a Dios: Primero y Último; Máximo y Mínimo; Ser, Verdad y Amor; Padre, Hijo y Espíritu Santo. La teología sapiencial y teocéntrica de Ricardo Ferrara» en: Víctor M. Fernández y Carlos M. Galli, Dios es espíritu, luz y amor. Homenaje a Ricardo Ferrara (Buenos Aires: Facultad de Teología UCA, 2005), 31-130.
[13] Cf. Luciano Eusebi, «Dio è Misericordia» en Istituto Paolo VI. Notiziario 71 (2016) 7-13, 7.
[14] Cf. Francisco, El nombre de Dios es misericordia. Ed. Andrea Tornielli, (Barcelona: Planeta, 2016), 25-39.
[15] Cf. Carlos M. Galli, «Revolución de la ternura y reforma de la Iglesia» en Rafael Luciani y Carlos Schickendantz (coords.), Reformas de estructuras y conversión de las mentalidades (Madrid, Khaf, 2020), 55-92.
[16] Ghislain Lafont, Petit essai sur le temps du pape Francois (Paris: Cerf, 2017), 138; cf. 190, 194, 202, 252, 268.
[17] Cf. Carlos M. Galli, La mariología del Papa Francisco (Buenos Aires: Agape, 2018), 97-111.
[18] Cf. Diego Fares, «El corazón de Querida Amazonia. El desborde de la itinerancia», La Civiltà Cattolica (Iberoamericana) 39 (2020) 17-31.
[19] Francisco, Soñemos juntos. Conversaciones con Austen Ivereigh (Buenos Aires: Penguin Random House, 2020), 7.
[20] Cf. Carlos M. Galli, «Il dono traboccante dello Spirito nel popolo di Dio» en Rafael Luciani, S. Noceti, Carlos Schickendantz (edd.), Sinodalità e riforma. Una sfida ecclesiale, Bologna, Queriniana, 2022, 62-90.
[21] Francisco, Soñemos juntos…, 84.
[22] Ibid., 85
[23] Cf. Udo Schnelle, Paulus. Leben und Denken (Berlin: de Gruyter, 2014), 203-213; 237-242.
[24] Cf. Paul Ricoeur, «Logos, mythos, staurós» en Lectures 3, 139-148.
[25] Cf. Carlos Gil Arbiol, «Claves del pensamiento de Pablo» en R. Aguirre (ed.), Así empezó el cristianismo (Estella: Verbo Divino, 2010), 159-166.
[26] Cf. Ramón Trevijano Etcheverría, «El contraste de sabidurías (1 Co 1,17-4,20)» en Estudios Paulinos (Salamanca: Ediciones de la Universidad Pontificia de Salamanca - UPSA, 2002), 147-170.
[27] Eduardo de la Serna, Primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Comentario (Estella: Verbo Divino, 2019), 46; el comentario a toda la sección de 1 Co 1,10-4,21 se halla en las páginas 43-65.
[28] Ver el texto en Stanislas Breton, La mística de la pasión…, 139.
[29] Ver el texto en Ibid., 113.
[30] Cf. Ibid., 23-26, 52-53, 84-89, 114-117, 147-155, 250-251.
[31] Cf. Stanislas Breton, Du Principe. L’organisation contemporaine du pensable (Paris: Desclée, 1971), 139‑153; cf. también Étre, Monde, Imaginaire (Paris: du Seuil, 1976), 46-59, 173-182.
[32] El Principio-eminencia en la fuente de todo lo derivado de él, el más allá de sus determinaciones y su plenitud. La eminencia del principio‑causa define su trascendencia, siendo irreductible a lo que proviene de él (cf. Breton, Du Principe…, 150‑152).
[33] Stanislas Breton, La mística de la pasión…, 113.
[34] Ibid., 152.
[35] Stanislas Breton, Du Principe…, 165.
[36] Cf. Francisco Leocata, Los caminos de la filosofía en la Argentina (Buenos Aires: Don Bosco, 2005), 509
[37] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (Buenos Aires: Agape, 2018), 3.
[39] Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia…, 50.
[40] Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo (Salamanca: Sígueme, 1969), 110.
[41] Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo…, 117 y 119.
[42] Cf. Carlos M. Galli, «Dios como Logos y Agape en Joseph Ratzinger - Benedicto XVI» en Víctor M. Fernández y Carlos M. Galli, Eros y Agape. Comentario a “Dios es amor” (Buenos Aires: San Pablo, 2008), 9-43. En una línea distinta, referida a la plenitud de la comunión trinitaria, cf. Michel Corbin, La Trinité ou l’Excès de Dieu (Paris: Cerf, 1997), 13-20, 167-172.
[43] Cf. Carlos M. Galli, «Pensar conjuntamente en teología y en filosofía. Un estilo dialogal, itinerante, integrador», Teología 129 (2019) 9-65.
[44] Cf. Andreas Lind, «La opción por el Logos en el pontificado de Francisco», La Civiltà Cattolica (Iberoamericana) 40 (2020) 28-52.
[45] J. Ratzinger - Benedicto xvi, Jesús de Nazaret. I (Buenos Aires: Planeta, 2007), 166.
[46] Cf. Gerhard Lohfink, ¿Necesita Dios la Iglesia? Teología del Pueblo de Dios (Madrid: San Pablo, 1999), 211; cf. 210-217.
[47] Esto se observa en las cartas paulinas (1 Tes 1,4; 4,10; Rm 16,14) y en los Hechos (1,16; 6,3; 10,23; 12,17; 13,16).

Notas de autor

El autor es Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina y miembro de la Comisión Teológica Internacional, entre otros servicios eclesiales.
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