REPRESIÓN
Y “GUERRA”: EL TERRORISMO DE ESTADO ARGENTINO EN ESCALA COMPARADA EN EL CONO
SUR
Marina
Franco*
Escuela
Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales / Universidad Nacional de San
Martín / CONICET
* mfranco@unsam.edu.ar
Recibido: 30
de enero de 2024
Aceptado: 27
de marzo de 2024
Esteban Damián
Pontoriero**
Universidad
Nacional de Tres de Febrero / Universidad Nacional de San Martín / CONICET
*
estebanpontoriero@hotmail.com
Resumen: El presente
artículo estudia en la escala regional del Cono Sur el vínculo entre represión
y “guerra” a partir de la forma en que se planificó y ejecutó el terrorismo de
Estado en la Argentina. Las numerosas investigaciones que serán nuestro insumo
principal muestran que los gobiernos militares y/o constitucionales de
Argentina, pero también de Chile, Brasil y Uruguay, llevaron adelante sus
acciones represivas bajo un paradigma bélico. El texto se divide en dos
secciones: en la primera parte, se presentan los elementos centrales del ciclo
histórico de represión y violencia política en el que se inserta el caso
argentino, a la luz de las otras experiencias locales. En la segunda parte, se
explora la forma en que la “guerra” se constituyó en el marco conceptual a
partir del cual en la Argentina, y en los otros países estudiados, se
implementó el terrorismo de Estado.
Palabras claves: Argentina,
Cono Sur, Represión, “Guerra”.
REPRESSION AND “WARFARE”: ARGENTINE STATE TERRORISM ON A COMPARATIVE
SCALE IN THE SOUTHERN CONE
Abstract: This article studies on the regional scale of the Southern Cone the
link between repression and “war” based on the way in which State terrorism was
planned and executed in Argentina. The numerous studies that will be our main
input show that the military and/or constitutional governments of Argentina,
but also of Chile, Brazil and Uruguay, carried out
their repressive actions under a warlike paradigm. The text is divided into two
sections: in the first part, the central elements of the historical cycle of
repression and political violence in which the Argentine case is inserted are
presented, in light of other local experiences. In the
second part, the way in which the “war” became the conceptual framework from
which in Argentina, and in the other countries studied, state terrorism was
implemented is explored.
Keywords: Argentina, Southern Cone, Repression, “Warfare”.
I. Introducción
La historia de
los países del Cono Sur americano en el siglo XX estuvo atravesada por altos
niveles de movilización colectiva, protestas sociales, radicalización política
y diversos ciclos de violencia y represión, con algunos períodos de violencia
estatal masiva y sistemática. En diversos momentos, las Fuerzas Armadas (FF. AA.)
y las Fuerzas de Seguridad (FF. SS.), esto es policías y otros cuerpos
destinados a mantener el orden interno, tomaron a cargo la responsabilidad de ejecutar
acciones represivas sobre diversas expresiones del conflicto social o político.
Para ello, fueron convocadas por gobiernos constitucionales o regímenes de
facto, y tanto por actores civiles como militares a cargo del poder.
En particular,
durante las décadas del sesenta y setenta, bajo las llamadas “dictaduras de
seguridad nacional”, este proceso alcanzó su momento más brutal, en el marco
ideológico y geopolítico de la Guerra Fría. Los casos más importantes de ese
tipo de regímenes fueron Brasil (1964-1985), Chile (1973-1990), Uruguay
(1973-1985) y Argentina (1966-1973 y 1976-1983).[1] El
accionar de estos gobiernos de facto se desplegó centralmente a través de un
conjunto de prácticas de violencia estatal legal e ilegal masivas que suelen
ser englobadas en el concepto de terrorismo de Estado, denominación aplicada a
la última dictadura argentina y luego extendida a los otros casos regionales. En
los diferentes países mencionados, las actividades criminales de los
uniformados dejaron como saldo miles de víctimas entre detenidos y presos
políticos, torturados, muertos, desaparecidos, exiliados y, en algunos casos,
menores apropiados, junto a otras violaciones sistemáticas a los derechos
humanos.[2]
Dentro
de este panorama, el caso argentino ha sido uno de los más estudiados como
consecuencia de una expansión historiográfica que tuvo un fuerte impulso en las
últimas dos décadas. La historia reciente –o la historia del
tiempo presente como se la denomina en otros países del Cono Sur–, y dentro de
ella los estudios sobre la represión, han sido los campos más desarrollados (Franco
y Levín 2007; Águila, Garaño y Scatizza
2016; Franco y Lvovich 2017; D’Antonio
2018; Águila, Garaño y Scatizza
2018 y 2020). Respecto de estos últimos, los tópicos investigados a través de
libros, tesis de grado y posgrado, y artículos, discutidos por una creciente
comunidad de colegas son muy amplios. Podemos mencionar, sólo a modo de
ejemplo, y sin ánimo de exhaustividad algunos de ellos: las dinámicas, ciclos y
características de la violencia de Estado (incluyendo la dimensión paraestatal);
las agencias, instituciones y actores que la protagonizaron; las normativas,
órdenes, leyes, prácticas y experiencias que se entretejieron para hacerla
posible y todo ello a través de diferentes casos locales en diversas regiones
del país (Águila 2018).
En este trabajo nos interesa
profundizar, en particular en la relación entre violencia represiva y “guerra”,
que ya ha sido objeto de señalamientos para el caso argentino y por parte de varios
colegas (Lorenz 2015; Soprano 2019). En efecto, los procesos represivos de la región fueron planteados como acciones bélicas
por parte de las fuerzas militares de los distintos países. En el marco de la
Guerra Fría, se sostuvo la tesis del “enfrentamiento armado no convencional”,
“guerra interna” y “guerra no convencional” de características novedosas contra
un enemigo “marxista y subversivo” que había penetrado el territorio. Sobre esa
premisa, las FF. AA. estructuraron su doctrina, diagramaron su estrategia y sus
hipótesis de conflicto, así como sus tácticas y sus políticas represivas
durante varias décadas. Así, la brutal represión–que hoy conocemos como terrorismo
de Estado– fue vivida y concebida como una guerra.
El presente artículo se propone
analizar la relación entre esa represión y la noción de “guerra” en el caso
específico de la última dictadura argentina, abordándola como parte de un
proceso conosureño de otros países de la región en las mismas décadas. Aunque
la represión militar y clandestina argentina parezca un tema ya muy transitado,
la exploración articulada con los otros casos mencionados aún es una deuda
pendiente.[3] A
su vez, la indagación sobre la noción de guerra sigue siendo necesaria de
profundizar para comprender la racionalidad del actor militar. Este texto no
pretende ser una investigación empírica original, sino una propuesta analítica
a partir de la importante acumulación de pesquisas ya existentes. Por esta
razón, nuestro insumo principal está formado por una selección de la
bibliografía más significativa producida en los últimos años sobre el tema. Se
trata de un esfuerzo orientado a la síntesis y reflexión histórica a partir de
los resultados de diversas investigaciones de otras y otros colegas, además de
nuestros propios aportes al campo. El texto que sigue se compone de dos
secciones: en la primera se presenta el ciclo histórico de la violencia
política y represión que confluyó en estas dictaduras y algunas de las
características generales y específicas de esos regímenes; en la segunda, se
discute la idea de la guerra como justificación de los perpetradores para
explicar la violencia aplicada.
II. Argentina en el contexto regional
Resulta difícil
construir un marco histórico unificado para toda la región, dado que en cada
caso las dictaduras fueron procesos políticos y sociales signados por dinámicas
nacionales específicas y con procesos previos de corto, mediano y largo plazo
también muy particulares.[4]
Sin embargo, es evidente que en esa diversidad, las dictaduras fueron fenómenos
coincidentes, similares en sus diferencias, y con alto nivel de concierto
regional. Por ello, el caso argentino y los procesos represivos que aquí nos
ocupan, no pueden ser pensados sin sus especificidades nacionales y los rasgos
epocales que los acercan al resto de las historias nacionales de la región.
Como dimensión fundamental
compartida, el contexto en el que se fueron gestando y desarrollando las intervenciones
represivas del Estado coincidieron con el pleno impacto de la Guerra Fría en la
región, desde mediados de los años cincuenta hasta la década del ochenta. Esas
décadas tuvieron como rasgo principal una notoria y persistente inestabilidad
política, económica y social, y crecientes formas de violencia política. Esto
se vinculó, en diferentes proporciones en cada caso, con el agotamiento de los
modelos de desarrollo económico previos y la imposibilidad de los diferentes
sistemas políticos y sus actores de procesar conflictos cada vez más agudos, en
general plasmados en procesos de acelerada radicalización de grupos a derecha e
izquierda. En ese contexto, las experiencias de impugnación y desafío al orden
capitalista de sectores populares y medios, obreros, estudiantiles, religiosos,
culturales o profesionales fueron leídos desde los grupos de poder y
conservadores como amenazas de extrema gravedad que requerían intervenciones
disciplinadoras. La manifestación más visible fue la aparición, en cada país y
como proceso regional, de fenómenos contestatarios con un claro deslizamiento hacia
posturas revolucionarias y radicalizadas, especialmente en sectores políticos juveniles,
que fue respondida con la más extrema violencia, en lo que muchos autores
denominan una acción “contrarrevolucionaria” (Corradi, Weiss, Fagen y Garretón
1992; Bethell 1997; Brands 2010; Grandin y
Joseph 2010; Ansaldi y Giordano 2012; Zanatta 2012; Field, Krepp y Pettiná
2020).
Así, entre
fines de los años sesenta y principios de los setenta, según la cronología de cada
país, irrumpieron en la escena organizaciones guerrilleras de orientación
marxista o afines a algún movimiento o partido político local, que en muchos
casos recurrieron a la lucha armada como parte de su proyecto político. En
algunos casos, como Brasil, la aparición de esas organizaciones fue posterior a
la llegada al poder de la dictadura militar en 1964, motorizando una estrategia
de lucha antidictatorial, además de revolucionaria, desde 1968. En otros casos,
como Chile, Uruguay y Argentina, las organizaciones armadas surgieron varios
años antes del golpe de Estado, y en los últimos dos países fueron parte de la
justificación de las FF. AA. para la irrupción represiva y la toma del poder
(Ridenti 2007; Marchesi 2019; Águila 2023).
Los años inmediatamente previos a los respectivos
quiebres del orden constitucional en los cuatro países aquí estudiados se
caracterizaron por procesos de movilización colectiva, protestas e incremento
de la radicalización política, a izquierda y derecha, y de la violencia
política en general. En Argentina, al igual que en Uruguay, esto se materializó
en la acción de las organizaciones armadas revolucionarias y también de grupos
paraestatales contrarrevolucionarios, junto con una escalada autoritaria y represiva
por parte del Estado cuando aún estaban en manos de gobiernos constitucionales,
bajo la presidencia de Jorge Pachaco Areco (1967-1972) y Juan María Bordaberry (1973-1976)
para Uruguay y de Juan D. Perón (1973-1974) e Isabel Martínez de Perón
(1974-1976) en Argentina. En Chile y Brasil, el escenario de alta
conflictividad previa tomó forma alrededor de una gran polarización político-social
entre los sectores que apoyaban a los gobiernos reformistas de Salvador Allende
(1970-1973) y João Goulart (1961-1964) y los grupos opositores, imbuidos de un
gran anticomunismo como clave de lectura del peligro en ciernes –y desde luego
apoyados por los intereses estadounidenses en la región que fueron
particularmente significativos en Chile y menor medida pero reales en Brasil.
A su vez, desde comienzos de los años
setenta el caso de Argentina siguió una dinámica análoga a la de Chile y
Uruguay en cuanto al uso del Ejército para la ejecución de labores represivas en
sentido contrainsurgente, es decir, para la “guerra interna”. En el caso de
Brasil, antes del golpe de Estado de 1964 fueron las fuerzas policiales y los
llamados “escuadrones de la muerte” quienes tuvieron un rol primordial en la
represión interna. En cambio, el predominio militar llegó de la mano del golpe
de Estado y la construcción de una arquitectura institucional y territorial,
legal e ilegal.[5]
Según las
distintas cronologías ya mencionadas, los militares –en alianza con distinto
tipo de sectores civiles de derecha– terminaron asumiendo el poder en los
diferentes países, instaurando gobiernos de facto. Tanto en Argentina, como en
Uruguay, dado que la represión militar había empezado antes, autorizada y
alentada por gobiernos constitucionales civiles, los grupos revolucionarios
“subversivos” –que sirvieron de argumento justificatorio del golpe– estaban
prácticamente eliminados cuando se produjeron los golpes de Estado de 1973 y
1976, respectivamente (Franco 2012; AA. VV.
2004). Luego, la represión iniciada a partir de esos golpes y de manera más
abierta por las FF. AA. implicó objetivos más amplios y otra sistematicidad y
masividad en la violación de los derechos humanos.
En Chile, la
situación fue muy diferente porque la dictadura estuvo precedida por la llegada
de la izquierda socialista al poder por la vía democrática. La “vía pacífica al
socialismo”, como se la llamó, fue un largo proceso que se concretó en 1970 con
el triunfo electoral de Salvador Allende como representante de la Unidad
Popular, una coalición del Partido Socialista, Comunista y otras fuerzas de
izquierda. La reacción brutal y violenta de las derechas civiles y militares
–ya en ascenso desde los años sesenta– derrocó a Allende en 1973 bajo el signo
de la lucha contra el marxismo y tras varios años de una intensa y violenta
ofensiva política (Valdivia Ortiz de Zárate 2020). En cambio, en Brasil, el
presidente constitucional João Goulart fue derrocado antes, en 1964, también
por una alianza de intereses militares, empresariales y grupos de derecha
diversos, que veían en él la llegada del “comunismo” al poder debido a sus propuestas
de reformas sociales, políticas y económicas, entre las cuales la reforma
agraria generaba particular tensión (Reis, Ridenti y Patto Sá Motta 2004).
Más allá de las diferencias locales y
los procesos previos, inmediatamente después de los golpes de Estado, en Argentina,
Uruguay y Chile, y un poco más tardíamente en Brasil, se puso en marcha un
sistema de represión planificado, coordinado y ejecutado por las FF. AA., y con
amplio aval de diversos sectores civiles según los casos. Esa represión se basó
en un entramado de prácticas legales e ilegales, públicas y clandestinas,
articuladas en distintas formas y proporciones. La violencia se dirigió contra los
sectores sociales que expresaban diversas formas de oposición y activismo
político catalogado como “subversivo”, “marxista” o “amenazante para la
supervivencia de la nación” o “el orden social”. Fueron víctimas de la
represión sectores obreros urbanos y rurales, campesinos, indígenas, estudiantes,
clases medias profesionales, militantes de organizaciones guerrilleras,
sindicalistas, religiosos, artistas e intelectuales, por nombrar sólo algunos
de los grupos afectados.[6]
El despliegue de la violencia estatal tuvo
un sentido más vasto de disciplinamiento político y social sobre toda la
población. El objetivo era el reordenamiento societal para sentar nuevas bases de
funcionamiento político, social y económico, a partir de una sociedad
atomizada, dividida y ordenada, sin rastros de grupos contestatarios, proyectos
transformadores, ni capacidad de movilización u oposición por fuera de los
espacios, instituciones y partidos tolerados.
Aunque no sea el objeto de este texto,
es fundamental señalar que todos los procesos represivos estuvieron
acompañados, con distinta temporalidad e intensidad en cada caso, de
dispositivos y operaciones de construcción de apoyos sociales y movilizaciones
en favor del nuevo régimen. En muchos casos, esos apoyos provenían de los
procesos previos de legitimación del orden autoritario y los golpes, pero
fueron resignificados y actualizados con objetivos y mecanismos de propaganda
novedosos (por ejemplo, véase Aguila 2023; Casals 2023; Cosse y Markarian 1996;
Fico 1997; Rollemberg y Viz Quadrat 2010; Schenquer 2022; Valdivia et
al. 2012).
Con estos objetivos comunes, la
represión adquirió formas diferentes en cada país, con distintas características
y temporalidades. En Argentina, al igual que en Chile y Uruguay, tuvo una
primera fase más brutal de “limpieza” en los primeros años después del golpe de
Estado. A ello le siguieron luego diversos intentos de refundación del sistema
político y constitucional, siendo Chile el único caso realmente “exitoso” en
que el dictador Augusto Pinochet logró implantar una nueva Constitución y un
orden autoritario duradero y con importantes apoyos sociales. En Brasil, en
cambio, la represión se produjo por oleadas, alternando ciclos de cierta
liberalización y otros más autoritarios y violentos. De hecho, la frase más
brutal se produjo años después del golpe, entre 1968-1974, cuando surgió cierta
radicalización política de sectores medios y juveniles y comenzaron a actuar
las organizaciones armadas revolucionarias (Caetano y Rilla 1987; Reis 2005; Demasi
et al. 2009; Policzern 2014; Valenzuela y Constable 2013; Joffily 2018; Aguila
2023).
En cuanto a las modalidades represivas,
la Argentina se caracterizó por la práctica masiva de la desaparición forzada
de personas a través de un sistema de centros de detención clandestina instalados
en todo el territorio nacional: el accionar se orientaba a secuestrar, torturar
y extraer información, para luego asesinar y hacer desaparecer los cuerpos de las
víctimas. También formaba parte de esta metodología la apropiación de menores
nacidos durante el cautiverio de sus madres y el robo sistemático de bienes de
las víctimas (Novaro y Palermo 2006; Águila, Garaño y Scatizza 2016; Franco y
Feld 2022).
En Chile, la represión combinó
distintos mecanismos entre prácticas clandestinas de detención y secuestro, y
otras públicas y visibles como el asesinato a través de fusilamientos, la
cárcel y el exilio (Seguel Gutiérrez 2020). En Uruguay y Brasil, por ejemplo, la
represión estuvo menos orientada al exterminio (ya fuera el asesinato directo o
la desaparición) y más a la prisión política. En el caso de Brasil, la tortura
fue un elemento fundamental, que se articuló a través del sistema judicial y la
cárcel (Patto Sá Mota 2020; Pereira, 2005). En Uruguay, la prisión prolongada, es
decir durante muchos años, junto al uso extendido de la tortura y el exilio,
fueron las estrategias represivas más frecuentes (Rico 2009). En cualquier
caso, vale la pena aclarar que el uso de la prisión política tampoco significó
la mera reiteración de mecanismos ya conocidos en otros momentos de
conflictividad política o persecución estatal de cualquiera de esos países. En
el contexto de los procesos represivos de estas décadas, la prisión como instrumento
de disciplinamiento sufrió profundas transformaciones en sus dispositivos y
prácticas, así como en sus efectos sobre las víctimas. Por tanto, aún siendo un
mecanismo conocido debe ser repensado también como parte de un engranaje represivo
excepcional (D’Antonio, 2016).
En los cuatro países, del dispositivo
represivo se articuló de diversas maneras y medidas entre una faz legal y
pública, y otra secreta e ilegal, siendo el caso argentino el más extremo en el
desarrollo de su cara clandestina, como ha mostrado Eduardo Luis Duhalde (1999).
El accionar clandestino mantuvo siempre vasos comunicantes con un marco
normativo, instituciones y burocracias que, desde la cara visible del Estado,
también sostuvieron el engranaje. Por ejemplo, la prisión política, la
legislación represiva, los asesinatos como parte de supuestos “enfrentamientos”
y sin desaparición de los cuerpos, el exilio o la censura.[7]
Por otro lado, más allá de las
especificidades y la comparabilidad entre los casos, la represión tuvo también
una dimensión regional concreta dada por la coordinación entre las FF. AA. de
la región. Esta articulación tuvo como expresión más conocida el Plan Cóndor,
iniciado en 1975, pero lo excede ampliamente. Esta coordinación regional es
importante como fenómeno histórico, sin duda derivado de las sincronías
regionales que ya identificamos en el marco de la Guerra Fría, sino que también
indica circulación de saberes, informaciones, agentes de la represión e incluso
víctimas. Esto explica que lo sucedido en un país en términos represivos, o de
casos y dispositivos puntuales, no pueda disociarse de los vínculos e
intercambios transnacionales con los países vecinos (Slatman 2016; Fernández
Barrio 2022; Lessa 2022).
Ante todo lo señalado hasta aquí, surge
una pregunta que es válida para Argentina, pero también para los demás casos
nacionales: ¿por qué se recurrió a métodos represivos de control,
disciplinamiento y exterminio de tamaña magnitud y, en muchos casos,
clandestinos? En las investigaciones disponibles se suele considerar una serie
de factores: la irradiación de la Guerra Fría como marco geopolítico para
entender los conflictos locales; la influencia ejercida por el pensamiento
contrainsurgente francés y estadounidense,[8] así
como las prácticas criminales que éstos avalaban; y la radicalización del
conflicto político de los sectores de derecha e izquierda de manera amplia. Para
el caso argentino específicamente hay que considerar, además, la percepción
militar del “fracaso” de otros métodos públicos y legalizados como el uso de
legislación antiterrorista y anticomunista y tribunales judiciales especiales utilizados
durante la experiencia represiva previa de la dictadura de la “Revolución
Argentina” entre 1966 y 1973. Junto con ello, en algunos países (especialmente
en Argentina y Uruguay), el desarrollo de diferentes formas del estado de
excepción en los años previos a los golpes de Estado dio a los militares la
primacía y una creciente autonomía en la intervención represiva. Esto confirmaba
a las fuerzas de seguridad en la percepción de estar librando una “guerra contra
la subversión” que habilitaba la ejecución de actos criminales (Lazreg 2008). Por último, teniendo en cuenta
el panorama internacional, y esto es muy notorio para el caso argentino, los
militares se propusieron mantener en secreto la masacre para el resto del mundo,
evitando reclamos y denuncias de diversos gobiernos, instituciones, organismos
y organizaciones (cuestión que tuvo que afrontar la dictadura chilena debido a
la exposición de sus crímenes, ocurridos tres años antes que en Argentina, por
ejemplo) (Crenzel 2014).
III. Represión y “guerra”
Una
cuestión crucial para entender el recurso a estos procedimientos represivos –en
su racionalidad, motivaciones, dispositivos y ejecución– es su relación con la
noción de guerra. En cada país y en base al diagnóstico de la existencia de un
conflicto armado interno, los militares elaboraron su propia doctrina,
estrategia, hipótesis de conflicto, métodos de combate e intervención. El caso
argentino comparte una similitud inicial con Chile, Brasil y Uruguay: una caracterización
de época que veía la coyuntura local como un teatro bélico. En la Argentina de
la primera mitad de los años setenta, el imaginario de la “guerra contra la
subversión” era una concepción de origen militar que se extendía mucho más allá
de las FF. AA., incluyendo a la mayor parte de la dirigencia política y amplios
sectores sociales. Esto habilitó la intervención militar en seguridad en clave
de guerra desde un año antes del golpe de Estado de 1976 (Franco 2012).
En
Chile, la dictadura del general Pinochet declaró rápidamente el estado de sitio
y luego, mediante otro decreto, instauró el “estado o tiempo de guerra” y, con
importante colaboración civil, se emprendió la represión contra un amplio
espectro de “enemigos internos” asociados al “marxismo” (Valdivia 2010; Monsálvez Araneda 2012; Seguel Gutiérrez 2022). En
Uruguay, el “estado de guerra interna” declarado por el Parlamento en 1972,
antes del golpe, permitió a las FF. AA. y a las FF. SS. destruir a la izquierda
armada y no armada, extendiendo la represión durante la dictadura de 1973-1985
bajo una lógica bélica (Rico 2012). En Brasil, la represión se desplegó también
dentro del paradigma de la llamada “guerra sucia” –común a otros países– y
desde comienzos de los años setenta se basó en la división del territorio
nacional en zonas, áreas y subáreas de defensa interna, a cargo del Ejército y
en articulación con las demás armas y las FF. SS. (Joffily 2004).
¿Cuál
fue el origen de la asimilación entre represión y guerra? Según distintas
fechas para cada país del Cono Sur (más temprano en Argentina, al igual que en Brasil
y Chile, y más tardíamente en Uruguay), entre los años cincuenta y setenta, las
FF. AA. se propusieron desarrollar y robustecer su formación en un punto que
consideraban cada vez más importante: la seguridad interna en clave
antisubversiva. La preparación, organización, educación y entrenamiento militar
para una eventual “guerra convencional”, es decir, para hacer frente a un
enemigo exterior, comenzaba a parecer algo insuficiente frente a la necesidad
de combatir al “enemigo interno comunista”, en el marco de la Guerra Fría. De
esa forma, los militares comenzaron a interesarse y a entrar en contacto con diferentes
saberes contrainsurgentes, especialmente, la “escuela francesa”, englobada en
la llamada “doctrina de la guerra revolucionaria” (DGR) y la vertiente
estadounidense, mayormente asociada con la denominada “doctrina de la seguridad
nacional” (DSN).
En la
Argentina, la DGR hizo su ingreso a fines de los cincuenta, tuvo sus primeras
aplicaciones en operativos represivos a principios de los sesenta, y se
amalgamó desde mediados de los sesenta con la DSN. Ambas líneas brindaron las
bases para un desarrollo doctrinario local, centrado en el exterminio físico
del enemigo (Ranalletti 2009; Pontoriero 2022). En Chile, las vinculaciones con
el Ejército estadounidense se expandieron luego de la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945): se incorporó la preparación para la “contrasubversión”,
actualizando a los parámetros del conflicto bipolar, el anticomunismo y la
preocupación por la seguridad interna, factores ya presentes en las FF. AA. del
país trasandino (Valdivia Ortiz de Zárate 2020; Seguel Gutiérrez 2022). En
Uruguay, la articulación de dirigentes políticos y militares locales con
diplomáticos estadounidenses desde fines de los sesenta derivó en una creciente
influencia de la DSN, con impacto inmediato en las prácticas represivas de las
FF. AA. y la Policía (Aldrighi 2004; Rico 2008). En Brasil, siguiendo un
recorrido parecido a la Argentina, la DGR francesa llegó a fines de los
cincuenta, entrelazándose con la DSN estadounidense y su énfasis en el tándem
“seguridad/desarrollo” desde mediados de los sesenta. No obstante, la
intervención represiva de las FF. AA. de acuerdo a las
coordenadas contrainsurgentes se abrió paso a partir del golpe de Estado de
1964 (Martins Filho 2008; Fernandes Simões 2009).
Las nuevas
ideas se difundieron y expandieron a través de una serie de medios según cada
país: viajes y estadías en instituciones educativas extranjeras, traducción y
publicación de artículos en las revistas de las diferentes FF. AA., publicación
de textos y demás materiales bibliográficos, y programas de asistencia
militares, conferencias y charlas de militares extranjeros por dar solamente algunos
ejemplos. Así, los hombres de armas adquirieron y adicionaron a su marco
doctrinario un conjunto de principios que sistematizaba una teoría y una práctica
para la defensa de las “fronteras ideológicas” del “Occidente capitalista y
cristiano”.[9]
El interés por las
guerras irregulares condujo a la asimilación de los conceptos de seguridad y defensa,
que es uno de los puntos nodales para entender la acción represiva de la época,
tanto en la Argentina como en el resto de los países analizados. Esto puede
verse en el surgimiento, en los años setenta, de diferentes órganos de gobierno
que integraban a los ministros a cargo de las áreas de defensa e interior con las
más altas autoridades militares y policiales, con el objetivo de coordinar las
operaciones represivas. Por ejemplo, en octubre de 1975, en Argentina se
sancionó el Decreto Nº 2.770: por medio de esta normativa se dispuso la
creación del Consejo de Seguridad Interna. Este organismo estaba a cargo del
presidente, y lo componían sus ministros y los comandantes en jefe de las FF.
AA. Ese decreto también creó el Consejo de Defensa, que estaba bajo el contro
del ministro de esa cartera, y lo integraban los comandantes generales de las
tres armas y el Estado Mayor Conjunto. Estos organismos se dividían las tareas
vinculadas con la “guerra antisubversiva”: asesoramiento, planificación,
coordinación y conducción (Pontoriero 2022).
También podemos
seguir este proceso en la legislación sancionada por los gobiernos
constitucionales y de facto para habilitar el uso de las FF. AA. en el caso de
que se tuviera que enfrentar una amenaza interna. De esta manera, la gestión de
conflictos contra opositores políticos o sociales, por ejemplo, se encararon como
operaciones de combate, en un marco de “guerra antisubversiva”.[10]
Para las
derechas latinoamericanas, civiles y militares, la “guerra revolucionaria”
comandada por la Unión Soviética y sus aliados (Cuba, por ejemplo), dirigida
contra los países del “mundo libre” (incluidos los casos nacionales que aquí
tratamos), se desplegaba a través de huelgas, manifestaciones y protestas
diversas. La influencia de la Cuba revolucionaria en la región y la aparición y
extensión de las acciones de las organizaciones guerrilleras en distintos
países desde los años sesenta tuvieron un impacto definitivo y funcionaron como
confirmación de esta interpretación del proceso regional en el seno de las
derechas civiles y militares (Marchesi 2019).
Como muestra la
bibliografía mencionada previamente, los militares interpretaron que el
conflicto armado se había desatado y que estaban operando en un escenario de
“guerra contra la subversión”, “guerra contra el comunismo internacional” o “contra
el marxismo”, según la denominación predominante en cada país, destacándose en
Argentina la referencia a la primera expresión. Sobre la base de esa certeza, se
ejecutó la brutal represión en las dictaduras “de seguridad nacional”. Por eso,
las acciones criminales de las FF. AA., parte fundamental de la maquinaria del
terror estatal, se incluyeron dentro de lo que se concibió como operaciones de
contrainsurgencia.
Las FF. AA. desarrollaron
y sistematizaron en su doctrina y planeamiento una serie de medidas que aplicaron
en toda su magnitud cuando las autoridades políticas colocaron la seguridad
bajo la órbita castrense. En Argentina, al igual que en Uruguay, esto ocurrió antes
del golpe, pero en Brasil y Chile se dio después. Las operaciones empezaron por
asegurar el control del territorio. En todos los casos, el primer paso para
lograr ese objetivo fue la distribución de las FF. AA. a lo largo y a lo ancho
de cada país. La población pasó a significar dos cosas: por un lado, el terreno
en el que se libraba la “guerra” y, por el otro, el espacio social donde el
enemigo reclutaba a sus militantes. Por ese motivo, se debía llevar adelante una
lucha por “los corazones y las mentes”, para ganar potenciales aliados entre
los civiles, alejarlos de la “insurgencia” y, así, fortalecer la causa
contrarrevolucionaria. Los medios para lograr esto podían ser el control, la
represión y/o el terror, pero también la propaganda (asociada con la “guerra
psicológica”), la búsqueda de apoyo activo y las campañas para el mejoramiento
de las condiciones de vida de la población (“acción cívica”). Ejemplo destacado
de esto fue Chile y el trabajo realizado por el gobierno de Pinochet para
construir amplias bases sociales de apoyo a la represión y la dictadura. Pero también
en Brasil y en Uruguay hubo una gran preocupación por enlazar “seguridad” y
“desarrollo”. Por su parte, en el caso de Argentina las fuerzas militares
desplegaron una acotada “acción cívica” sobre la población (Fico 1997; Valdivia
Ortiz de Zárate 2010; Serra Padrós 2012; Valdivia Ortiz de Zárate 2012;
Divinzenso 2016; Risler 2018; Valdivia Ortiz de Zárate 2020; Seguel Gutiérrez
2022; Pontoriero 2022).
Las políticas
de defensa, que normalmente atañen a los conflictos externos de un país y que
regulan el uso de las FF. AA. a través de leyes y decretos, se adoptaron
plenamente para el abordaje de la “guerra interna”. Otros escenarios históricos
en los cuales las nociones de “subversión” y contrainsurgencia se extendieron en
el seno de los gobiernos han mostrado este mismo desplazamiento. Es el caso de
Francia, donde la DGR impactó ampliamente en las instituciones del Estado
colonial en Argelia mientras tenía lugar la guerra (1954-1962), y luego también
se trasladó a partir de los años sesenta a los dispositivos, estructuras y
métodos de la represión del gobierno central en la metrópoli (Branche 2001;
Lazreg 2008; Rigouste 2011). El mismo proceso fue verificado en la conexión entre
la doctrina contrainsurgente implementada por las fuerzas militares británicas en
Irlanda del Norte en su lucha contra las agrupaciones independentistas durante
la década del setenta y la forma en que se manejó la gestión de gobierno allí
por parte de Inglaterra (Bigo, Guittet y Smith 2004). Aunque esto requeriría
estudios comparados y más sistemáticos, estos indicios muestran que estamos
ante procesos en los cuales las doctrinas contrainsurgentes parecen tener un
efecto más vasto que la “mera” represión interna o la asimilación con las
políticas de defensa, sino que permean las lógicas estatales incluso en áreas
no vinculada al control social, como podría ser la educación o la cultura.
No obstante,
existe un aspecto relevante sobre el que debemos llamar la atención tanto para
el estudio de Argentina, como de los demás países del Cono Sur: se corre el
riesgo, a veces, de naturalizar la relación entre la represión y la
contrainsurgencia. Es por ello que, en principio, puede resultar de utilidad
realizar algunas aclaraciones conceptuales. Gabriela Águila señala que la
represión es: “la implementación de un conjunto de mecanismos coactivos por
parte del Estado (cualquiera sea su contenido de clase), sus aparatos o agentes
vinculados a él –y ello incluye a los grupos u organizaciones paraestatales–
para eliminar o debilitar la acción disruptiva de diversos actores sociales y
políticos” (2014, 28). En línea con esta definición, Ernesto Bohoslavsky y Marina Franco agregan
que además: “…debiera considerarse tanto las estrategias reactivas (detención,
encierro, persecución judicial, elaboración de listas negras, represión, exilio
y formas extremas de violencia física que pueden incluir el homicidio) como las
preventivas (inteligencia, vigilancia y legislación restrictiva de movimiento y
de expresión, legislación de excepción)” (2020b, 207). Por su parte, para la
contrainsurgencia Thijs Brocades Zaalberg considera: “las acciones militares,
paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas tomadas por un
gobierno y sus partidarios extranjeros para derrotar una insurgencia, siendo la
insurgencia un movimiento organizado dirigido al derrocamiento de un gobierno a
través del uso de la subversión y el conflicto armado” (2012, 207).[11]
Las
investigaciones históricas para Argentina y demás países analizados muestran
que la vinculación entre represión y contrainsurgencia fue más bien el
resultado de un devenir histórico en la región pero que se trata de procesos y
fenómenos distintos que pueden convergir o no. Para poder llegar a dar cuenta
de las cualidades específicas del Cono Sur, debemos separar y desnaturalizar la
relación entre ambos fenómenos y los respectivos conceptos, para luego poder
unirlos nuevamente como parte de un momento histórico. Por lo tanto, las formas
que tomó la incorporación de las FF. AA. a la realización de operaciones en el
orden interno, y su deriva hacia el terrorismo de Estado dejan a la vista un
proceso histórico contingente que además fue particular en cada país.
IV. Reflexiones finales
Este artículo ha mostrado de manera muy
sintética las características de la intervención en seguridad interna en clave
bélica desarrollada por las FF. AA. argentinas y las otras fuerzas militares de
la región, en el marco de las llamadas “dictaduras de seguridad nacional” –momento
de gran violencia política, y especialmente de represión estatal en el Cono Sur
de América Latina–. Ese período sólo puede comprenderse a partir de la
articulación entre dos procesos convergentes: la Guerra Fría y la virulencia de
los conflictos sociales y políticos específicos de cada país y sus desarrollos
previos. El conflicto bipolar y las doctrinas contrainsurgentes dieron un
sentido de conflicto armado a esas tensiones. Esta interpretación fue
movilizada por los actores militares y civiles conservadores justamente porque
les daba claves de lectura –que insertas en sus imaginarios previos– les
permitían entender y actuar frente a conflictos sociales novedosos. Ello
explica, en buena medida, la violencia masiva y sistemática y la decisión del
aniquilamiento –físico, psicológico, ideológico– del enemigo que orientó las
acciones represivas de las fuerzas militares en la región.
Como buscamos poner de relieve, la
doctrina, la ideología y la convicción política de “estar en guerra” contra un “enemigo
interno” orientaron la intervención de las fuerzas de seguridad y las élites
civiles, pero en realidad, sirvieron para justificar los brutales procesos
represivos y disciplinatorios que se dieron en el marco de las dictaduras
militares o incluso antes, como vimos en los casos de Argentina y Uruguay.
Las
distinciones conceptuales sobre estas cuestiones –que hemos señalado hacia el
final del texto– no son una tarea ociosa, porque permiten distinguir fenómenos
y observar más claramente lo particular de la represión militar en la Argentina,
y a la luz del escenario conosureño. Los diferentes casos muestran cómo la
represión (algo que asociamos con un conjunto de acciones de seguridad para el
control interno de la población) se mezcló con el enfoque de la
contrainsurgencia (vinculado con una serie de operaciones de guerra interna). Y
ello, a su vez, involucró a la institución del Estado responsable de la defensa
externa.
Como dijimos,
los militares desarrollaron su labor represiva y de exterminio asumiendo que se
trataba de una acción de “guerra antisubversiva”, sosteniéndose sobre una
estructura legal, en base a la legislación de defensa y las normativas de
excepción de cada país. Este proceso se dio a medida que las FF. AA.,
convencidas de estar en guerra, comenzaron a tomar tareas de control del orden
interno que eran propias de las policías y las FF. SS. A su vez, las policías
comenzaron a participar de dispositivos comandados por las fuerzas militares
bajo esa misma concepción bélica. De esta manera, la seguridad (interna) y la
defensa (externa) se fueron cruzando y confundiendo para producir la brutal
represión.
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** Doctor en Historia por la Universidad Nacional de San Martín, docente de la Universaidad Nacional de Tres de Febrero e investigador asistente del CONICET. Se ha especializado en la historia de la represión militar en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX, con énfasis en el estudio del Ejército y, actualmente, de la Armada.
[1] Desde luego esta lista puede ampliarse
para incluir la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner, entre 1954 y
1989, que durante los años setenta y ochenta convergió ideológicamente con los
países vecinos y la ideología de la seguridad nacional. Sobre Paraguay véase
Soler (2012). En función de la bibliografía disponible y la discusión que
deseamos presentar nos limitaremos a la última dictadura argentina y los tres casos
del Cono Sur.
[2] Para una mirada más amplia sobre la violencia estatal en el siglo
XX de estos países, se recomienda la lectura de los artículos del dossier coordinado
por Ernesto Bohoslavsky y Marina Franco (2020a), en el Boletín del
Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani. También se sugiere revisar el dossier
coordinado por Esteban Damián Pontoriero y Constanza
Dalla Porta (2022), publicado en Sudamérica.
[3] Aun son muy recientes los trabajos que intentan una aproximación comparativa para la historia regional reciente: entre otros véase Lvovich y Patto (2023) para una comparación entre Brasil y Argentina, y Ramírez y Franco (2021) para el Cono Sur.
[4] Para esa historia de procesos de corto, mediano y largo plazo en el caso argentino véase Franco y Pontoriero (2021).
[5] Sugerimos revisar los artículos publicados en los dossiers
referenciados al comienzo de este artículo.
[6] Este párrafo y el subsiguiente se basan en la bibliografía previamente citada.
[7] Tanto este párrafo así como los subsiguientes que no tengan otras
menciones son tributarios de la bibliografía para los diferentes casos
nacionales citada en este apartado previamente. Para la comparación entre
sistemas represivos véase Pereira (2005). Para el caso de Uruguay, ver: Rico (2008).
[8] Explicaremos estas doctrinas en la siguiente sección.
[9] Ver la bibliografía citada en el
párrafo anterior.
[10] Ver la bibliografía citada previamente para los diferentes casos
nacionales en esta sección.
[11] Traducción propia
realizada a partir de la versión en inglés:
“the military, paramilitary, political, economic, psychological and civic
actions taken by a government and its foreign supporters to defeat insurgency,
with an insurgency being an organized movement aimed at the overthrow of a
government through use of subversion and armed conflict”.