ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN EL
METAVERSO: NOTAS PARA EL DEBATE DEL FUTURO
Maximiliano
Campos Ríos*
Universidad
de Buenos Aires
* maximilianocampos@gmail.com
Recibido: 14 de julio de 2022
Aceptado: 27 de febrero de 2023
DOI: 10.46553/colec.34.1.2023.p17-32
Resumen: Durante las últimas décadas, los Estados
han transitado una serie de transformaciones profundas. Han modificado la vieja
idea de burocracia weberiana para mutar en Estados inteligentes a partir de la
incorporación de tecnologías, la robotización, la inteligencia artificial y un
sinfín de avances que han permitido digitalizar procesos, promover nuevas
formas de interrelaciones sociales, políticas de apertura de datos y de
participación social.
En este mundo dinámico y en constante transformación,
el Estado tal como lo conocemos hoy no es sino una foto que muestra el pasado.
El futuro, el avance de las nuevas tecnologías y el advenimiento de los mundos
inmersivos invitan (e incluso obligan) a repensar los Estados y ponen en jaque
su morfología actual. Hoy el Estado debe contemplar esas nuevas realidades,
atender las demandas de las generaciones nativas digitales e incorporar, en
mundo inmersivo, la próxima etapa de la humanidad en materia de desarrollo e
innovación.
Palabras
clave: Administración pública, Estado,
Metaverso, Políticas públicas, Innovación, Futuro.
PUBLIC ADMINISTRATION IN THE METAVERSE: NOTES FOR THE DEBATE OF THE
FUTURE
Abstract: During the last decades, States have undergone a series of profound
transformations. They have modified the old idea of Weberian bureaucracy to
mutate into intelligent states based on the incorporation of technologies,
robotization, artificial intelligence and endless advances that have made it
possible to digitize processes, promote new forms of social interrelationships,
open data policies and social participation.
In this dynamic and constantly
changing world, the State as we know it today is but a snapshot of the past.
The future, the advance of new technologies and the advent of immersive worlds
invite (and even force) States to rethink and put their current morphology in
check. Today the State must contemplate these new realities, meet the demands
of the digital native generations and incorporate, in
an immersive world, the next stage of humanity in terms of development and
innovation.
Keywords: Public Administration, State, Metaverse, Public Policies, Innovation,
Future.
I. Introducción
Comprender
el futuro de la administración pública significa repensar los cambios que los
Estados, sobre todo en relación a los avances
tecnológicos, han sufrido en las últimas décadas. No hay dudas de que el avance
en materia de tecnología y digitalización ha impactado en nuestras vidas, así
como en las formas de trabajo, en la economía, y por supuesto, en el Estado y
su aparato burocrático: la administración pública.
En un
libro reciente, Oscar Oszlak resalta que en los últimos 20
años se han acumulado cambios y modificaciones tan radicales que han incluso
afectado “las pautas de organización e interacción entre seres humanos, y de
éstos con los objetos de la vida material” (Oszlak 2020, 97). Acá podemos reflexionar sobre la
masificación del acceso a Internet, la combinación con los avances en materia
de inteligencia artificial (IA) y el uso sostenido del big
data, que llevaron a muchos observadores a anunciar que el mundo ha
ingresado decididamente en la era exponencial o de la cuarta revolución
industrial.
La era exponencial hace referencia no solo
a la profundidad de los cambios, sino también a su velocidad: la inmediatez es
un rasgo general de esta nueva era. No solo por el avance de las redes
sociales, sino por la velocidad con la que los adelantos tecnológicos influyen
sobre diferentes aspectos de la sociedad. No alcanza ya con hablar de la
“sociedad del conocimiento” para poder contextualizar el momento actual.
Estamos invadidos por datos, tecnologías y nuevos desarrollos que ya no
necesitan de la participación humana para procesar nuevos volúmenes de
información.
Estos avances invaden nuestra vida y
transforman nuestra sociedad. Hoy no hace falta ir al supermercado si podemos
recorrerlo y hacer nuestro pedido desde la comodidad del sillón y con un
celular. La crisis del COVID-19 ha puesto en jaque nuestra vida tal y como la
conocíamos, pero la tecnología ha venido a suplir muchos problemas y nos invitó
a una nueva forma de socialización mediada por ella.
Uno de los principales cambios que
impactará en nuestra vida es el paso de la era exponencial a la era meta, al
metaverso. Para entender el metaverso podemos encontrar referencias en un libro
de Neal Stephenson de 1992. En su obra Snow Crash, Stepheson establece que el metaverso es un último reducto
de la libertad, un lugar donde todos intentan preservarse en el mundo virtual.
Stephenson definía al “metaverso” que crea en la ficción como una evolución de
la Internet basado en la realidad virtual y como en un masivo juego de rol on line. El metaverso es un mundo virtual que
se encuentra poblado por avatares controlados por usuarios, así como
programados por sistemas.
Treinta años después, en el 2022, Mark
Zuckerberg retomó esta idea para su compañía Facebook, a la que decidió
cambiarle el nombre por Meta. Este anuncio generó un impacto masivo tanto sobre
los usuarios como sobre el mundo de la tecnología. Al analizar este cambio,
observamos que, por un lado, se modifica el nombre de la compañía Facebook, que
engloba a las principales redes sociales y servicios de mensajería actuales:
Instagram, Facebook, WhatsApp y Messenger. Por otro lado, significa la
materialización de un proyecto que desde hace varios años compañías como
Google, Apple o Microsoft venían intentando plasmar: la intención de construir
una realidad virtual descentralizada y multicorporativa,
que sea la sucesora y la evolución natural de Internet tal y como la conocemos
hoy en día. El propio sitio de Meta define al “metaverso” como el siguiente
paso en la evolución de las conexiones sociales y reivindica el compromiso de
la empresa con este futuro.
Como dije anteriormente, la vida tal y
como la conocíamos antes de la crisis del COVID-19 ha desaparecido. Primero,
por las nuevas pautas de convivencia y, segundo, por la utilización de
tecnologías que, si bien estaban disponibles, no tenían un impacto real ni un
uso masivo y sostenido como el actual. Así como la invención del auto puso fin
a la tracción a sangre, la era del metaverso pone fin a la era digital. No
hablamos ya de era digital, sino que debemos pensar en la era meta: la era de
la conectividad social virtual, del desarrollo de una nueva forma de comunidad
y del impacto de la tecnología de alta complejidad sobre el planeta.
Esto no excluye a los Estados, ni mucho
menos a sus aparatos burocráticos. Los procesos de transformación digital no
son ya una novedad, sino una necesidad. Los Estados tuvieron la oportunidad de
ser los verdaderos impulsores del cambio y llevar adelante procesos de
digitalización e incorporación de tecnología a sus administraciones. Aquellos
que lo hicieron pudieron sortear las restricciones del COVID-19, mientras que
aquellos que, por diversos motivos, no pudieron avanzar en procesos de
transformación digital en sus aparatos burocráticos, tuvieron más dificultades
para gestionar durante las etapas de cuarentena. Sin embargo, la cuarentena
también se presentó como una oportunidad forzada para llevarlos adelante.
El metaverso
excede el mundo virtual, excede a los Estados y obliga a repensar los ámbitos
naturales de socialización, así como de generación de riqueza y de
desarrollo de actividades económicas.
Podemos pensar no ya en una economía formal y
estructurada, sino también en una economía colaborativa e inmersiva. El World Economic Forum (WEF) (2022) cita
un ejemplo que resulta relevante en este sentido: UBER. Esta plataforma permite
al propietario de un vehículo ofrecer el servicio de traslado a terceros, es
decir, que comparte con otros los asientos de su automóvil que no utiliza. Esto
produce nuevos trabajos, nuevas fuentes de generación de riqueza e incluso
promueve un nuevo mercado atado a reglas de libre competencia, donde el
propietario genera nuevos activos con un bien que ya posee y los usuarios se
benefician en un mercado más competitivo, con mejor servicio y precio.
UBER es solo un ejemplo, ya que esto
podría extrapolarse a AIRBNB, RAPI, GLOVO, y la lista continúa. Lo que prima
aquí es una nueva forma de relación usuario-producto, que los especialistas
llaman validación entre pares. Por otro lado, cualquiera de estas nuevas
aplicaciones que promueven nuevas oportunidades laborales y la creación de
nuevos modelos de acumulación, son también nuevas nubes de datos, que como
marca el WEF (2022), están cambiando la fisonomía de la estructura económica y
generando nuevas formas de hacer, trabajar, relacionarse, entretenerse o
informarse.
Los grandes cambios generan entusiastas, pero también
críticos o detractores, y si bien las modificaciones que ha introducido
Internet a nivel global con impacto en la economía y la sociedad son
irreversibles e irrefrenables, Ramió (2017)
plantea la
necesidad de regular sus actividades, las cuales pueden transformar de manera
significativa el funcionamiento economía o tener un impacto social
Retomando nuestro punto de análisis, la
administración pública en el metaverso, debemos tener presente la
reconfiguración necesaria que conlleva la irrupción de la era exponencial: el
avance de los cambios tecnológicos no se condice con los cambios en los niveles
estatales. Incluso, se conjuga con una multiplicidad de superposiciones y la
necesaria reconfiguración de todos los niveles para repensar la gestión pública
del futuro.
Debemos, entonces, preparar la
administración pública para el mundo inmersivo. La buena noticia es que ha
habido en el último lustro grandes avances en esta línea, no solo por la
iniciativa propia de los diferentes niveles y agencias estatales, sino por la
creciente demanda ciudadana. El modelo clásico de la administración pública,
denominado modelo burocrático o weberiano, estaba regido en base a procesos,
normas y estructuras rígidas. Este modelo, puesto en crisis por el advenimiento
del neoliberalismo, dio paso al Modelo Posburocrático
y el New Public Management (NPM), con base en
resultados y orientado al usuario/cliente. Si bien el NPM significó un salto de
calidad en la prestación de servicios públicos, hoy en la era de la información
y de una fuerte digitalización se requieren nuevas competencias para la
prestación de esos mismos servicios.
Actualmente, la gestión pública atraviesa
otro punto de quiebre apalancado en los procesos de digitalización y de
incorporación de tecnología, que dio lugar a un nuevo modelo conocido como
Gestión Basado en Personas o Design oriented, enfocado en el usuario y con el acento puesto
en la implementación. Este nuevo modelo debe trascender los clásicos, los
procesos rígidos e incorporar herramientas basadas en la IA, el big data y hasta la Internet de las cosas (IoT por su sigla en inglés). Sin dudas, así como los
cambios introducidos en la industria y las formas de generación de riquezas han
impactado en la gestión de los asuntos estatales, la cuarta revolución
industrial no será la excepción.
Francisco Velázquez López (2021), del
Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD), plantea que
esta especie de revolución industrial que se da en el ámbito de las
administraciones tiene que ver con el uso de robots, de algoritmos y con la
digitalización de expedientes administrativos. Estos avances impedirán la
introducción de sesgos injustos o beneficios indebidos, pero también plantean
el desafío de controlar su implementación para que sus resultados no conduzcan
a fines no queridos sino a la prestación de mejores servicios.
Aunque no de forma definitiva, la Gestión
Pública Basada en Personas (GPBP) es un primer paso y, a su vez, un avance
significativo para configurar la gestión pública de cara a la era del
metaverso. Este nuevo modelo representa tanto un cambio de visión como de
planificación y estructuración de la gestión pública. Para entender estos
cambios hay seis pilares básicos de la GPBP que debemos tener presentes. El
primero es la necesidad de escucha activa organizacional, entendida como
conjunto de comportamientos y actitudes que preparan al receptor a escuchar, a
concentrarse en la persona que habla y a proporcionar respuestas (feedbacks). En segundo lugar, un diagrama de persona
y mapa de empatía, como una construcción arquetípica en donde se listan las
características emocionales y sentimientos con el objetivo de conocer y
empatizar. En tercer término, la idea de team
building, un término colectivo para
definir un conjunto de actividades que busca formar equipos de alto desempeño y
mejorar las relaciones interpersonales dentro de un grupo. En cuarto lugar, la
idea de mystery citizen
y test del usuario, una estrategia similar a la usada en los
estudios de mercado para entender la interacción de los ciudadanos con el
Estado y las políticas públicas. Este punto es crucial, no solo por lo ya
planteado en los procesos económicos surgidos a partir de las nuevas
aplicaciones, sino también por la posibilidad de incorporar procesos de citizen engagement. Por
otro lado, encontramos los procesos de prototipado y maquetado, como el diseño
visual de un proceso o un problema en donde se representan y se dan forma a
posibles soluciones o diseños organizacionales. Por último, aparece la cocreación de políticas públicas, entendido como un modelo
de elaboración y (re)diseño de servicios públicos en el que participan diversos
tipos de actores, no solo actores públicos, sino también actores privados para
mejorar de manera conjunta los procesos. Este punto es crucial para incorporar
nociones como el citizen engagement y avanzar en nuevos procesos de
participación e involucramiento ciudadano.
II. Cambio y agentes del cambio: el
juego imposible
Ahora bien, más allá de los cambios y de
nuevos enfoques que permitan repensar la administración pública de cara a la
nueva era, debemos poder comprender que el cambio es inminente e inevitable.
Pero para avanzar debemos pensar dónde están los principales problemas para que
la administración pública entre de una vez por todas a la era del metaverso.
¿El problema es el Estado? No. ¿Es la
administración pública? Tampoco. ¿Los gobernantes o los gobiernos? Quizás, pero
no es un sí rotundo. El problema es la capacidad de adaptación, aprendizaje y
liderazgos que estos tres actores o instituciones asumen frente al cambio que
significa el avance tecnológico en todos los aspectos.
En una conferencia del 2020, Joan Subirats hace una
diferenciación al afirmar que las plataformas digitales, el cambio climático o
la pandemia superan en mucho la visión clásica de Estado y retoma los
principios de Georg Jellinek sobre este: el territorio (elemento material), la
población (elemento sustancial) y el gobierno o poder (o soberanía para
Subirats) que sería un elemento formal. Desde su visión, las estructuras de
decisión con mayor conocimiento sobre los problemas son aquellas que están
dotadas de menor poder para decidir. El caso argentino es una muestra de ello:
los municipios o los agentes de la administración pública, quienes tienen mayor
conocimiento sobre los problemas, no tienen la capacidad de decisión para
resolverlos.
Esto genera un doble proceso: el avance
tecnológico se masifica a niveles que superan los límites estatales y rebalsa
su capacidad de acción, mientras que los niveles con mayor grado de
conocimiento o cercanía con los problemas no tienen el poder de decisión
suficiente para implementar las soluciones necesarias. Incluso, si repasamos la
idea de Everett M. Rogers (1983) en Diffusion of Innovations, donde busca
explicar la forma en que las innovaciones son adoptadas por una población o por
las instituciones, vemos que la adopción de una innovación (una nueva idea, un
cambio de proceso o una tecnología) es siempre difícil, aún si las innovaciones
muestran ventajas inmediatas y visibles. Cualquier innovación requiere de un
largo período de tiempo para ganar aceptación general para su adopción. También
para Rogers (1983) hay un punto de crecimiento rápido, que suele ser en un lapso de tiempo breve, y luego un crecimiento lento y
sostenido con un tiempo largo. El argumento de Rogers contradice los cambios a
los que nos tiene acostumbrados la era exponencial y peor aún, no podrá el
Estado o cualquier institución absorber en los plazos necesarios los cambios de
la era meta. La situación mencionada se hace todavía más palpable en niveles
con menor capacidad de decisión.
La propia transformación digital del
Estado no es un proceso lineal. La incorporación de tecnologías de gestión
ligadas a la institucionalización de procesos y métodos burocráticos, la
incorporación de la máquina de escribir, la PC, la adopción de Internet, el
desarrollo de páginas webs, los trámites online o la IA dan cuenta de un
proceso de varias décadas y de una capacidad estatal de adaptación y adopción
de distintos tipos de tecnología. A su tiempo y a su ritmo, pero adopción al
final.
Un punto central radica, justamente, en la
velocidad de los cambios y en la rápida obsolescencia de los conocimientos
incorporados que obligan a que las administraciones públicas tengan que
orientarse cada vez más hacia el aprendizaje continuo. Ramió
remarca que este proceso conlleva a pensar en la necesidad de incorporar nuevos
valores para la nueva administración pública como la “seguridad, calidad,
inteligencia, adaptabilidad al cambio, innovación y capacidad de aprendizaje” (Ramió 2017, 141). El problema radica, entonces, en los
enfoques y paradigmas que rigen nuestras administraciones públicas y no tanto
en los cambios producidos. Los paradigmas sobre lo que se apoya la
administración pública (ya sea el modelo weberiano o los aportes de la Nueva
Gestión Pública) no aportan los elementos necesarios para los nuevos valores
que rigen hoy. El modelo burocrático de administración pública para Ramió (2017) aporta la seguridad, pero le cuesta lograr la
calidad, y por su propia configuración es absolutamente impermeable a la
adaptabilidad y a la innovación, y resiste el aprendizaje. El modelo de la GPBP
podría ser un camino viable, pero no excluyente de otros posibles modelos.
El Estado en la era meta deberá pensar en
una nueva cultura de la administración pública, con nuevos valores, nuevas
ideas y un enfoque ligado a la adaptabilidad, la calidad, la innovación y el
aprendizaje.
En su último libro, Oscar Oszlak
(2020), vaticina que los avances en IA modificarán los roles en el gobierno,
así como en la relación que se da entre el gobierno y la ciudadanía. La IA,
según este autor, automatizará el trabajo rutinario (y por tanto repetitivo)
que es una de las máximas dentro de la administración pública, sobre todo en
sus áreas transversales: administración, recursos humanos, suministros o
compras, entre otras. Este potencial de la IA permitirá liberar a los
funcionarios públicos del papeleo diario que insume tiempo y esfuerzo,
dejándolos más liberados para tareas que requieren una mayor calificación.
Sin duda, el rasgo característico y más
crítico de la administración pública es el carácter repetitivo y estandarizado
de sus tareas. Esto no le quita complejidad, dado los múltiples pasos y
documentos que hay que incorporar de una manera ordenada para lograr una tarea
eficiente, pero también, como sostiene Ramió (2019),
anidan un sinfín de excepciones que requieren procedimientos especiales que
atentan contra la estandarización y que tienen un carácter extraño. Pese a
ello, este autor se suma a las ideas de Oszlak (2020) sobre IA al entender que
es mejor que las actividades que implican acciones repetitivas sean
desarrolladas por robots antes que por personas. En este sentido, el robot y la
IA podrían representar la esencia de un empleo público fiable y neutral acorde
al modelo burocrático, es decir, aquel basado en la repetición y la estandarización.
Esto marca el principio de un camino que permite repensar los procesos
administrativos de cara a la transformación digital.
Retomando la idea del modelo típico
weberiano de administración pública, de corte burocrático y ahora robotizado,
estamos hablando de un sistema dirigido a garantizar la racionalidad de las
acciones y de las interacciones de todos sus participantes. Pero el objetivo
final de este tipo ideal se centraba en suprimir los procesos de libre elección
de aquellos factores considerados irrelevantes para el objetivo con el que
fueron establecidos, es decir, eliminar cualquier tipo de emoción, creencia o
valor particular de quien lleva adelante ese proceso. No se puede pedir a un
agente público que sea un autómata, si bien el sistema burocrático, sobre todo
en el pensamiento de Weber, estimulaba una conducta racional (Ramió
2017). El robot, la IA y los algoritmos no tienen ese problema, no
sienten, no tienen valores personales y, sobre todo, no expresan emociones.
Aseguran, entonces, las pretensiones básicas del sistema burocrático clásico,
ya que la robotización de determinados procesos administrativos es compatible
con el tipo ideal de burocracia weberiana.
Por último, la robotización de la
administración pública nos conduce a una encrucijada. Las administraciones
públicas, como ya sabemos, representan un vehículo de expresión de los valores
y las preferencias de los ciudadanos. Su accionar impacta de lleno en la
ciudadanía y transmite a la sociedad valores, principios y creencias, utilizando
como canal las políticas públicas. Los procesos modernizadores que hemos
descrito en ocasiones implican que se modifiquen algunos medios tecnológicos,
organizativos y procedimentales que tienen impactos decisivos y transformadores
de la sociedad. Esto es producto
de otras de las funciones que tiene la administración pública: la construcción
de ciudadanía. La administración pública transmite determinados valores y
creencias a la sociedad que permiten, como plantea una publicación del
Institución de Administración Públicas (INAP) de España, “ordenar el espacio de
convivencia de acuerdo con los principios de la ideología dominante en cada
momento. Esta actividad de la administración pública es una verdadera
política cultural que emana del centro política” (INAP 2014, 24). La
robotización no afecta a esta idea, sino que la complementa. La construcción de
un Estado digital, y la consecución de desarrollar Estados inteligentes, no son
más que la proyección de los valores de la sociedad actual, la representación de
las nuevas creencias de la era meta, el resultado de procesos sociales
reestructurados en función de la tecnología y el impacto de la tecnología de
alta complejidad con la que dejamos huellas en el mundo actual y para las
generaciones futuras.
III. Estado digital, el fin de una
era y el comienzo del meta-Estado
Nos queda un último punto que se deduce
del análisis que venimos desarrollando. La robotización del Estado da lugar a
que pensemos en Estados verdaderamente digitales, apoyados en nuevos procesos,
la incorporación de la IA y una mejora sustancial en la prestación de
servicios.
Esto nos obliga a
tener en cuenta que el primer paso es comprender cómo el Estado incorpora estos
procesos de robotización y el comienzo es pensar el Estado digital, y la
incorporación de tecnologías que lleven al Estado de su matriz burocrática,
atada al proceso y al papel, a un escalón digital solo con incorporación de
herramientas que permitan sistematizar la administración, no robotizarla o
volverla inteligente, ya que esto vendrá en etapas posteriores.
Para Ramió
(2019), la burocracia es como el colesterol. Como en el cuerpo humano, hay
colesterol bueno, o del tipo funcional, ya que su característica es que provee
de seguridad jurídica a las instituciones públicas. Pero también existe el
colesterol malo, que es el que asfixia y pone trabas haciendo los procesos más
lentos con una batería de controles ex ante, durante y ex post. Para
comprender qué quiere decir Ramió podemos pensar en los
ejemplos de la biología, ya que en caso de un exceso de colesterol malo y un
posible accidente cerebrovascular (ACV), la medicina implementa el uso de
tecnologías como el stent. La
burocracia debería, por tanto, buscar este mismo camino y en la digitalización
y posterior robotización tiene esos stents que
permiten mayor fluidez aseguran la eficacia en su accionar.
La administración pública del futuro
cercano (muy cercano, dada la rapidez del cambio) debe centrarse en la
identificación de aquello mecanismos que nos posibiliten incrementar las
capacidades personales de los equipos trabajando en red y a través de la
incorporación de asistentes digitales permitan mejorar el desempeño y la
prestación de servicios. Un punto relevante es que tanto los sistemas como los
robots que deben incorporarse en este proceso operan a partir de algoritmos que
reproducen los sesgos, tanto cognitivos como culturales o sociales de quienes
los programan.
Esto
es en gran medida el comienzo de la transformación de los gobiernos
tradicionales en gobiernos electrónicos. Este término se comenzó a utilizar a
fines de los ‘90 para vincular la promoción de una administración más eficiente
y transparente a partir del uso e incorporación del uso de nuevas tecnologías. Pasaron casi 25 años y también
pasamos de páginas webs sostenidas en la web 1.0 a una revolución de contenidos
y posibilidades ligadas a las webs 2.0 y el desarrollo de herramientas
digitales de todo tipo. El futuro nos depara la web 3.0 y el metaverso. Y los
Estados han tenido casi 30 años para entender estos procesos y para adecuar
estructuras y generar políticas de transformación del sector público. Este
tiempo también les enseñó que deben ser actores activos, no tener una actitud
pasiva y ser quienes lideren estos procesos.
Esto es así en muchos países del mundo que
han logrado reconvertir sus aparatos burocráticos en poderosas herramientas
para la transformación digital. Hagamos un ejercicio de imaginación. Nos
levantamos, tomamos nuestro baño de rigor, nos vestimos y consultamos la agenda
del día. Hoy debemos renovar la licencia de conducir, el pasaporte y pedir una
receta de ese medicamento que tomamos usualmente. Ahora pensemos que podemos
hacer todo eso mientras desayunamos. Sí, mientras desayunamos. Y no una larga
pava de mate, sino un simple café. Imaginemos, además, que esas actividades ya
están cumplidas para cuando vamos a preparar el café. Dejemos de soñar, porque
esa es la realidad del 90% de los ciudadanos de Estonia, el llamado “país más
digital del mundo”.
La gran lección que nos brinda Estonia es
que, a pesar de las condiciones adversas luego de su independencia a principios
de los ‘90, lo que le permitió superar estas circunstancias fue la decisión
unificada de sus dirigentes de apostar por la innovación. La innovación en el
ámbito público es, por un lado, el resultado del equilibrio entre el deber de
mantener la estabilidad de las regulaciones, especialmente para el ámbito
económico privado y, por otra parte, la necesidad de desarrollar nuevas formas
de abordar los problemas de la sociedad. No podemos pensar los servicios que
presta hoy un gobierno solo desde la simple visión de una guía de trámites en
una página web. Es un primer paso, pero la coyuntura demanda más. Necesitamos
de Estados que, como Estonia, apuesten de forma sostenida hacia la
digitalización, y no como una política aislada.
Hay que innovar, pero la innovación en la
administración pública siempre tiene un freno y es lógico que lo tenga, sobre
todo en aquellas cuestiones que se realizan en función o relacionadas con la actividad
de carácter privado, porque las regulaciones tienen que ser estables o deben
tener una cierta estabilidad. No se pueden cambiar todos los días las normas de
funcionamiento, ni pretender tener Estados inteligentes sin políticas
sostenidas en el tiempo.
Pero miremos el vaso medio lleno. Los
gobiernos han comenzado a destinar más recursos a la dotación de
infraestructura tecnológica, incluso como plantea Velázquez López (2020), han
comenzado procesos de incorporación de hardware o software a fin de adaptarse
de manera más eficaz al trabajo remoto, lo que demuestra que comienzan a
prepararse para lo que viene, pero esto es solo el comienzo. La pandemia nos
enseñó que esto es solo el comienzo, y que puede incluso extenderse a límites
que no habíamos imaginado.
Y ese límite no conocido genera que el
Estado deba navegar en la incertidumbre derivada de los cambios exponenciales
que generan tensiones que es necesario resolver. Esto afecta no solo al Estado,
sino a todo el sistema en general, los cambios experimentados por la sociedad
en las últimas décadas han puesto en jaque hasta a las instituciones de la
democracia liberal. Debemos comprender que el gobierno electrónico es la base
del gobierno inteligente (Smart Government) y
que más allá del solo uso o la incorporación de tecnología en los procesos
burocráticos, se debe avanzar en procesos de gobernanza electrónica o
e-Gobernanza, como ya mencionaba un trabajo del 2014 del INAP de España.
Debemos entender a la administración pública como una
fábrica que suministra bienes y servicios a la sociedad y hoy la generación de
esos bienes debe ser acorde a las nuevas demandas e incorporar todas las
tecnologías disponibles. El presente y el futuro de las administraciones
demanda mayor flexibilidad para la innovación y la creatividad, y no podemos
reparar en su carácter burocrático si pretendemos avanzar en esa línea. Como
sentencia Ramió (2019), la administración del futuro
va a ser una combinación compleja entre normativas y los algoritmos a los que
debemos vigilar para sostener los principios de neutralidad, igualdad y
equidad.
Hay que salir del paradigma de la reforma basada en la
modernización y pensar en el futuro del Estado en clave de la nueva era. La era
meta. El mundo inmersivo. Ser audaces como Estonia y promover trámites ágiles e
invisibles como veremos más adelante, alentar a la trazabilidad e integrabilidad digital que permita al ciudadano evitar la
burocracia innecesaria y, sobre todo, avanzar hacia el metaverso sin miedo.
¿Esto es ciencia ficción? Claro que no. Corea del Sur y
China, dos potencias tecnológicas indiscutidas y que han hecho uso de las
herramientas tecnológicas como pocos en función de paliar la crisis del
COVID-19, ya avanzan en esa línea. Saben que el futuro de la era exponencial es
el mundo inmersivo y avanzan en planes para generar oficinas públicas en el
metaverso.
Corea
del Sur comenzó ya un camino para volcar al metaverso trámites y oficinas
públicas y generar un nuevo Estado inmersivo. Su capital, Seúl, apuesta a crear
una réplica virtual de la ciudad en el metaverso que podría estar operativo
para el 2026. El objetivo es que todos los ciudadanos puedan asistir a los
organismos virtuales para realizar cualquier tipo de trámite estatal, desarrollar
negocios e incluso visitar el patrimonio histórico y cultural. Este proyecto
también planea tener una oficina virtual del alcalde y un laboratorio fintech.
Shangai, en China, avanza en esa misma
línea buscando concretar un plan a cinco años y abrir sedes digitales de sus instituciones
y agencias gubernamentales en el metaverso para prestar servicios públicos,
tener espacios de ocio social y hasta juegos en red.
Pero también países como Barbados, una pequeña isla,
se suma a la tendencia de tener un Estado en el metaverso y anunció la apertura
de su propia embajada en uno de los mundos digitales más populares donde
ofrecerá sus servicios consulares en este entorno. El tamaño no es ya un
impedimento para avanzar en políticas de digitalización de la gestión, sino que
a veces es una oportunidad.
La robotización, el avance de la IA y el
desarrollo metaverso nos imponen nuevas realidades, nos invitan a mundos
virtuales que darán a los ciudadanos aquello que esperan del Estado:
eficiencia, agilidad e inclusión. El Estado inteligente es solo un paso más y
requiere de robots, servicios digitales, innovación, algoritmos, IA, políticas
de datos y de interoperabilidad para construir un Estado invisible en términos
burocráticos que, como Estonia, nos permita resolver una cantidad de trámites y
recibir servicios, sin siquiera saber que lo estamos haciendo. Esto será el
comienzo para entrar en el metaverso y construir una nueva forma de Estado, el
meta-Estado.
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* El autor es Licenciado en Ciencia
Política por la Universidad de Buenos Aires y Magíster en Administración y
políticas públicas por la Universidad de San Andrés.